Capítulo 10

175 30 41
                                    

El doloroso impacto del puño de Neil contra el brazo del tipo lo silenció en el acto. Al ver aquello, su novia empezó a chillar, histérica, hasta que Candy reaccionó por fin y, siempre sin soltar la cuerda del flotador, le arreó tal bofetada con la otra mano que le descolocó el gorro, lo que hizo que se callara también.

-¡Muy bien blancuzca! .-Neil le lanzó una mirada de aprobación.

Aprovechando su distracción, el hombre de más edad se inclinó para recuperar su arma y le apuntó al pecho. Al ver el giro que tomaban los acontecimientos y muy a su pesar.- pues no quería tener problemas con aquel individuo que pagaba tan bien.- Murray se vio obligado a intervenir. Cogió la gruesa llave inglesa que guardaba junto al motor y golpeó la cabeza del millonario con la fuerza necesaria para dejarlo inconsciente, pero sin llegar a matarlo. Su novia abrió la boca una vez más, pero al ver la amenaza latente en los ojos verdes de la loca que acababa de soltarle semejante bofetada, se lo pensó mejor y la volvió a cerrar.

Sin decir palabra, Neil cogió la mira que Candy había dejado caer sin darse cuenta, se la llevó al ojo y observó a la osa herida, que trataba de incorporarse sin éxito mientras, a su alrededor, la nieve se iba tiñendo poco a poco con un delicado tono rosáceo.

-El maldito bastardo tiene buena puntería, tendré que rematarla.- Su voz no delataba la menor emoción mientras ajustaba la mira a la montura del fusil con dedos firmes.

Al escucharlo, a Candy le vino a la cabeza el recuerdo de aquella fatídica tarde de verano en la que también se había visto obligado a rematar a otro animal malherido y como si de pronto se le hubiera caído la proverbial venda de los ojos, comprendió lo que su amiga Annie había tratado de explicarle tantas veces y que no había sido capaz de entender años atrás: la aparente indiferencia de Neil tan solo era la armadura tras la que ocultaba sus emociones.

El objetivo de la cámara de Susan, que no había dejado de grabar todo lo ocurrido en el interior de la embarcación, captó en primer plano el modo en que el moreno se acomodaba mejor el arma contra el hombro y acariciaba el gatillo, muy despacio, sin dejar de apuntar al blanco.

Aunque en esta ocasión el disparo no los tomó por sorpresa, dieron un fuerte respingo mientras la cámara de video registraba el instante exacto en que la bala atravesó el ojo de la osa, matándola en el acto.

Candy sintió las lágrimas correr por sus mejillas, aunque no hizo nada por detenerlas, y hasta Susan apartó la cámara unos segundos y se enjugó las suyas con el dorso de la mano enguantada; incluso Terry sorbió un par de veces ruidosamente. El denso silencio que se había hecho en el interior de la barca, roto tan solo por los gemidos asustados de los oseznos que rozaban con el hocico a su madre muerta y el rumor de las olas del mar, se desvaneció en cuanto Neil ordenó:

-¡Murray, acerca la barca a tierra!-

El piloto obedeció sin rechistar. Con precaución, se acercó lo más posible a la orilla antes de saltar con agilidad sobre la superficie de guijarros de la pequeña cala. Neil le siguió al momento y entre ambos arrastraron la Zodiak fuera del agua.

Neil cogió una manta vieja y llena de manchas que había en el fondo de la embarcación y dijo algo en ruso, pero el dueño de la barca negó varias veces con la cabeza con expresión obstinada. El moreno lanzó una nueva parrafada y, a juzgar por el tono y la forma en que Murray enrojecía y apretaba las mandíbulas con fuerza, Candy llegó a la conclusión de que acababa de llamarlo de todo menos bonito.

-¡Terry, ayúdame! .- al tiempo que hacía un corte en la manta con su cuchillo de caza y la rasgaba en dos mitades. Sin dudarlo un instante, Terry saltó a tierra a su vez y cogió el trozo de manta que el otro le tendía.

ODIO A PRIMERA VISTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora