Capítulo 7

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Los dos hombres que aguardaban en el claro esperaron a que el giro de las aspas se ralentizara para acercarse a ayudarlos a sacar el equipaje. Una vez que descargaron todo, el viejo helicóptero se elevó de nuevo en el aire para volver a la base.

Neil esperó a que se apagara el estruendo del motor antes de hacer las presentaciones:

-Este es Kolia. -Con gesto amistoso, colocó la mano sobre el hombro del tipo que tenía más cerca: un hombre de unos cincuenta años, de pelo cano y muy fornido a pesar de su corta estatura, que miraba apreciativo a las recién llegadas, con una inmensa sonrisa dibujada en el rostro de rasgos toscos―. Es nuestro cocinero y uno de los integrantes más populares de nuestras expediciones. Ya verán, es increíble lo que este hombre puede hacer con unas cuantas latas, una cazuela de hierro y una fogata.

Al oír a su jefe, la sonrisa del ruso se hizo aún más amplia y dejó a la vista los huecos producidos por la ausencia de varias piezas dentales.

-Bellas señorrritas y grrrandes pechos, alegrrría del solterrro .- afirmó en su tosco español, haciendo que las dos mujeres alzaran las cejas al unísono.

-Y este -prosiguió Neil como si no hubiera oído aquel comentario, señalando a un hombre muy moreno de ojos rasgados, vestido con una camisa de cuero con capucha, pantalones amplios, y gorra y botas de piel de reno, que los observaba en silencio.- es Quikil, el mejor rastreador de la península de Kamchatka. Pertenece al pueblo Koryak, cuyo nombre viene de Korak que quiere decir «con los renos». La mayoría son nómadas del interior que pastorean sus rebaños. Estos dos hombres son el alma del campamento, ambos entienden algo de español y, como habréis observado, Kolia lo chapurrea también.

-¡Encantada! .-Candy sonrió con calidez.

-¡Perfecto! .-dijo Susan, sin dejar de grabar todo lo que ocurría a su alrededor. Una vez hechas las presentaciones, Neil se volvió hacia ellas y con un gesto les indicó una de las tres pintorescas construcciones de paredes de troncos sin desbastar. A Candy le recordaron a las casitas de los colonos del oeste americano que aparecían en las películas de indios y vaqueros de su infancia.

-Susan y Candy, esa será su cabaña.-dijo Neil

-¡Ni hablar! .-Terry rodeó la cintura de la rubia con un brazo posesivo.- Candy y yo dormiremos juntos.-

-Me temo que eso no va a poder ser. -respondió Neil, impasible.- Kolia y Quikil compartirán una de ellas, Candy y Susan otra, y tú y yo la que queda.-

-¡Qué coño! .-El pelilargo lo miró indignado, pero su interlocutor alzó la mano con un gesto cargado de autoridad que lo silenció en el acto.

-Si querían un viaje romántico, deberían haber reservado un bungalow en un hotel de cinco estrellas en París. Por si aún no se han dado cuenta―recalcó con ironía―, esta es una aventura en la que no todos los riesgos están controlados, por tanto, durante la duración de la misma, yo estoy al mando. Tendrán que obedecer mis órdenes sin rechistar; de ello va a depender en muchas ocasiones su propia seguridad.

Terry puso los brazos en jarras y replicó, furioso:

-¡A mí nadie me da órdenes! ¡La cadena te ha contratado para hacernos de guía; eres tú el que tendrá que obedecerme, si no, haré que te despi...!-

-¡Cállate, Terry! .-ordenó Susan con sequedad y para sorpresa de Candy, él se calló en el acto.- Por supuesto que te obedeceremos en todo, Neil; el éxito de este documental es muy importante para mi carrera y no permitiré que nada ni nadie lo eche a perder.-

Tras lanzar aquella advertencia nada sutil, Susan agarró el asa de su maleta y desapareció en el interior de la cabaña que les había sido asignada. Lleno de rabia, el presentador cogió su equipaje y sin decir una palabra, se introdujo en otra de las construcciones.

ODIO A PRIMERA VISTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora