Capítulo 12

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Tres días después de la muerte de la osa, un helicóptero mucho más pequeño que el que les había traído a ellos aterrizó en el claro que había frente a las cabañas. Dos hombres bajaron del aparato y Neil se dirigió a ellos en ruso, antes de acompañarlos hasta el cercado de los oseznos. Candy comprendió que venían a llevarse a los cachorros y notó que se le hacía un nudo en la garganta.

Durante aquellos días la tarea de alimentar a los animales había recaído sobre Neil y ella. A pesar de su trabajo, a Terry no le gustaba acercarse demasiado a los bichos, como él los llamaba; Susy la hosca estaba perpetuamente pegada a su cámara, así que con ella tampoco se podía contar; y Kolia y Quikil estaban demasiado ocupados con los preparativos de la expedición.

Aunque procuraba refunfuñar de manera bien audible, en especial cuando Neil estaba cerca, lo cierto era que le encantaba ver a los oseznos correr hacia ella en cuanto agitaba la mano en la que sujetaba el biberón por encima de la empalizada. Los animales ya no sentían en menor temor ante su presencia y su juego favorito era lamerle el rostro en cuanto la pillaban desprevenida, lo que provocaba una seria regañina por parte de Candy que no debía causarles la menor impresión, ya que, en cuanto podían, repetían la jugada.

Después de echar un vistazo a los osos, los hombres le dijeron algo a Neil, regresaron al helicóptero y sacaron dos jaulas de buen tamaño.

Candy que se había aproximado al cercado le preguntó, acusadora:

-¿Vas a dejar que se los lleven?.-

-¿Qué quieres, llevártelos a Chicago y criarlos en tu mini departamento? .-replicó con sarcasmo.

-¿Y si los encierran en un zoo espantoso?, ¿y si los maltratan?, ¿y si...? .-Sabía que estaba siendo irracional, pero no podía evitarlo.

-Hace unos años eso habría sido lo más probable, pero ahora vuelve a haber guardabosques en Rusia. Estos hombres son agentes del servicio forestal, me han dicho que tienen un centro de recuperación de la fauna salvaje no muy lejos de aquí. Su idea es criarlos hasta que puedan valerse por sí mismos y soltarlos más tarde en el parque natural.-

-Pero...-

Neil la interrumpió con brusquedad; los ojos marrón destellaban airados. -¡No lo sé, ¿sabes?! ¡Desconozco lo que va a pasar! ¡Lo único que sé es que no puedo hacerme cargo de dos osos de Kamchatka que en unos años pesarán más de media tonelada y me sacarán varias cabezas!.-

Sin más, se dio media vuelta y fue a ayudar a los rusos, a pesar de su brusquedad, Candy, que en las últimas semanas parecía haber descifrado la clave secreta que permitía leer en el interior de aquel hombre introvertido, comprendió que en realidad no estaba enfadado con ella, sino que a él también le preocupaba el destino incierto de aquellos pobres animales.

Entre los tres no tardaron mucho en meter a los cachorros en las jaulas. Incapaz de seguir escuchando los gemidos de los animales, que arañaban la tela metálica de su prisión con las garras en un vano intento de liberarse, Candy salió corriendo y se perdió en el bosque de abedules que rodeaba el campamento. Neil les había hablado en numerosas ocasiones del peligro que entrañaba internarse en el bosque sin armas, así que no se alejó demasiado.

Con una mano enguantada apartó la nieve que se había acumulado sobre una piedra de buen tamaño situada junto a un tronco caído, y se sentó con la espalda apoyada en él. No supo cuánto tiempo pasó ahí, sin pensar en nada, hasta que el sonido de una conversación y el frío que empezaba a traspasar su pantalón, dejándole el trasero helado, la devolvieron al presente.

-¿De verdad estás pensando en ir en serio con esa tipa estirada?.-

¿Tipa? ¿Estirada?, aquellos epítetos y el tono de absoluto desdén la hicieron hervir de furia; sin embargo, Candy se limitó a apretar los puños con fuerza y siguió escuchando.

ODIO A PRIMERA VISTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora