"Tú eras amarillo, Juliana, porque no existía un color más vivo que ese.
Eras alegría y optimismo.
Eras los rayos que irradiaba el sol.
Y fue mi culpa olvidar que también eras contradicción.
Porque te tocaba el rojo y de repente eras naranja.
Porque...
Ahí estaba años después, dentro de aquella casa de campaña celeste esperando a que el atardecer nunca acabará; deseando que todo fuese un mal sueño, pero no lo era. Esa era su realidad.Eran las consecuencias.
La carpa celeste de campaña se movía fuerte con el viento, y eso solo hacia que ella se aferrara más en su chaqueta amarilla y se encogiera bajo sus sábanas color naranja, aquellas que tenía su cama durante aquel atardecer donde hizo el amor con su amada hace tiempo.
Ella no había sabido nada de Jacobo durante todo ese tiempo, ya que tras la muerte de Juliana, su madre lo abandonó y él decidió comenzar su rehabilitación muy lejos de ahí. Era triste que ella se hubiese ido para que Guadalupe se diera cuenta que había algo mal con su familia. Esporádicamente ambas habían recibido diferentes mensajes y llamadas de él, pero ninguna había sido capaz de contestarle. Valentina no podía olvidar el color rojo. No podía perdonarlo, no podía.
Las drogas le hicieron creer a Jacobo que era inmortal, qué tal como las aves, el era capaz de volar; mientras que Juliana, siguiendo sus pasos, terminó dando la vida por él. Ese día ella lo salvó, tal y como tanto ansiaba, pero el precio fue alto, ya que ella se perdió a sí misma en el intento.
Ahora que Jacobo y Juliana ya no estaban ahí, Valentina había comenzado a entender sus vicios. Sus manos se habían vuelto ansiosas mientras negociaba por papelitos en los mismos callejones que su novia solía frecuentar. Juliana estaba ahí, ella podía verla. El efecto de las drogas, esas que tanto repudió más que nada en el mundo, la traían a la vida.
Escuchaba su risa y sus dulces palabras. Sentía la cálida mirada café sobre ella y Valentina solo se desvanecía presa de ese amor que la había llevado a la locura. Todo era amarillo, celeste y naranja. Todo era hermoso, todo era perfecto. Valentina río a carcajadas mientras se encontraba sola, a mitad de aquel solitario bosque, y besaba al aire creyendo que los labios de su novia estaban ahí. La tocaba en sus sueños, la envolvía en sus brazos, la amaba desmedidamente tal y como lo había hecho tiempo atrás. Pero cuando todo parecía perfecto, cuando ya no había nada de que lamentarse, era cuando aquellos hermosos colores comenzaban a desaparecer.
El amarillo, el celeste y el naranja le eran arrebatados con tanta falta de tacto que sentía su alma desgarrarse también. Aquella casa de campaña se pintaba de azul oscuro con manchas moradas, la sensación que le daba ese lugar era tan lúgubre que sentía que el aire le faltaba a medida que los nuevos colores la atrapaban. Sus manos se alzaron en un intento de acariciar el cielo, justo como una vez intento hacerlo con su chica, pero éste ahora era negro. Se escondió bajo las sábanas naranjas y se abrazo a sí misma desesperada, mientras gritaba el nombre de Juliana, intentando calmar la manera en que su cuerpo comenzaba a sacudirse.
La pintura amarilla de su suéter comenzaba a deslavarse, las sábanas naranjas se desgastaban, trayendo consigo el horrible color rojo. Valentina sentía el olor nauseabundo de la sangre impregnarse en ella y sentía que la asfixiaban, porque ya no podía soportarlo.
Fue entonces cuando se dió cuenta que la felicidad no dura para siempre. Y entonces supo que el efecto inicial de las drogas terminaba y que venía la peor parte, pero ella no estaba lista para sobrevivir a esos nuevos colores.
Valentina no sabía que hacer sin Juliana.
El ciclo se había repetido tantas veces, que ella finalmente habia comprendido que existía una mejor manera de conservar su euforia.
Salió de la carpa celeste y caminó torpemente hasta el lago, mientras consumía todo aquello que la había destruido, siendo está la última vez. Una vez dentro del agua helada, Valentina cerró los ojos y se despidió de la vida con una sonrisa, porque no había miedo, no habría dolor, porque Juliana estaba a su lado. Juliana le miraba con una sonrisa, la tocaba y la pintaba nuevamente con su color.
Ellas eran alegría y optimismo Eran los rayos de luz que irradia el sol. Ellas eran amarillo, porque no existía un color más vivo que ese.
Valentina suspiro una vez más el nombre de Juliana antes de aferrarse a su mano. Le dió gracias al arcoiris por haberle permitido conocer todos los colores junto a la morena. La única manera en la que Valentina respiraba, era viviendo junto a Juliana.
Ahora le esperaba una eternidad a lado de su gran y único amor.
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