Capítulo IV: Resignación

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              ☆Lucia☆

Escucho a lo lejos un sonido intermitente, cada vez lo siento mas cercano, hago un esfuerzo por abrir los ojos, pero no obedecen al instante.

Todo está en obscuridad, no sé en que lugar me encuentro, siento parcialmente mi cuerpo, mi cara está pesada como si estuviera sujeta a varios ladrillos.
Es como estar en una de esas pesadillas espantosas donde solo puedes sentir el horror, pero no te puedes mover, no puedes escapar.

Me llega de golpe aquella escena. Max golpeandome y rodando por las escaleras. Su sonrisa siniestra y su mirada llena de odio y perversidad, como el que planea algo macabro.
VENGANZA, esa fue la última palabra que escuché antes de que me diera un golpe contundente y perdiera el conocimiento.

—¡Max intentó matarme!
¿Y si me tiene aquí para terminar su plan macabro?

De solo pensar en eso entro en pánico, intento con desesperación abrir los ojos pero estos se niegan, el horror se apodera de mí, quiero salir huyendo pero mi cuerpo no responde. Grito, grito tan fuerte como puedo, para que alguien me escuche, pero me doy cuenta que sólo sigo escuchando ese sonido. Es como si nadie pudiera escucharme, como si mis gritos fueran enmudecidos.
Empiezo a pensar que tal vez ya estoy muerta, que solo soy un espectro.
Siento las lágrimas rodar por mis mejillas, al menos es una buena señal, pienso.

Después de varios intentos logro abrir los ojos, al menos de uno consigo ver claramente.
Puedo notar estoy en una habitación de hospital, conectada a varios aparatos, puedo ver de donde proviene el molesto sonido intermitente. Intento moverme pero me es imposible, en vano son los intentos de mover la cabeza, hay algo a todo su alrededor que le impide el movimiento.

Mis ojos se mueven con desesperación a cada lado, siento mi garganta seca, no puedo articular palabras.
Escucho voces y pasos acercándose, fijo mi mirada a la puerta que está al frente y veo entrar una persona vestida de enfermero.

—Señora Altamirano, que alegría que ya estés de nuevo con nosotros —
Me dice una joven enfermera de ojos grande azules y rostro dulce.

Al ver la desesperación en mi mirada, posa su mano en mi rostro.
—Tranquila, ya pronto estará mejor, no se preocupe por su voz, es algo normal después de estar 6 meses en estado de coma — digo mientras hojeaba algo que debía ser mi expediente.

Al escuchar eso no puedo evitar que mis lágrimas broten, 6 meses, hace 6 meses estoy aquí inerte, muerta en vida, todo por culpa de una maldita venganza que no entiendo.

La joven enfermera seguía diciendo cosas que no lograba entender por estar sumergida en mis pensamientos, cuando una voz me sacó de mi letargo.

—¡Amor que alegría que hayas despertado!, todos hemos estado muy preocupados por ti, nuestra hija Luciana, estuvo a tu lado varios meses, pero le dije que regresara a Paris, que yo te cuidaría, ella sabe que te amo mas que a mi vida  — decia, mientras fingía una sonrisa —lamento no haber estado ahí para cuidarte, esos medicamentos que estabas tomando te tenían muy débil, al extremo de resbalarte por las escaleras.
Gracias a Dios que te regresó a mi lado, sin ti me volvería loco.
Ya pronto estarás en casa para consentirte amor — al decir eso, una sonrisa macabra se dibujó en su rostro, la cual me hizo sentir un escalofrío terrorífico, en las pocas zonas del cuerpo que tenía sensibilidad.

Max seguía hablando mientras clavaba su mirada amenazante sobre mi, la enfermera tenía una cara de boba enamorada al escucharlo decir todas esas palabras falsas, tal vez hasta me creyó dichosa por tener un hombre que me amaba tanto.

Yo estaba aterrada y ahora más al escuchar que pronto estaría en casa bajo sus torturas, en ese estado de inmovilidad. Cerré mis ojos con fuerza tratando de evitar ver esos ojos en los cuales antes veía el mundo a través de sus miradas y que ahora me infundian tanto miedo y desesperación.

Un sentimiento de impotencia y resignación se apoderó de mi, mis lágrimas brotaron nueva vez, pero ahora era diferente, ya estaba aceptando mi triste y cruel destino,
hasta que una voz muy familiar resonó en la habitación, era el comandante Smith, no sé cuánto tiempo habia estado ahí parado, pero ya podía entender el porqué del discurso lleno de tantas falsedades de Max.

Se acercó sigilosamente a mí, con su mirada llena de compasión y desconfianza.

—Señora Altamirano, me alegra saber ya está despierta, necesito su declaración —dijo con un tono firme y dándome seguridad.
—Comandante, con todo respeto, pero mi esposa no está en condiciones de dar declaraciones, eso puede esperar a que esté recuperada, y como ya le dije sólo se trató de un accidente—se apresuró a decir Max en un tono sobre protector y de molestia.

Mientras hablaba, me miraba fijamente a los ojos, con una mirada aún más peligrosa que las anteriores. Tenia miedo le dijera la verdad al Comandante Smith, todavía él no estaba enterado que no podía hablar, al menos en ese momento, aunque mis ojos llenos de terror hablaban por sí solos.

—Señora Altamirano —dijo el comandante Smith acercándose un poco a mi odio izquierdo. —Cuando lo crea pertinente llámeme, no debe de temer, yo la puedo proteger —Esa última frase lo dijo en un tono tan bajo que apena pude escucharlo, era evidente que sospechaba de Max.

Una pequeña chispa de esperanza se encendió en mi pecho, no todo estaba perdido, Max no podría deshacerse de mi tan impunemente.

Miraba con detenimiento la tarjeta con el número telefónico dejado por el comandante Smith, cuando un dolor insoportable en el brazo derecho me hizo estremecer.

—¿Estás ansiosa por hablarle verdad? —dijo Max mientra seguía presionando mi brazo con fuerza, cuando un grito de dolor se escapó de mi garganta—Luciana es una joven muy hermosa, no puede negar que heredó tu belleza, tan dulce y amorosa, la hubiera visto como lloraba al lado de esta cama cada noche que no se despegó ni un minuto de su mami, seria una lástima que algo le pasara, un accidente de coche o también puede tropezarse y caer por una escalera, no sé, los accidentes siempre pasan —dijo mirándome fríamente a los ojos, por la determinación de sus palabras sabía que no mentia.
Temí por la vida de Luciana, me había casado con un monstruo que era capaz de dañar a su propia hija.

La pequeña chispa de esperanza que había nacido hacia un momento con la visita del comandante Smith, se había desvanecido, debía proteger a mi hija, aun fuera a costa de mi vida.

—No diré nada —logré  balbucear — haré lo que quieras, no le haga daño a Luciana por favor — Terminé de decir al momento que los sollozos ahogaban mis palabras.

Los daños mentales y físicos que ya me había causado eran demasiados, estaba en un estado de terror e inmovilidad, postrada en una cama a merced de mi verdugo y algo me decía que apena esto estaba comenzando.

La Revancha (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora