Mal.

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Capítulo dos. 

—¿Puedes callarte?—le pedí. 


—No—respondió él.


Aquel chico lleno de tatuajes y llamado Niall Horan no había ganado la carrera y su boca no paraba de quejarse, giré los ojos al escucharlo hablar nuevamente. Él se mordió el labio al ver a la rubia que se posa en el regazo del ganador. Traté de no chasquear mis dedos en su rostro para que se calmara, parecía un puto niño queriendo un carro de juguete. 


—Es que…—susurró, enfadado—, ella tendría que ser mía hoy. 


Volví a girar los ojos.


—Me tengo que ir. Fue un gusto en conocerte—le tendí la mano mientras mentía el “Fue un gusto en conocerte” Verdaderamente me arrepentía de haber venido hacia aquí pero ya jamás lo volveré a ver. Esa era una de las ventajas. 


Su mano desprecia la mía mientras da una calada a su cigarrillo. Vuelvo mi mano a su lugar ya que jamás la acepto.


—No fue un gusto en conocerte, puta—me espetó, con la mirada todavía en la rubia. 


Le sonreí fingidamente. ¡Qué maleducado! Me giré y caminé hacia la salida. Suspiré en cuanto salí de aquel lugar lleno de fumadores y personas estúpidas que no saben más que rascarse el culo porque seguramente no van a una Universidad decente. No debí haberme quedado, debí hacerle caso a mamá; ahora mismo ella tiene que estar preocupada llamándome pero mi celular está perdido.


Iba a matar a Dean cuando lo encontrara, probablemente él tenía que estar hablando con Cherry pidiéndole notas de la película. 


Un taxi pasó y lo paré saltando ya que casi no se daba cuenta de que lo llamaba. 


¿Cómo un taxi puede estar a las dos de la madrugada fuera? 
—Hola, ¿Puede llevarme al edificio Grey? —le pregunté, nerviosa.


Él hace una mueca para luego asentir. Solté un sospiro aliviada y me siento a su lado.


—¿Sabe? Estaba por ir a mi casa pero pareces una buena muchacha—comentó.


Le sonreí, agradecida. Por fin una persona decente a más de las que conocí en el teatro. El señor tenía rostro de que no me violaría y me llevaría a casa salva, eso me agradó. 


—Y ¿dónde se encontraba usted a estas horas? —preguntó, frunciendo el ceño.


Miré hacia la ventana y luego le lancé una rápida mirada, tenía un poco de bigote, miraba al frente y era notable que es buen hombre. Seguramente iba a su casa para ver a su familia.


—Korby Rocks—contesté. 
Él frunció lentamente el ceño mientras seguía mirando al frente, con las manos juntas. 


—¿Qué hacías tu ahí, querida? —demandó, confundido.


Me encogí de hombros.


—Me perdí. 


—Bueno, ese lugar da mucho que hablar—dijo, sacudiendo la cabeza. 


Ahora soy yo la que se nota confundida; sí, Korby Rocks da mucho que hablar, chicos con tatuajes, fumadores, prostitutas y más pero el tono del taxista me dejó helada, como si se tratase de algo mucho peor.


—¿Qué ha pasado ahí? —curioseé.


Él dio una rápida mirada como yo al principio hice para luego parar en el semáforo rojo.


—Bueno—volteó para preguntar: —¿No eres de aquí, cierto?


Negué con la cabeza, totalmente confundida; más que antes.


—No, soy de Vermont—respondí.


Él asintió sin hablar y volvió a poner el carro en marcha cuando salió luz verde.


—No te recomiendo ese lugar, cielo—me señaló con un dedo mirando al frente.


—¿Por qué? 


El tono de su voz me dice que es algo grave, muy grave. Es como si hayan asesinado o algo parecido.


—En diciembre del año pasado uno de esos mocosos drogadictos violó a una chica, todos se drogan ahí, fuman pero el caso fue que aquella chica fue violada, luego asesinada y lanzada al río—me informó y continuó: —. Suelo pasar mucho tiempo por esos lugares, sé que ellos me conocen pero no pueden hacerme daño, mi hijo es policía y él sospecha sobre quien fue el que hizo aquel asesinato.


Abrí mis ojos azules del tamaño de los platos, susurré algo inentendible y me doy cuenta de que una pequeña capa de sudor se formó en mi frente.


—¿Quién…?—logré articular: —. ¿Quién fue?


Sus manos se apretaron en el volante e inhaló, tenía una cierta sospecha de que tal vez era asmático. 


—Lo siento, querida pero son asuntos que mi hijo me ha prohibido divulgar. Verdaderamente me das la confianza que ninguna jovencita me ha brindado pero no puedo decírtelo. Traicionar la confianza de mis hijos no está en mis reglas—bromeó, sonriendo. 


Asentí sin hablar.


—No hay ningún problema.

Violada. Asesinada. Lanzada al río.

La muerte más tétrica que había escuchado. 
En Vermont, lo único muerto que había eran ciervos atropellados. Mi viejo lugar era tranquilo y quería volver con mi madre, a tomar tazas de café caliente, comer galletas recién orneadas, salir a comprar helados con Cherry y Dean, sin ninguna preocupación. Pero ahora mi cabeza está hecha un revoltijo, no sabía qué pensar.


—Aquí estamos—avisó sonriéndome—. Soy Freddy Gere, fue un gusto en charlar contigo, querida. 


Le brindé una de mis sonrisas más felices aunque no podía hacerlo, me esforcé ante su amabilidad. 


—Micky Meyer—me presenté para luego cerrar la puerta.


Cuando lo hice, el auto arrancó y se perdió de mi vista. Suspiré todavía un poco anonada y me vuelví hacia el edificio.


Saludé al recepcionista que me devolvió el saludo ondeando su mano. Las puertas del ascensor se abrieron y salieron dos parejas de extranjeros, la chica me dio una sonrisa y yo alcé mis cejas mientras sonreía también, posiblemente sabía que era nueva y por eso tanta amabilidad. Ya sola en el ascensor aplasté el botón número 13 y empezó a subir, las puertas se abrieron de nuevo y yo salí para caminar hacia mi habitación. 


Toqué la puerta ya que las llaves se quedaron en mi bolso y una Cherry con pijama me invitó a pasar. Ella me abrazó fuertemente.


—¡Madre mía! —exclamó al verme—. Pensé que te había pasado algo.


Sacudí con la cabeza, tranquilizándola.


—Estoy bien—le dije, sonriendo—, pero no encontré el bolso, mañana iré nuevamente.
Cerry sonrió para luego halarme dentro y cerrar la puerta.


—¡Micky!—exclamó también Dean—, nos preocupamos demasiado por ti. Salí a buscarte pero no estabas.


—Lo siento—empiezo nuevamente—, me perdí.


Perdida en un lugar peligroso. Escucho las palabras de Freddy en mi cabeza. 

Violada. Asesinada. Lanzada al río. ¿Quién pudo ser capaz de hacer eso? 

Suspiré por milésima vez en el día y me lancé a mi cama de sábanas blancas con fuerzas. 

Mi cabeza se fue al chico rubio con tatuajes y piercings.
“No fue un gusto en conocerte también” pensé, con ferocidad. 

Fall.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora