Capítulo uno: Mercader de Destinos

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Caminar puede parecer tan tedioso para la mayoría de los humanos, Klaus no encuentra el disgusto en hacerlo. Le encanta caminar por horas, tantas que a veces podría llegar a decir que siente el supuesto cansancio que todo mortal dice sentir; aunque, obviamente eso no fuera así. Pero allí está, caminando por las frías calles de la ciudad de Londres, buscando qué hacer mientras aguardaba la hora de aquel hombre que está doblando la esquina. Suspira y camina mientras mete las manos a los bolsillos de sus jeans.

Todos los mortales pasan por su lado como si nada, a veces se le olvida que está oculto a voluntad. Se detuvo un instante al ver su reflejo en la ventana de un auto; vio aquellos pequeños cuernos que sobresalen de su negra cabellera y esos ojos dorados que parecen brillar todo el tiempo.

Allí lo supo, sin querer hacerlo, lo supo. ¿Quien querría ver tal aberración?

Las exclamaciones de varias personas hicieron que volviera a prestar atención a su tarea, posó su vista en aquel hombre nuevamente y este ahora se encuentra en el suelo tratando de que el aire llegue a sus pulmones. Llegó hasta estar a solo un metro de distancia. Ahora se puede notar más cómo las uñas del hombre se marcan en su cuello debido a la desesperación; como sus ojos se inyectan de sangre y su mirada refleja el miedo más grande del mundo.

–¿Por qué te aferras a la vida tan tercamente? -preguntó, pero más para sí mismo.

Todos son iguales, cuando llega la hora de irse luchan. Luchan de una manera que en sus vidas habrían pensado, solo para sujetarse a la vida. Solo para vivir un día más, aunque nada fuera a cambiar. Negó lentamente y sacó su libreta negra, abrió una de sus páginas y tachó el nombre "Adrián Maze". En cuanto lo hizo, él dejó de forcejear y quedó inerte sobre el pavimento. El brillo de su alma comenzó a desprenderse de su cuerpo como si de pequeñas estrellas se trataran, subiendo al cielo.

Sonrió un poco al ver el bello espectáculo, ese que tan solo él le encuentra belleza.

–¿Cómo puedes sonreír ante algo tan triste? -preguntó alguien atrás de él.

Reconoció su voz, ni siquiera tuvo que voltear a ver de quien se trataba.

–No lo comprenderías ni aunque te lo explicara por otros mil años, Uriel -murmuró volteando a verlo.

–Tienes razón, tal vez solo debería seguir ignorándolo -se encogió de hombros.

Uriel, un ángel de cabellos dorados y ojos tan azules como el cielo mismo. La luz del Creador. El único de sus hermanos que no siente tanta repulsión de su existencia. O eso ha dicho los últimos milenios.

–¿Qué haces aquí? -Klaus se atrevió a preguntar.

–No lo sé, padre ha mandado un escalofrío a mi cuerpo y una extraña sensación me trajo hasta acá.

Klaus frunció el ceño ante lo que acaba de escuchar. No puede encontrar una razón por la cual el padre de todo haya mandado a su hijo hasta acá, menos si se trata de alguien como él. Su padre jamás ha acudido a ninguna de sus suplicas. Miró a Uriel y este sonrió inocente.

–No, no, no -comenzó a decir- no sé que habrás planeado con padre, pero no seré parte de ello.

–No elegimos ser parte o no de algo -señaló sonriente- si sabes percibir, solo te hará falta buscar. Encuentra, conoce, comprende y salva.

Klaus quedó con la boca seca mientras vio como las blancas alas de su hermano lo elevan en el aire.

–Hay vida y belleza en la muerte, solo tienes que abrir tu corazón y tu mente -finaliza para desaparecer envuelto en una potente luz dorada.

Así volvió a quedar solo entre los mortales, sintió un poco de miedo ante las palabras dichas por su hermano. Cuando Uriel te dice una frase así, debes buscar el significado o este llegará cuando sea el momento; lo único que tiene muy seguro, es que algo muy drástico podría pasar en las próximas horas. Siguió con su trabajo de recolectar almas, pero casi se le hace imposible con la voz de Uriel en su cabeza. No puede hacer caso omiso a esas palabras. Incluso alguien tardó más tiempo en morir de lo que debía, ya que solo se le quedó viendo inerte. 

–No puedo seguir así -murmuró viendo como el último de su lista por hoy se encuentra a nada de su final. 

Un chico no mayor de veinticuatro años está al borde de ese alto puente, listo para saltar. La brisa ondea su pelirrojo cabello y seca sus lágrimas casi de inmediato. No entiende muy bien la razón que tenga para hacer esto, es un mortal bastante precioso. Sin embargo, puede ver como la tristeza atormenta su alma. 

Aquel pelirrojo cerró sus ojos y se impulsó lentamente hacia adelante, en ese instante, todo pareció ir en cámara lenta. Mientras el cuerpo del mortal caía hacia una muerte segura y dolorosa, algo sucedió. Las alas de Klaus se erizaron y un fuerte cosquilleo se esparció por su espalda. De un aleteo llegó momentos antes de que el pelirrojo tocara el suelo. Este obviamente desmayado, solo quedó en sus brazos viéndose incluso aún más vulnerable. Mientras que él tiene la respiración acelerada y miles de preguntas en su cabeza. 

Un brillo dorado proveniente de su libreta de muertes llamó su atención y algo que no había visto hace eones lo hizo jadear. El nombre del pelirrojo se ilumina por sobre los demás, con un impecable y puro color dorado. Dando un claro mensaje de que ese chico es...

–Un paradigma -murmuró viendo al cielo que ya había dejado caer la lluvia.    

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