INTRODUCCIÓN

14 0 1
                                    



Dios tiene siempre misericordia de nosotros perdona nuestro pecado y nos lleva a la vida eterna. Estamos cansados de caminar por esta vida con una carga llena de dolor, con muchos sufrimientos que a veces nos imponemos nosotros mismos a base de lo cotidiano, dejemos caer esas cargas y descansemos un poco lo peor de todo las cargas más pesadas son nuestros propios pecados, y no nos damos cuenta que a base de eso ya no caminamos derechos sino encorvados, porque están tan pesados que hasta nos doblega, nuestro caminar se hace complicado, y hemos escuchado que dice el que quiere seguir que cargue su cruz y me siga. Y nosotros pensamos que es eso lo que cargamos y que la verdad tenemos que seguir cargando; pero no es así, dejemos nuestra más pesada carga que es el pecado, y ¿dónde vamos a dejar esa carga? simple en la confesión debemos acercarnos, es un hermoso sacramento de amor, donde el perdón está a la puerta del confesionario.

Las palabras de Dios muy bellas que nos dice a través del sacerdote, ¿quién te condena? Yo no lo hago, no te condenes a ti también, vete y no vuelvas a pecar. ¡Vete en paz!

Saliendo del lugar nos sentimos muy liberados de algo que ya no tenemos, nuestro rostro cambia de alegría, y eso es muy bien, pero debemos de cuidar que esa alegría que no se convierta en enojo, sino que perdure siempre, procurar que no se nos apague.

Acerquémonos a este sacramente siempre confiados que encontraremos a Dios ahí, que nos espera con los brazos abiertos, no dejemos de visitar a Dios ahí, contémosle nuestros más grandes sufrimientos, que nos congoja que nos perturba; pero nosotros mismo contemos nuestras desgracias no el de alguien más, porque eso no importa aquí, lo que importa es que yo deje aquí mis pecados, mis bajezas que he cometido, tal vez inconscientemente o consciente mente, lo que importa aquí es que estoy arrepentido pidiendo perdón al que me dio la vida, pero buscamos nuestra salvación y dejar nuestros pecados ¡mis pecados!

—San Agustín – dijo: – Grande eres, Señor, e inmensamente digno de alabanza; grande es tu poder y tu inteligencia no tiene límites. Y ahora hay aquí un hombre que te quiere alabar. Un hombre que es parte de tu creación y que, como todos, lleva siempre consigo por todas partes su mortalidad y el testimonio de su pecado, el testimonio de que tú siempre te resistes a la soberbia humana. así pues, no obstante, su miseria, ese hombre te quiere alabar. Y tú lo estimulas para que encuentre deleite en tu alabanza; nos creaste para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti. Y ahora, Señor, concédeme saber qué es primero: si invocarte o alabarte; o si antes de invocarte es todavía preciso conocerte.

2. Pues, ¿quién te podría invocar cuando no te conoce? Si no te conoce bien podría invocar a alguien que no eres tú. ¿O será, acaso, que nadie te puede conocer si no te invoca primero? Mas, por otra parte: ¿Cómo te podría invocar quien todavía no cree en ti; y cómo podría creer en ti si nadie te predica? Alabarán al Señor quienes lo buscan; pues si lo buscan lo habrán de encontrar; y si lo encuentran lo habrán de alabar. Haz pues, Señor, que yo te busque y te invoque; y que te invoque creyendo en ti, pues ya he escuchado tu predicación. Te invoca mi fe. Esa fe que tú me has dado, que infundiste en mi alma por la humanidad de tu Hijo, por el ministerio de aquel que tú nos enviaste para que nos hablara de ti.

Mas sin en cambio yo ya lo sabía que existía, pero no quería acercarme a él, porque por miedo a saber que las cosas no son fáciles, pero sé que él me quiere más que a nadie, solo era cuestión de acercarme y pedir perdón por todas mis faltas cometidas y pedirle mil disculpas porque sabía que él me llamaba y no quería escucharlo, la desobediencia hizo de mí el más desdichado, pero yo busque irme; por mi rebeldía obtuve lo que yo busque.

Yo sabía que Jesús habías dado la vida por mí, y su muerte fue tan complicada que en ese momento como saberlo, si lo que quería era hacer mi voluntad y no la de mi Dios, pero mi terquedad no permitía que me acercara a mí, porque me daba miedo, la inseguridad no dejaba, me detenía, y no quiero culpar a nadie de mi error y ni culpar al que tal vez jamás tuvo la culpa y si hay que culpar a alguien ese culpable soy yo por buscar en otra parte la verdad y las consecuencias de mis actos son las que se pagan caro, si quieres condenarme aquí me tienes ante ti, como el hijo prodigo regresando a casa, buscando que lo traten mal por todo lo que ya había cometido, pero la sorpresa es que no es juzgado por el que debería juzgarlo sino más bien es muy recibido, con los brazos bien abiertos, sin enjuiciarlo, así de bueno eres tu padre, no me dices y ni me hechas en cara mis pecado. Salmo 22,24. Porque Él no ha despreciado ni aborrecido la aflicción del angustiado, ni le ha escondido su rostro; sino que cuando clamó al SEÑOR, lo escuchó.

Porque jamás nos desprecias al contrario nos buscas y si estamos mal nos cargas en tus manos, como a que pastor cuida a su rebaño y no deja ni uno que se pierda, siempre esta cuidando de que no le falte ninguno, y si por alguna razón se extravía alguno, la busca hasta hallarla y si esta herida, la carga en sus brazos y la trae de regreso a su rebaño, y la cuida y la cura y la a compaña.

Así de bueno eres mi Dios, mas amoroso todavía, no hay nada que se te pueda comparar, todos los demás dioses se quedan cortos contigo mi Dios de amor.

Romualdo cruz

confesionesWhere stories live. Discover now