capítulo cinco

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     Al día siguiente, lunes por la mañana, Maricarmen despertó a su hermana mayor bajo la órden de su padre. Éste último sospechaba que su primogénita no quería levantarse de la cama, ignorando que ella se había acostado muy tarde, y que por el contrario, estaba deseosa de ir a la escuela...

      Compartían desayuno pero no palabras: padre e hija.

-Rubiana, dile a papi lo mucho que estás aprendiendo a usar la computadora en el nuevo curso de tecnología, tal vez te compre una. En el futuro creo que será una herramienta imdispensable para los estudiantes, y quien sabe si para todo el mundo- dijo la señora Noelia pero fue interrumpida con un pedido de margarina para las rodajas de pan. Como buena madre pedía la reconciliación de madre e hija.

     Solos en la camioneta SUV Lincoln Navigator  sin cruzar palabras, ni tan siquiera gestos durante el trayecto a la escuela. Cuando su padre la dejó en la escuela se despidió solo de su hermanita, a quien su padre la dejaría en su respectiva escuela(primaria) para luego él irse a trabajar.

    Juan fue el primero en acercársele y preguntarle en tono trágico:

    -Nena, qué te pasó. Por qué te castigaron.

-Estabamos preocupados por ti- dijo Joanna a la vez que Mayra asentía con la cabeza.

-Gracias- dijo Rubiana.

-Tratamos de verte, pero...

-Lo sé(la interrumpió Rubiana).

-Por qué no te desahogas nena, somos tus amigas de siempre y para siempre- le dijo Juan mientras caminaban por el plantel escolar. Rubiana le contestó con voz entrecortada:

-Me castigó por tratar de ser feliz.

-Por Michael- dijeron sus amigas casi al mismo tiempo.

       Sonó el timbre. Todos entraban al edificio principal y a sus respectivos salones de clases. La directora Gonzalez Auyuso estaba parada justo al frente del portón principal del edificio, para cerciorarse, como solía hacerlo, que todos los estudiantes entrasen a tiempo. Michael, como pocos solían hacerlo, la saludó al entrar, devuelto el saludo de manera estoica.

       Eran ya las diez de la mañana, en el salón del profesor Arizmendi, profesor de literatura. El profesor cotejó la asistencia dos veces; tendría que luego rendir un informe a la directora, quien había amenazado visitar junto a la trabajadora social, los hogares de algunos estudiantes que tenían la costumbre de ausentarse o llegar tarde los lunes(lunitis aguda).

-Sus rostros me dicen que están aburridos, pero el día apenas está  comenzando estudiantes míos. ¡Ah! Se está acabando el semestre. Pronto se graduarán e irán a universidades e institutos. Ánimo chicos.

       El profesor caminaba por el salón entre los asientos y observaba uno a uno a sus pupilos.

-La mayoría de los que están aquí fueron mis estudiantes dos años atrás. Muchos recuerdos bonitos.

       El profesor Arizmendi, toda su carrera había impartido clases allí desde que se graduó de la universidad. Entendía o al menos trataba siempre de entender a sus estudiantes. A estos últimos, en general, les agradaba por su forma de ser, pro estudiante y siempre tratando de estar al corriente con los cambios generacionales de sus estudiantes.

-Fue un lunes de febrero. Se imaginan lo que les contaré, mejor dicho, recordaré.

       En aquel entonces el profesor estuvo a la dirección de una obra de teatro en la escuela que se escenificó en el salón de actividades del plantel escolar. A Michael le tocó interpretar a un ladrón de bancos llamado Andrés. A Rubiana le tocó el papel de una cajera de un banco. Los amigos de ambos se confabularon para que les dieran esos roles por medio de intercambios. Llegó la escena de amor que tanto Michael como Rubiana esperaban. Casi todos los presente sabían que ellos esperaban esa escena. Era un secreto a voces que ellos se gustaban aunque apenas se hablaban.

AmoréticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora