Prólogo: Resacas post-fiesta

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Ninguna de las dos chicas aguantó demasiado con los zapatos puestos tras entrar en el portal. Se contuvieron en el ascensor, más que nada por la clase de animales que debían haber bajado por él (y vete tú a saber qué habrían hecho), pero tan pronto como pusieron un solo pie en el rellano, aquellos artefactos del demonio desaparecieron de sus pies. Viendo que la anfitriona se peleaba con la hebilla de sus tacones, y que aquello tenía pinta de ir para rato, Helena decidió coger las llaves del bolso de la chica y abrir la puerta ella misma. Aunque tenía cierto derecho a hacerlo; había ido tantas veces por ahí que ya entraba como Pedro por su casa.

–¿Quieres que te ayude o voy directamente a por las aspirinas?

Ruth le dirigió una mala mirada, aunque apenas hizo efecto. Agachada como estaba, con el bolso tirado por el suelo, el pelo hecho un desastre y completamente fuera del peinado, unas ojeras hasta los tobillos, y peleándose con unos zapatos, no imponía demasiado.

–Son las nueve y media de la mañana. Acabamos de llegar después de estar toda la noche por ahí. ¿De verdad crees que es el momento?

Helena revisó la hora en su móvil.

–Nueve cuarenta y dos, para ser exactos.

Esquivó el bolso negro de Ruth por los pelos.

–Qué agresividad, por favor. Bueno, yo voy tirando.

Tras esas palabras, Helena se fue por el pasillo. Con los zapatos en la mano y el vestido de gasa rojo ondeando en torno a sus piernas, parecía una diosa descendida del Olimpo. Ni siquiera se le había movido el maquillaje (aunque eso no era gracias a ella, sino que todo el mérito era de Goya, quien había retocado su rostro con sus miles de potingues hasta dejarla más guapa).

Se coló en la habitación que tenía una R en la puerta, dejó el bolso sobre la mesa y comenzó a desatar el nudo que sostenía toda la estructura del vestido.

–Dios, estoy muerta. Voy a dormir hasta julio por lo menos, y más vale que no me despierte nadie.

Helena sonrió sin girarse, deshaciendo la parte superior del vestido.

–Pues siento arruinar tus esperanzas, pero esta tarde hemos quedado con ya-sabes-quienes, y por mucho que te quieras escaquear se van a plantar en la puerta y van a tocar al timbre hasta que les tires algo por la ventana o bajes de una vez.

Ruth soltó un bufido y se dejó caer sobre la cama. No se había quitado el mono, pero es que no tenía energía ni para eso.

–Te vas a quedar dormida ahí y luego te va a doler todo el cuerpo por una mala posición, Ro. Por lo menos no te tires encima del bolso que lo vas a romper.

–¿Me estás llamando gorda?

Helena sonrió.

–Lo que tú digas, Ro. Yo me voy a curarme los pies antes de que se me infecten, que se me ha explotado al menos una ampolla y duele que te cagas.

–Joder, nena, ¿tienes que ser siempre así? Qué asco.

–No te dará tanto asco cuando tengas que hacerte lo mismo.

Helena dejó a su mejor amiga rumiando algo sobre lo desagradable que era tener a alguien de ciencias de la salud cerca y se encerró en el baño. Se quitó el sujetador y lo echó al cesto de la ropa sucia (normalmente una de esas prendas le duraba varios días desde que se la ponía limpia, pero con lo que habían tenido que correr esa noche lo raro era que no estuviera empapada en sudor), sentándose en la tapa cerrada el váter. Sacó el botiquín del armarito sobre el lavabo (era preferible no pensar en por qué sabía dónde estaba) y se puso a la tarea.

Quince minutos más tarde ambas chicas estaban tiradas encima de la cama, cada una con una camiseta de tirantes de colores. Ni siquiera se habían molestado en quitarse el maquillaje, pero la mayoría de los productos que habían usado eran o bien permanentes, o bien de larga duración, o bien resistentes al agua. Y sus dos cabezas inteligentes se habían olvidado el bote de líquido desmaquillante en casa de Helena, donde, obviamente, no estaban.

–Me he quedado alucinada–soltó de repente Ruth, mirando al techo como si no fuera realmente consciente de sus palabras–. Lo de Patrick y Darío, me refiero. Es que ni siquiera me lo habría imaginado. Osea... ¿ellos dos? Ni en un millón de años.

Helena se rió bajito; el sonido quedó ahogado en la tela de la almohada.

–Sin embargo, tú no parecías muy sorprendida. Has reaccionado al momento, vamos. Es casi como si te lo esperaras o si lo supieras. No me negarás que es un poco raro y que levanta ciertas sospechas.

La otra chica dudó por unos segundos. No quería mentir a su mejor amiga, pero no iba a traicionar la confianza que esos dos chicos tenían en ella y contarlo todo de golpe. Debatió consigo misma unos segundos, tratando de encontrar una forma de mantener ambas cosas.

–Te lo cuento mañana, ¿te parece? Que me estoy muriendo de sueño. Además, eres tú la que se ha quedado dormida sin desvestir, así que no me puedes decir nada.

Ruth murmuró una medio queja, pero no se atrevió a replicar. Maldita fuera su mejor amiga cuando tenía razón.


·Azul·

Posdata:Where stories live. Discover now