Notas: La portada versión Gabo ^^. Espero les guste.
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Zoé y Lorenzo bajaron, riendo y jugueteando con las manos.
—Entonces, ¿no vamos a regresar juntos hoy?— Zoé inquirió. Francisco le comentó sobre el nuevo castigo— ¿Querés que te acompañe?
—Nah, soy un chico grande. Además, voy a acompañarte a casa y después iré a la perrera.
—Decile UCAM, perrera suena cruel.
—Zoé, los matan, ¿entiendes? No es un spa para perros, debe de ser un infierno.
—Bueno, prefiero creer que la gente adopta a perros que pueden convertirse en familia— Zoé cruzó los brazos e hizo un puchero.
—Aw, Zoé, la dulce Zoé.
Zoé lo empujó.
—Chicos, el almuerzo está listo— Diego se asomó por la puerta de la cocina. Llevaba el delantal que decía: Mi cocina, mis reglas.
—Odio cuando Diego cocina— Zoé murmuró. Lorenzo la volteó a ver, entendía su sufrimiento.
—Quince años, Zoé. Deberías de estar acostumbrada.
—Podrían ser cien— Zoé se quejó.
—La siguiente semana es turno de Francisco, estoy contando los días. Sólo cuatro días más.
—¿Qué cuchichean?— Diego puso los platos frente a ellos.
Genial. Huevos quemados con jugo de naranja agrio.
—Nada— Zoé dijo, sonriendo nerviosa.
—Buenos días, chicos.
Lorenzo quiso reclamar, y quejarse, “¿qué tienen de buenos?”, pero, su papá no le dejaría ni terminar la frase.
—Lorenzo, tomá— Francisco le colocó el celular en la palma— No podés andar por la vida sin comunicación.
—¿Salí bajo fianza?— Lorenzo se recargó y ladeó la cabeza.
—Muy gracioso, Lorenzo. Estoy reconsiderando. No me des razones para dejarlo de hacer.
Lorenzo alzó los brazos y aceptó el celular.
—No tiene batería.
—Ah, sí. Olvidé cargarlo— Diego se disculpó. Se sentó, bebiendo de la taza de café. Esa que Zoé le hizo en la primaria. A la oreja le faltaban pedazos de porcelana y la pintura se había desvanecido casi al cien por ciento. Y algunas partes estaban despostilladas.
—Lo pondré a cargar y cuando regrese con Zoé, me lo llevaré.
—Tenés que estar a las cuatro.
—Ahí estaré.
—Si no vas, lo sabré.
Lorenzo movió la cabeza. Sólo porque una vez faltó a clases no significaba que eso haría toda su vida.
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20 mensajes. Sin fin de notificaciones.
Valentino y Ezequiel llamaron dos días después de que su teléfono fue confiscado. Estaban preocupados, pues no había contestado. Les mandó un mensaje, para que supieran que ya había recuperado el teléfono. Los treinta minutos antes de las cuatro, Lorenzo intercambió mensajes con sus amigos.