Capítulo 4: Sábado

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—¿Desde cuándo eres voluntario?— Lorenzo preguntó. Estaban sentados cercas de las celdas. Las habían terminado de lavar y, en el aire, había quedado un agradable aroma.

—Tres años, más o menos.

—Guau, es mucho. ¿Tienes mucho tiempo aquí en México?

—Cinco años.

—¿Por qué viniste?— Lorenzo giró el rostro.

—¿Querés que te escriba mi biografía?— Gabo dió un cabezazo en su dirección— Mirá, nací en Álamo Seco un pueblo chico en Argentina. Vivíamos con mi abuela. Pero mamá decidió buscar trabajo en la ciudad y terminar de estudiar. Entonces, mamá tomaba varios cursos y le gustaba descubrir a varías gastronomías. Pero, le encantó la mexicana y nos mudamos.

—Al menos, ¿te gusta vivir aquí?— Lorenzo reabrió la conversación después de que el silencio se hubo asentado.

—Bueno, extraño mucho a mi abuela. Pero, me gusta vivir aquí. A pesar de que haya conocido a alguien como vos— Gabo bromeó.

—¿Qué? Vamos, soy lo mejor que te ha pasado en este año.

—No es verdad.

—¿Quieres otro ataque de cosquillas?

—¡No! Si eres lo mejor que me ha pasado este año.

—Mas te vale— Lorenzo lo amenazó.

—¿Has vivido en Argentina?— fue el turno de Gabo de indagar.

—Si, en Buenos Aires. Papá conoció allí a Diego. Se conocen desde muy jóvenes. Se odiaban, o eso dicen. Antes de que yo naciera, mis papás ya se habían divorciado. Papá ya vivía en Buenos Aires. Se reencontraron y se volvieron amigos. Entonces, Zoé nació y su mamá murió en el parto. Supongo que ambos se apoyaron. Y así nació su relación— Lorenzo terminó de relatar la historia de sus padres.

—Vaya, que bonita historia. Así que han estado por quince años.

—No, catorce. ¿Eres malo en matemáticas o qué?

—Fue una suposición, ¿cómo voy a saberlo con exactitud?

—Tienes razón, perdona.

—No te perdono.

—Acaso, ¿quieres que te obligue?— Lorenzo le mostró las manos listo para atacar.

La sonrisa suave de Gabo fue suficiente respuesta.

—Mamá hizo pastelillos, ¿querés?

—Si, claro.

Entraron al almacén, pues Lorenzo y Gabo no querían que los perros los vieran comer dulces. De la bolsa de estraza, Gabo le entregó un pastellillo.

—¿Ya soy especial?— Lorenzo hizo la pregunta para molestarlo.

—¿Qué?— Gabo se mordió el labio y Lorenzo se quedó embelesado. El timado, al final, había sido él.

—Nada.

Lorenzo lamió la crema. No le gustaba que los dulce fuera empalagoso. Pero la crema sabía sabrosa, era dulce pero no tanto. La masa también. En conclusión, estaba rico.

—¿Te gustó?

Lorenzo asintió.

—Gracias.

Gabo le ofreció otro pastelillo.

—Oye, ¿qué se necesita para adoptar?—

—¿A quién querés adoptar?

—Yo creo que sabes la respuesta.

Cuando Lorenzo terminó la pregunta, Donita vino a su mente.

—Como sos menor de edad, alguno de tus padres tiene que venir y pagar una cuota de recuperación.

—¿Eso es todo?— ante el asentimiento de Gabo, Lorenzo suspiró. Quizá, sería fácil convencer a Francisco no a Diego.

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—¿En dónde vives?

Los perros tenían un lugar limpio, agua y comida, su trabajo del día había terminado.

—Cerca de la parada de la colonia Reforma, ¿por qué?

—Voy a llevarte a casa.

Gabo lo vió como si se hubiese vuelto loco. Movió la cabeza de lado, negando.

—No, ¿por qué lo harías?

—Aw, vamos, no me obligues a decirlo. Y aunque te opongas, lo haré.

—¿Vas a llevarme de la mano y asegurarte que llegue sano y salvo a casa?— Gabo no tomó el tema en serio y sólo soltó la pregunta sin pensarlo, pero Lorenzo si lo hizo.

—Si, exacto.

Las mejillas de Gabo se calentaron.

Lorenzo no mintió; tomaron el camión juntos. Lorenzo se sintió tranquilo cuando vio que Gabo entró a su casa.

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El volumen de la televisión era bajo. Estaban repitiendo un partido de fútbol. Bajo el brazo de Diego, la cabeza de Francisco descansaba. Diego acariciaba y movía los dedos por entre las hebras del cabello rubio de su compañero.

—¿Diego?

—¿Qué pasa?

—Lorenzo habló conmigo cuando llegó. Más bien con una petición.

—¿Qué petición?— Diego murmuró contra la cabeza de Francisco, aspiró el olor del champú al mismo tiempo.

—Quiere adoptar un perro. Una perra, para ser exactos.

Las vibraciones de la risa de Diego fueron dirigidas al cuello de Francisco. Él se estremeció.

—En verdad la quiere adoptar. Prometió que él se haría cargo de todo, incluso de comprarle el alimento.

—Si a ti te parece bien, a mí también— Diego dijo, regresando la mitad de su atención al partido. Le gustaba que Francisco hablara con él antes de tomar una decisión, además, confiaba en Francisco.

—Si Lorenzo planea perforarse, ¿estaría bien para vos si para mí lo está?— Francisco subió la vista. Diego le robó un beso.

—No me gustaría pero, sí se tomó la molestia en pedirnos permiso, ya habla de él, ¿no lo crees?

Francisco se rió y luego, asintió.

—Podremos ir hasta el lunes. Me gustaría ir todos, en familia.

—Si, podemos ir en mi horario de comida, ¿te parece bien?

—¿No tenés citas o juntas importantes ese día?

—No. Me llamas y nos vemos allá.

—Lorenzo se va a poner contento— Francisco volvió a descansar la cabeza sobre Diego.

—Pero sólo uno, ¿está bien?

Francisco ocultó su risa en el torso de Diego. Olió el perfume que Lorenzo y Zoé le habían regalado el día del padre. El pensar en su familia lo ponía feliz.

Se quedaron sentados en el sillón, Francisco dormido cerca de Diego.

Nota final: Gracias por leer.

5 díasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora