Sinopsis

52 7 6
                                    

Atravesando suavemente los verdes boscajes una fuerte corriente de brisa veraniega hizo acto de presencia desde las montañas más alejadas de cualquier muestra  arquitectónica. Alejadas de vida inteligente el césped se alzaba de su base con aparentes intenciones de tocar el cielo nocturno, dejándose mecer levemente por la llegada ventisca.  Las aguas de los calmados ríos y estacionados lagos se arrastraron con el contacto del aire en un leve rose, precipitando repetidas ondas de circunferencias en forma perfectas, avanzando y distorsionando el brillo de las estrellas en su reflejar. Las hojas de los arboles se mecieron agraciadamente dejando escuchar el sonoro del choque con sus semejantes hermanos de otras ramas; todo el profundo verde en un apacible y coordinado movimiento de una sola dirección, todo el azul calmando sus recortadas ansias en la superficie, mientras que el cristalino de las cascadas se servía en una lluvia traslucida de choque, aunque algo ruidoso, tan agraciado y apacible como todo lo que le entorna; un contexto de pura belleza natural, de aires que transmiten y generan una sensación de calma en el alma, y relaja toda emoción fuerte o negativa.

Las corrientes siguieron su curso atravesando lo densos boscajes de Gaya, contemplando el flujo natural que sin complicaciones éstos seguían el curso de sus vidas. Llenando con un fragmento de vida a sus verdes apartó el silenció con su pasar; un simple, pero constante soplido que se va cortado y esparciendo en subdivisiones al suave contacto con los firmes troncos de los árboles, sin perder la brújula que rige su determinado rumbo al norte.

A sus espaldas una línea de tenue tinte morado se hizo presente con suavidad en el ennegrecido azul del espacio, sobre las cabezas de la vida, alzándose sobre el firmamento nocturno que reinaba tomando posesión con su infinito estrellado. Un paisaje, una perspectiva de real belleza, algo por lo que no se cambiaría ni con los metales más preciosos, porque con solo ver el brillo de las esferas que le manchan llena de tranquilidad los removidos del día a día; algo de lo que no se apreciaría por mucho. Tras el difuminado hilo morado un fulgor amarillento se apoderaba del lento avance, transformando con suma facilidad el calmado negro de la noche en el animado y movido azul celeste que marcaba el reinicio de la rutina diaria del tiempo; un nuevo empezar, una nueva oportunidad, para el reloj de los árboles, el de los animales, el de la vida en sí. Para remediar las consecuencias de su anterior jornada, para aclarar las dudas propias y ajenas, para terminar lo incompleto, para discutir, y posteriormente, perdonar.

A su ya liberado paso las granjas aun dentro de las sombras no tomaban el retorno de su ajetreado ritmo, disfrutando de lo que serían sus últimos minutos antes de que el fulgor mañanero se infiltre por las ventanas de sus casas para darles los buenos días personalmente; algo que residiría como su señal en suma calma, y despertarían sin chistar; o al menos así era para la mayoría de sus residentes.

Reemplazado por el celeste diurno una cuarta parte del panorama nocturno ya había desaparecido en la profundidad del firmamento, mientras que la ancha ventisca continuaba dando el mensaje del pronto amanecer, aventurándose por una larga carretera que va abriéndose paso entre las densidades del verde boscoso más allá de las productivos campos agrarios. Los árboles resonaron dejando caer algunas de sus hojas en su mecer al negro asfalto que cubría el largo del sendero, mientras que otras caían apacibles sobre la tierra de la cual salía el obscurecido marrón de las cortezas de cada tronco, cubiertos por el insistente perdurar del manto-noche.

En acortados minutos el angosto recorrido terminó, dejando atrás el acentuado verde, mientras que la libertad se desataba junto a la expansión de los vientos. Las últimas hojas cayeron despedidas de las copas de los árboles, permitiéndose descender lentamente, hasta dar contacto con el azul que le esperaba; un inmenso lago se abrió paso perdiéndose a la vista como si del mar se tratase, tintando un paisaje azulino, refractando el fulgor de la noche sobre su cristalino refractar, dejando ver el camino continuar sin desvaríes el marcar del sendero sobre sus aguas, sostenido por pilares que ahora lo denominarían como un puente que se pierde a la vista del horizonte.

Bajo Un Azul Estrellado (Nicudy) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora