Ínfima e insólita pista

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   —Hans P. Steel, es un placer.

Ante ella, un enérgico lobo alargó su pata, presentándose de forma cordial al momento en que considerando la diferencia de tamaños se inclinó lo suficiente para que Judy pudiera corresponderle el saludo, pero no demasiado como para hacer de ello un insulto o burla a su estatura de coneja.

—El placer es todo mío. Hans. —Puede que se tratase de un nuevo integrante de la fuerza el que se acaba de presentar, puede, que fuese la primera vez en la que interactuaban, pero en ese momento hubo algo distinto, algo opuesto a todo lo que había tenido que enfrentar desde su llegada al departamento; la discriminación. En él, tras esa entusiasmada mirada que le hacía recordar a sí misma al poner un pie en los escalones allegados a la entrada, no encontró ni un ápice que pudiera sugerirle alguna muestra de superioridad o desprecio, pese a ser un lobo, el orgullo y el sobre exceso de autoestima no parecía ser un problema, aunque con una jornada completa de trabajo, podría determinar si era eso, u otro cruel engaño para su persona, de los que en vivencias pasadas previas a la salida de su vulpino compañero, del campamento de adiestramiento policial, había tenido la desgracia de toparse— ¿Eres del nuevo lote de cadetes, cierto? —Regalándole una sonrisa amistosa a la recta postura del cánido cortó el saludo con suavidad, y atenta a las determinadas facciones de su semblante, evaluó de pies a cabeza al nuevo peso con el que debía cargar al ser la más experimentada entre los dos.

— ¡S-sí señor! —Reafirmando su recta postura alzó el lobo sin importarle en lo absoluto que otros mamíferos le escucharan a lo lejos, algo que no hizo más que provocar un avergonzado quejido por parte de Judy.

—Oye, no tienes que ser tan rígido; somos compañeros, aunque lleve más tiempo en servicio, en rango, no soy tu superior. —En sus interiores, así como lo parecía en su semblante, en su mente, sólo reiteraba desesperadas súplicas por desaparecer en ese mismo instante del lugar. Se reincorporó, y dejando con algo de desgano un suspiro se cruzó de brazos tratando de ignorar las punzantes miradas que a su espalda podía sentir clavándose sin piedad, y con ello, la emancipación de diversos murmullos captados con expresa facilidad por sus largas orejas; aun ahora que había logrado llegar a la cima, el reconocimiento poco le duró, pues era más el resentimiento y rabia que hacía de aquellos grandes mamíferos ocupantes del cumplimiento de la ley, los necios muros dispuestos a dejar en claro su desprecio, hacia lo que para ellos era sólo “Una coneja con suerte” , y he ahí los estereotipos.

…En nada más y nada menos que el pilar central de la metrópolis conjunta de especies más grande en el planeta…

Su lucha contra esas barreras infundadas por el odio irracional a las diferencias, contra esos tabúes, aun después de haber evitado la caída de Zootopia a causa de una rencorosa borrega, persistía, aun lo hacía, y por como lograba ver aun la necedad en la gran mayoría de mamíferos, sus esperanzas por diluir dichas barreras, cada vez se hacía más distante… haciendo de su voluntad un frágil y delgado papel a merced de una ventisca que cada vez soplaba con mayor ímpetu.

“Toma en cuenta algo Pelusa, yo seguiré aquí, no creas que me iré así sin más después de todo lo que has hecho por mí”.

Lo recordaba de forma tan vívida, si bien era sólo una noche la que la distanciaba de aquel momento, podía percibirlo justo ahí, frente a ella, con aquel vívido color esmeralda que dedicaba su completa atención a ella y sólo ella, despojándole del aliento, y con ello, de las palabras. Era extraño al igual que irónico, haber caído en la garras de un vulpino, de un zorro, siendo una coneja, y era esa misma ironía la que hacía de aquel sentir algo único que no podía llegar a comparar con algo más.

“…yo seguiré aquí…”

Pero fue sólo recordar aquel fragmento, aquel pedazo cuyo peso aplastaba con creses a todo lo demás; aunque fuesen parte de las palabras que hicieron retumbar su corazón al filo del tejado, frente al brilloso panorama de la ciudad y sobre ella, el velo nocturno irradiado por un azul estrellado; aquel fragmento le robó el aliento, mas, no por sentirse conmovida, sino, por la angustia ante la falta del vulpino a sus palabras.

Bajo Un Azul Estrellado (Nicudy) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora