1

102 5 0
                                    

Era una madrugada tranquila, aún faltaba tiempo para que saliera el sol, todo el pueblo dormía plácidamente.

Excepto una muchacha que estaba escondiendo un pequeño cofre bajo las baldosas de madera de una pequeña y descolorida casa. En el interior de esta no había mucho, una cama, un pequeño escaparate junto a esta, una mesa con un par de sillas, sobre la desgastada mesa había una pila de libros, aparte de esto había baño y una escalera que llevaba al tejado.

No había floreros ni cuadros ni ninguna decoración, los únicos objetos aparte de los muebles eran el cofre, los libros, las pocas prendas dentro del escaparate y una mochila en una de las esquinas de la casa.

Cuando había terminado miró satisfecha el suelo en el que había guardado el cofre, no había señal de que pudieran removerse, procedió a ponerse una chaqueta con capucha negra, seleccionar un montón de libros y guardarlos en el morral, luego de colocárselo en el hombro salió de la casa. No tenía que preocuparse por cruzarse con nadie a esa hora, su único posible encuentro era con patrullas de soldados y, dadas las circunstancias, era poco probable.

Siguió caminando sobre las calles de tierra ente callejuelas, casas y un par de plazas hasta llegar a una zona llena de animales de granja.

Los confines de la ciudad.

Pasó junto a las cercas que mantenían encerrados a los aún dormidos animales y continuó hasta el inicio de una pequeña colina en la que había un alto árbol, sin dudar, se aseguro la mochila a la espalda y empezó a trepar hasta la copa sin demostrar demasiada dificultad.

Una vez allí se recostó al árbol y sacó de la mochila un trozo de pan, mientras lo comía, empezó a observar más allá del horizonte, mucho mas lejos que cualquiera podría ver, a la espera de que, como siempre desde hacía 11 años, no ocurriera nada que necesitara alzar la alarma.

Después de un largo rato la muchacha se rindió al cansancio y se quedó dormida, hasta que una voz la despertó de súbito.

- "Ha llegado la hora"

- ¿Eh? - dijo dando un brinco.

Por puro instinto intento ponerse de pie habiendo que casi cayera al sobresalto pero logró mantener el equilibrio aferrándose al troncó. Entonces se dio cuenta de que el sol ya había salido y todos los habitantes estaban en las calles preparándose para su rutina diaria.

- ¡Rayos, se me hará tarde! – dijo bajando del árbol dejándose caer de rama en rama.

Salió corriendo por las calles sin prestar atención a los que la saludaban. Corrió por las calles hasta llegar a una plaza frente a la cual había un gran edificio color blanco desgastado con un reloj en la entrada, que tenía hora y media de atraso, con un hombre montando guardia en su entrada.

- Buenos días – dijo fugazmente mientras pasaba el portón

Pero el hombre no le contesto, como de costumbre, y salió corriendo por un pasillo hasta una de las aulas. Cuando estuvo por abrir la puerta escucho que una voz decía.

- ¡Alex Wildheart...!

- ¡Presente! - dijo abriendo la puerta jadeando.

Toda la clase giró la cabeza a la puerta mientras el profesor, un hombre de unos 35 años de pelo negro que se aclaraba en la nuca, usaba anteojos cuadrados.

- Ajá, te has salvado otra vez por los pelos – dijo garabateando algo en su carpeta, Alex supuso que estaría marcándola en la asistencia como "presente" y "a tiempo" – no entiendo cómo puedes ser la primera en despertarte y la última en llegar...

Doriji el Reino de las MonedasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora