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Los soldados tenían casetas repartidas por todo el pueblo para proteger a los ciudadanos, aunque no es que hubiera mucho de que protegerlos, y para mantenerlos vigilados y para informar al rey de cualquier asunto que resultara sospechoso.

Las casetas contaban con una cocina y un pequeño bar, con sus respectivos cocinero y un cantinero. Debido a esto eran pocos los soldados que realmente participaban de la vigilancia, el resto se pasaban el día comiendo, bebiendo o durmiendo.

La familia de Jorul ha vivido al lado de una caseta desde antes de que él naciera y desde joven se pasaba el día espiándolos y contando historias que para muchos eran realmente ridículas. Ya pasado el tiempo Jorul nunca se mudó de esa casa y siendo ya un hombre aún sigue contando esa información que todos consideran absurda.

Alex pensaba que hacia pedidos para matar dos pájaros de un tiro, por una parte para atender las necesidades de la vieja casa y por otra para hablar con alguien que si le prestaba atención y le importara lo que decía.

Alex pasó por la callejuela que llevaba a la casa de Jorul y escucho las carcajadas de los soldados y soltó un suspiro "Si de estos hombres son los encargados de proteger la ciudad tendremos muchos problemas cuando esto empiece" pensó.

Pasó de largo la caseta, llamó a la puerta de la casa junto a esta y espero. La casa no era muy grande, una forma de describirla seria estrecha, como si al construir a su alrededor la hubieran empujado, obligando a hacer espacio, por esa razón la casa seguía hacia arriba, el primero era la sala, lo seguía la cocina y una habitación extra, luego de estos estaba la habitación de Jorul con un pequeño balcón con una escalera que deba al tejado.

- ¡Ya voy! - dijo la voz de Jorul, algo ronca, Alex pudo escuchar como bajaba las escaleras debido a los pasos sobre la madera, la puerta se abrió presentando a un hombre alto, alrededor de sus 49, con algunas canas plateadas en la rubia cabellera pero rebosante de energía y vitalidad. Definitivamente era Jorul.

- Hola Jor - dijo Alex animadamente tomando un par de troncos y poniéndolos en el interior de la espaciosa casa sin esperar que le diera permiso a pasar, no hacía falta - supongo que tendrás una buena razón para hacerme arrastrar esto por todo el pueblo ¿verdad?.

- ¡Efectivamente! - dijo animado, ayudándola a meter los troncos rapidamente - ven, vamos, deja la carrera adentro, luego barro la tierra que deje.

- Lo que tú digas - respondió casi riendo - ¿donde esta tu pequeño grupo?

- Están en el Centro - explico soltando un suspiro - algunos días prefieren pasarlos allí que encerrados aquí hasta media noche, cuando salimos.

- Ya veo...

No era la primera vez que entraba a la casa de Sorul, había entrado en otras ocasiones como aquella que decía haber descubierto algo de suma importancia o solamente para pasar el raro, a veces se les unía Ninn e incluso Teodore. La casa era bastante antigua pero Sorul la mantenía en buen estado, era casi imposible encontrar polvo, la única cosa que podría delatar el desgaste de la casa eran los muebles y la alfombra de la sala, que podían oler un poco, Alex no lo toleraba, por eso cada vez que ella venia de visita encendía la chimenea para que el olor de las brasas disimulara el de los antiguos muebles. Jorul cada año pedía ciertos materiales y la ayuda de algunos empleados, los que no variaban mucho, siempre incluía a Alex y a Ninn, también los acompañaba un soldado, Teodore, juntos pasaban un rato entretenido, al punto que reparar las necesidades de la casa no parecía una tarea ni lo mitad de agotadora que era.

Jorul la guio a través de la sala, amplia y llena de muebles, cubierta en su mayoría por una alfombra, con unos escalones pegados a la pared y, al lado derecho de esta, una chimenea, el penetrante olor de los antiguos muebles la hizo estornudar, y la llevo a una habitación que estaba a los pies de la escalera en la que había una ventana y un artefacto que Alex reconoció al instante, era la radio-grabadora de Jorul.

Doriji el Reino de las MonedasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora