Médica

3 0 0
                                    

"Realmente era pulcra." Eso pensó Kal mientras abría poco a poco los ojos. Recordaba que su pecho le había ardido bastante. A un lado de su cama se encontraba su túnica ocre, chamuscada por el centro. Eso confirmaba su teoría.

El monje Jacobi había proyectado su elxa hacia él. Elxa era la afamada arte que los monjes vivían encerrados desarrollando. La razón entera de su existencia.

La religión dictaba que Dios le había dado a todo un nombre y a todos los había que tenían nombre se les había otorgado Elxadir, el poder de cambiar al mundo.

Había tres tipos. Elxa, que consistía en crear energía, calórica o cinética y dispararla por las manos. Con un gran control podías sostener cosas 100 veces más pesadas que tú, como si fuera nada.

Sostener y controlar cosas por medio de elxa se le llamaba Xala. Se usaba en el arte y en la construcción.

Supuestamente la punta de la torre del Templo Mayor. Los últimos 10 metros, eran un mismo pedazo de una sola montaña, esculpido a las necesidades de un maestro cuyo nombre se había perdido.

Luego estaba el Élar. Usabas tu elxa para curar, supuestamente eso se practicaba en la Médica pero nunca lo había visto en acción.

Elxa, Xala y Élar eran las tres bendiciones para los que tenían nombre.

Kal se sentó y miró al techo. Alcanzó a ver en la cabecera de su cama el símbolo de los Ocres, un circulo con un triángulo, la base del triángulo justo por la mitad del círculo pero más largo.

La razón por la que toda su cuadrilla tenían nombres tan cortos y simples era que sencillamente no tenían nombres.

El sufijo -al significaba círculo. Se usaba en los nombres para llamarte "la cosa en si". Si alguien quería dedicarse al Pequeño Principe por ejemplo, debían encontrar el nombre de la Luna en el Templo Mayor y agregar -al.

El monje que había curado a Nal, aquella vez se llamaba Heilenal. "Heilen" en el Idioma Antiguo significaba "Curar."

Los Ocres recibían su designación según las runas del Idioma Antiguo, y el sufijo -al. Pal siempre le decía a Nal que agradecía haber dejado que le robaran su lugar, porque odiaría designarse Oal.

A Kal le gustaba pensar que esa era una razón cósmica para que él y Jal estuvieran juntos. Cuando Dios escribió el mundo, puso la J y la K juntos. Aunque no entendía bien que significaba la runa J y la runa K, o cómo escribirla.

Se escuchó un ruido y cuando Kal intentó levantarse para ver qué era se dio cuenta. Su pecho estaba vendado. Pero tenía gasas pegadas en un patrón extraño en todo su torso, y estaba amarrado a la cama.

Intento forcejear para darse cuenta que lo habían amarrado firmemente y sin mucho espacio para soltarse. Intento voltear por la ventana. Veía un poco de cielo y la muralla que rodeaba la abadía. Lo habían puesto en una de las habitaciones superiores.

Una ola de pánico lo llenó de repente. ¿Cuánto tiempo había dormido? ¿Qué le había hecho el monje Jacobi?

Aunque los monjes abusaban como querían de los Ocres, si uno se defendía, estaba en su derecho. Las autoridades de la Abadía nunca se metían a resolver disputas de Ocres, pues era una perdida de tiempo para ellos. No había reglas que protegieran a los monjes o a los Ocres.

Quien quisiera resolver las cosas por su propia mano era bienvenido pero, ¿un monje con poderes divinos contra un Ocre? Era mejor agachar la cabeza a salir quemado.

Lo que Kal no entendía era porqué estaba encadenado. El no había iniciado la pelea, no había cometido algún crimen.

Había desperdiciado comida al meter su zapato en el plato de avena pero eso se castigaba quitándole una comida o quitándole los zapatos, no encandenándolo.

La Cadena de HalicDonde viven las historias. Descúbrelo ahora