La Muralla

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La figura delgada y el hombre semidesnudo aterrizaron poco después. Sus caídas eran pesadas, como si hubieran saltado dos metros abajo, no los casi 30 metros que realmente habían sido.

-¿Cómo llegamos al techo? - preguntó la mujer.

El del torso descubierto giró un poco desconcertado como intentando ubicarse. Al final señaló la esquina opuesta a través del largo salón del comedor.

-Por ahí- dijo él. -pero habrá que hacer algunas remodelaciones.

Los tres se movieron excepto Kal que se quedó congelado. Los tres notaron que Kal no se movía y lo voltearon a ver.

-Hay una escalera que lleva directamente al techo, por la cocina. - dijo Kal con una voz temblorosa. Señaló la cocina. -la usamos para secar los manteles al sol. También hay algunas plantas...

Su voz se apagó. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué ayudaba a estas personas? Entraron en la abadía. Aniquilaron a todo monje que se les cruzó en su camino. Y si mal no había escuchado lo llamaron paquete, lo que técnicamente convertía esto en un secuestro.

Por otro lado, ¿porqué no ayudarlos? Lo monjes siempre fueron unos bárbaros con él. Lo golpeaban, se burlaban de él. A los niños ocres los espantaban diciéndoles que si no se portaban bien, el abad se los comería.

Toda su vida había sido un esclavo y encima, había sentido en carne propia que tan malvados podían ser. Los monjes lo habían torturado.

Kal podía sentir la sangre de sus heridas reabiertas por todos los jalones, gotear y manchar su ropa a medio desgarrar.

Rítal se dispuso a llevárselo pero entonces la mujer levantó la mano, deteniendo a Rítal.

-¿Vienes? - dijo la mujer. -su voz era metálica y seca. La pregunta resonó en el aire. Parecía que el tiempo se había detenido, y el ruido de las alarmas distantes se apagaba.

Kal levantó la mirada decidido, y asintió con la cabeza. Los cuatro emprendieron su viaje a hacia la cocina.

Al entrar en ella. Estaba completamente desierta. Varias calderas estaban prendidas y chorreaba el líquido hirviendo. Kal se apresuró a apagar todo.

-¡Deja eso!- grito el hombre con el torso descubierto. -¿Por dónde están las escaleras? -

Kal seguía apagando las estufas.
-Sí no apago los calentadores van a estallar. -dijo Kal.

-Excelente - dijo el hombre. - Así cubrimos nuestra retirada.

-¡No!- gritó Kal. La cocina era un lugar muy importante para él. -La cocina no es solo esta sala. Hay 4 más que comparten la misma línea de combustible. Estoy seguro que hay Ocres escondidos en alguna de las otras.
-¡Qué diablos es un Ocre!- gritó el hombre.

Entonces se escuchó un clic. Ambos voltearon y vieron a la mujer apagando las llamas de una estufa.

-Hay dos niños escondidos en el gabinete frente a ustedes. - dijo ella calmadamente.

Ambos dejaron de forcejear. Dentro del gabinete se escuchó un ruido. Como una leve patada y un chillido.

Kal y el hombre se quedaron quietos. La mujer terminó de apagar las llamas restantes.
-Las escaleras están por aquí, ¿verdad?- dijo ella avanzando hacia unas escaleras escondidas en una alacena.

-Sí- dijo Kal sin ganas. Volteo a ver el Gabinete pensando en si debía abrirlo. Era mejor no hacerlo. Escondidos estaban a salvo, además, probablemente no los conocía ya que esa no era la cocina de su cuadrilla.

Los cuatro subieron por las escaleras estrechas varios pisos. Avanzaron por algunos pasillos hasta llegar a la cornisa.

-Detónalo.- dijo la mujer.
Rítal tomó un pequeño detonador y se escuchó una explosión a lo lejos.

La Cadena de HalicDonde viven las historias. Descúbrelo ahora