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Me diagnosticaron ansiedad a los trece, en aquellos tiempos sufría de un bullying excesivo en el colegio. En ese entonces mi tía vivía ensimismada; estaba a punto de casarse con el tío Richard. Para luego cumplir su mayor objetivo: la inseminación artificial. El caso es que, mi tía tenía serios problemas para fecundar y literalmente, según mi memoria, eso era todo lo que le importaba en el mundo.
»Una tarde, el consejero me encontró llorando, dijo que podía confiar en él, así que le expresé mis miedos, mi situación, y me acompañó esa tarde a casa. Obligó a mi tía a llevarme a un psicólogo.
—Si usted lo ve necesario, pues vale. Accederé —Contestó mi tía ya en la puerta, despidiéndose del señor Mark —.
—Qué cosas tan descabelladas me contó tu consejero, Tyler. ¡¿Homosexual?!, Eres sólo un niño que no puede sacar tantas conclusiones, ¿se ha vuelto loco? La única razón por la que accederé, es porque no quiero que la gente de adopción siga molestándome por esta situación... —Se movía de un lado a otro, como si hablara consigo misma —Mañana faltarás a la escuela, iremos al consultorio que me recomendó este tipo. Es todo, ve a tu cuarto, debo hacer unas llamadas.
»Y me retiré en silencio, llorando... tragándome mis sentimientos y aflicciones. Era muy raro que instalara una conversación con cualquier persona, solía tener una respuesta excesivamente nerviosa ante una situación común; o más o menos eso oí en el consultorio al día siguiente.
»—Ha sido el constante rechazo hacia él, que le ha causado este trauma social, básicamente le es difícil exteriorizar sus sentimientos, por miedo o angustia ante la reacción de todos a su alrededor —Tía Maddy no decía palabra alguna —.
»No sirvió de mucho, yo era cada vez más hermético y menos comunicativo, en la visita mensual de las personas de adopción, se dieron cuenta de la gravedad de mi personalidad. Le dieron un ultimátum a mi tía, conseguirme una ayuda más profunda, o la demandarían o algo así, y allí comenzó la travesía de consultorios y el sacerdote. Una amiga íntima de mi tía, fue la encargada de mi diagnóstico, la inseminación artificial fallida y la amenaza de demanda, hizo que mi tía cayera en una profunda depresión. Así que accedió a concentrarse en mí, Meghan era morena y alta, su cabello corto lo cuidaba bien y era de las pocas personas que me agradaban en el mundo —.
»Es ansiedad compulsiva, Mad —le dijo a mi tía una mañana lluviosa en su consultorio, en el centro de Seattle —Empeora con el tiempo, pero es algo que puede controlarse, debes intentar ser más comunicativa y comprensiva con él. He visto su calidad académica; ese chico es increíble —continuaba la psicóloga —Debes encargarte de que exteriorice su luz interior, eres el centro de su mundo, depende de ti para creer en si —.
Aquella tarde tía Maddy salió con los ojos un poco rojos, del consultorio; pero me sonreía, fuimos por helados y durmió conmigo aquella noche.
Con el tiempo, me volví más feliz, aunque de vez en cuando aparecía llorando, tia Maddy estaba ahí, para consolarme, para recordarme lo grandioso que era.
Pero basta ya de mis tragedias. La casa-cabaña de mi abuelo, quedaba cerca de Main Street, era un vecindario acogedor, con jardines bien cuidados. Los trazos del atardecer, fluían en el horizonte, me pareció fascinante. Aparcamos fuera y me bajé para coger las maletas.
—Deja que te ayude —Me dijo el abuelo, cogiendo una de las maletas, yo asentí y cogí la otra, junto con el telescopio —.
La casa-cabaña estaba pintada de un blanco pálido, con la puerta azul oscura, lucía grande, me pregunté si el abuelo recibiría visitas constantemente o algo así. Su jardín, por supuesto, no se quedaba atrás. Tenía rosas silvestres alrededor de la escalerilla para subir a la puerta principal y una serie de margaritas pequeñas, probablemente recién plantadas; tenía que admitirlo: Bigfork me estaba fascinando.
—Hogar, dulce hogar —Pronunció, Abrió la puerta y quedé muy sorprendido:
El piso de una madera oscura muy bien pulida, un candelabro en el techo a juego con los taburetes que se veían al fondo, en la cocina. Un toro disecado con cuernos en la pared izquierda, era el símbolo de Montana, y bajo éste un sofá con cojines evidentemente cómodos. Las paredes eran de una madera clara, el lugar era elegante y rustico a la ves. No recordaba este lugar, como dije, era muy pequeño cuando solía venir.
—Ventajas de ser carpintero —Rió el abuelo junto a mí —.
—El mejor del condado —Le contesté y el asintió —.
—¿Te gusta? —Me preguntó —.
—Sí... es... vaya, muy hermoso —estaba realmente encantado —.
—Me alegro mucho —contestó, alborotándome el pelo —Hay tres habitaciones, la tuya es la del fondo, arriba. Si quieres te ayudo a desempacar —se ofreció el abuelo dejando la gorra en el mueble y mirándome expectante —.
—No, no, yo puedo abuelo. Tranquilo —.
—Vale, iré por las cosas de pesca que dejé en la camioneta, descansa y ya mañana te enseñaré el pueblo. llámame si necesitas algo —Asentí y me encaminé a las escaleras —.
Entré a la puerta del fondo, era mi habitación. Mi cama era grande, y la colcha era cómoda. Aparté las maletas y la mochila. Me sentí sumamente relajado y tranquilo. Abrí la ventana y sonreí al horizonte; donde el sol casi desaparecía. Suspiré profundamente hacia ese mismo sol, que me hizo sentir diferente, pero igual, que me transmitía calma ante la tormenta de emociones que se aproximaba.

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Amor de atardecer
RomanceTyler ha estado en una constante búsqueda, de quién realmente es y cuál es su posición en el mundo. Sin amigos, mortalmente aburrido y tras un lapso escolar sobresaliente, decide ir a Bigfork a pasar las vacaciones de verano con su Abuelo. Obseso...