Sobre la almohada de plumas se desparramaba la melena dorada del solitario cuerpo juvenil. Apenas unas horas antes el espacio a su lado estaba ocupado por el Conde, deseado por todas las jovencitas casaderas y jovencitos, entre estos su primo adolescente, Yuri, tentó adormilado el espacio solo encontrando las sábanas frías, por lo que de inmediato se incorporó de la cama en busca de su preciado Vitya, el amor de su vida y con el que juró que se casaría una vez cumplidos los dieciséis años.
—¡No puede ser! —Le había costado una veintena de copas de vino especiado para poder colarse en la alcoba de su primo y seducirlo al fin, así Nikolai lo obligaría a casarse con él para limpiar su honor, tenía todo fríamente calculado. Rápidamente cubrió su desnudez con el albornoz que encontró a su paso, él era todo un tigre de hielo, aunque estuviera punzando el trasero lo encontraría, buscaría en cada rincón por toda la casa.
—¡Viktor! ¿dónde estás anciano? —gritó por los pasillos hasta que una de las mucamas llegó a darle alcance.
—Señorito Yuri... el señor Nikiforov partió muy temprano —la pobre mujer fue zarandeada a la expectativa del rubio por tener más detalles.
— ¿Qué dices? ¿a dónde se fue? —sentía que el párpado le palpitaba, ¿qué se creía ese calvo?, abandonarlo en la cama como una vulgar meretriz.
— Se embarcó en el Ice Castle, al parecer tenía asuntos pendientes fuera de la ciudad —Yuri al escuchar solo blanqueó los ojos y cayó de espaldas a las duelas amortiguando el golpe con la alfombra.
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Algunas millas lejos de la costa, la olas rompían su viaje contra la embarcación Ice Castle, en la proa se encontraba el peliplata extendiendo sus brazos para sentir como el aire liberaba su espíritu aventurero, su lacio cabello se mecía siendo acariciado por la brisa marina, de entre los rincones del costado una mirada color avellana fijaba su atención en el codiciado Conde.
— Su fortuna es cuantiosa, esta noche debes ponerte en acción, recuerda que gastamos lo último que nos quedaba de la herencia de tu padre así que por favor Yuuri, no desaproveches la oportunidad —advierte Yuko, quien era mejor amiga de Yuuri Katsuki, un cazafortunas japonés que estaba dispuesto a exprimir hasta la última moneda a ese hombre.
— Ese tipo será todo mío, me acompañaras al baile... ponte el traje de mucama, será la última vez —entrelaza los dedos con los de su amiga, después de esa misión no volvería a fingir que era su sirvienta.
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Esa noche era bastante especial, la gente de primera clase se paseaba por la cubierta con sus copas llenas de finos vinos para deleitarse del cielo estrellado, al fondo a orquesta hermosas melodías regalaban a los pasajeros, regocijaba de emociones y sueños a quien lo escuchara, Nikiforov no era la excepción, con sublime imaginación danzaba en solitario como si el resto de la gente no existiera, hasta que el ritmo cambió a uno más atrevido y seductor, se detuvo en seco, pues su atención se vio captada por el dios eros en vida, ese traje negro ajustado sobre esas piernas, esas caderas lo hipnotizaron.
El saco color negro con destellos se complementa a la perfección con su estilizada figura, era atrevido pues la gasa de la que estaba elaborado el saco, invitaba a querer ver más de esa piel, su cabello azabache danzaba con la misma gracia, sus ojos avellana parecían devorar su ser.
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El Ruso después de esa noche cayó completamente rendido ante los encantos de Yuuri, fue casi hipnótica su danza, quizás para algunos presentes era irreal que este tomara una decisión tan precipitada, pero nadie se atrevía a contradecir a Viktor, quién se caracterizaba por ser una persona sumamente impulsiva para tomar decisiones en su vida. Posiblemente quien tuviera el valor a oponerse, estaba a muchas millas de distancia; Yuri Plisetsky, pese a su juventud era quién acostumbraba a echarle en cara su impulsividad.
La cubierta del barco se encontraba decorada con telas finas en color blanco, además de improvisada decoración con conchas marinas a falta de ramos de flores adecuadas para una boda, al centro frente al capitán, la feliz pareja escucha con entusiasmo el discurso de este.
— Por el poder que el Zar me confiere como capitán de esta embarcación, uno a esta amorosa pareja, Conde Nikiforov ... y de la dinastía Katsuki... el señorito Yuuri, los declaro ante las leyes Rusas como esposos, ¡Felicidades a los recién casados! — el vitoreo no se hizo esperar, toda la élite aplaudieron casi al unísono al conde y su consorte japonés, algunas morían de la envidia porque se sentían con más derecho por ser rusas y mujeres que podrían parirle un hijo al guapo Conde, no como ese extranjero inservible.
— ¡Amor mío bésame! —gritó emocionado formando su clásica sonrisa tierna, el japonés se ruborizó, ahora al contrario de la noche anterior, parecían toda un manso corderito.
— Vik... —no pudo terminar de hablar al serle arrebatado un demandante beso.
— Soy el hombre más feliz, llegaré con mi bello esposo a Tuapsé donde nuestra mansión nos espera, te va encantar Yuuri —besó la punta de la nariz con mucho cariño — si mi madre estuviera viva se vuelve a morir, ella quería que me casara con una doncella, ya sabes para que la hiciera abuela y pero ni hablar, me enamoré de mi cerdito así que la herencia de mamá irá a dar a las arcas de mi tío Plisetsky y la construcción de su mina. —Katsuki escuchaba atento el relato de su ahora marido, convencería a Viktor de adoptar un hijo, así tuviese que obligar a Yuko a abrirle las piernas a algún tipo en el mismo viaje o al llegar a Tuapsé.
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En una algarabía total fue recibido en el puerto el tan afamado Ice Castle, en primera fila los hombres de sociedad esperaban con ansias el descenso del Conde Nikiforov, retiraban sus ridículos bigotes como felinos al acecho para proponer jugosos negocios, las mujeres con disimulo ajustaban sus corsets haciendo casi explotar sus senos en apoyo de sus maridos, al menos intentarían captar la atención del conde con un poco de coquetería, ¿y por qué no?, quizás en lo clandestino toquetearse con ese adonis.
Nadie se esperó verlo bajar pavoneándose del brazo de un joven azabache, razón por la que ocasionó un poco de incomodidad a las señoras que pretendían llegar ante él con doble intención, en cambio los varones no disimularon en recorrer tan buenas caderas que poseía ese chico tan exótico, verlo así tímido casi acurrucado a Conde les provocaba despertar sus pensamientos más perversos.
— ¡Les agradecemos la bienvenida, mi consorte y yo estamos felices de estar aquí! —agradeció mostrando su hermosa sonrisa — Estamos muy cansados por el largo viaje, pero en dos días estaremos esperandolos en nuestra propiedad — levantó su diestra enguantada señalando la cima que sobresalía con la enorme hacienda a la que venía a tomar posesión. Un graznido distrajo a Yuuri del discurso de su marido, buscó el origen de tan desquiciante ruido, encontrando un ave de negro plumaje parado sobre un farol, lo miraba fijamente, podría jurar que los ojos del animal, de un negro profundo como pozo centelló por una fracción de segundo en un escarlata vivo, sintió sus piernas temblar, por lo que tuvo que aferrarse al brazo del Ruso hasta que el animal emprendió de nuevo su vuelo.
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El consorte del Conde
HorrorA principios del siglo XIX el Conde Nikiforov recibió tierras en la región de Tuapsé en su natal Rusia, en aquel viaje conoció a deslumbrante belleza asiática del cual quedó prendado y buscó insistente desposarse con el Japonés. Así Yuuri de la dina...