Capítulo 2

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Esa misma tarde, después de muchas semanas fuera de Rusia, al fin arribaría el barco de Viktor. No podía faltar su flamante esposo en el muelle junto a otras esposas, su inseparable Yuko le hacía compañía mientras las gaviotas revoloteaban alrededor de la costa.

Ver el mar romper en el muelle con las agitadas olas lo remontan a un paisaje similar. Tan fresco el recuerdo de ver salpicada su nívea cara de gotas de sangre. La mente de Yuuri divagaba en sus propios recuerdos, dolorosos y humillantes. Débil e inseguro, debía enterrar en lo más oscuro y profundo de su cabeza, aún temía; la coraza trás la que escondía todo ese pasado tormentoso amenazaba con resquebrajarse y experimentar un ataque de ansiedad.

Ahí estaba luchando por oponerse al destino de ser vendido a los tipos del barco. Yuko fue arrastrada mientras lloraba e inútilmente suplicó por ser liberada.

Los occidentales entregaron costales de oro a los Wakou, a cambio de doncellas y donceles de alta cuna. Estos piratas habían sido desterrados un siglo atrás, sin embargo, algunos habían permanecido ocultos para vengarse de las familias de aquellos que se atrevieron a darles caza.

Los Katsuki fueron saqueados y masacrados, la misma suerte corrió la familia Okukawa a la cual pertenecía Yuko.

Ambos fueron vendidos, desde ese momento se hicieron los mejores amigos; ese día juraron vengar la sangre derramada, escalar el poder y acaudalarse de dinero. A ellos nadie los volvería a dañar.

—¿Yuuri? —volvió a llamar por tercera ocasión Yuko.

—Lo siento, estaba distraído —excusó rápidamente.

—Bueno no importa, ahí vienen bajando ya —señaló la chica hacia la rampa del barco.

El cabello cenizo de Viktor se agitó por la prisa al descender, su mirada parecía brillar y sus labios curvear en una enorme sonrisa.

—¡Amor! —Sin disimular su emoción cargó por la cintura a su amado, lo giró por el aire como un par de enamorados adolescentes.

Los ojos de Yuuri se centraron en mirar su cuello, soltó un suspiro de alivio.

—Veo que no te lo quitaste, me alegro —Besó la punta de la respingada nariz del conde.

—Para nada, eso me hacía sentirme cerca de ti —Buscó a sus sirvientes con la vista para hacerles señas que se encargaran del vasto equipaje.

—Estoy un poco ansioso... espero no vengas muy cansado, esta noche debes cumplirme —Con tono meloso se le insinuó el japonés cerca de su oído, al separarse el ruso pudo observar el delicioso sonrojo de su consorte, le fascinaba ese aire de inocencia.

Casi a la par, otro buque perteneciente a la nación tailandesa llegaba a puerto.

Algarabía total fue el recibimiento del segundo buque, el artista del pincel más importante de la época estaba desembarcando en el muelle: nativo de Tailandia, un moreno de fuego, alegre de naturaleza y talento innato, mago del color. La novedad del conde disminuyó al instante que las presuntuosas y astutas damas de la alta sociedad captaron la oportunidad de sacar a flote su vanidad, atrás dejaron a los maridos dispuestos a echar raíces a fructuosos negocios con Nikiforov.

Tal actitud de esas escandalosas señoras logró captar el interés de Katsuki.

Ahí lo vio, sonriente, risueño y parlanchín. Phichit Chulanont se hacía llamar aquel artista aclamado, un invitado especial que seguro pisaría en un futuro lejano la residencia Nikiforov, fue lo que pensó el japonés.

Libres al fin del hostigamiento de los vivales señores ricos, el conde pudo emprender el viaje a casa junto a su querido esposo.

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El consorte del CondeWhere stories live. Discover now