Capítulo XXXIII

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CAPÍTULO RE-SUBIDO

En cuanto Liliana, la abuela de Lily abrió la puerta de su casa para recibirla, a la adolescente le quedo en claro una cosa: ella no era bienvenida en ese lugar.

 —Hola abu...

—No nos llames así Lily, para ti somos señor y señora Rowell, ¿te queda claro?

—Si señora —respondió la chica con la mirada baja y cruzando detrás de su espalda sus brazos, brazos que quería extender para abrazar a su abuela.

—Así está mejor —acordó la mayor ante el gesto de sumisión mostrado por su nieta— supongo que estas cansada, ¿no es así?

Lily se limitó a asentir.

—De acuerdo, vamos a tú nueva recámara entonces.

Subieron las escaleras y Lily no pudo evitar asomar un poco la vista dentro de lo que parecía ser el despacho de su abuelo, allí estaba el hombre de cabellos canos y semblante serio, sentado detrás del escritorio, transcribiendo algo en una vetusta máquina de escribir; Laura siempre le había contado a su hija que su padre era un hombre malhumorado porque nunca pudo cumplir su meta de publicar su novela pues, justo cuando le iban a dar su primer contrato editorial, su madre, Liliana, había descubierto que se había quedado embarazada y le habían obligado a casarse.

En cuanto el mayor se dio cuenta de que su nieta le observaba torció el gesto, se levantó de su asiento y cerró la puerta, azotándola con fuerza.

—¡Lily! —musitó la mayor— quiero que esto te quedé claro, nunca trates de establecer conexión con el señor Rowell, ¿okey? A él no le gusta, y menos si interrumpes su trabajo.

—De acuerdo —contestó la aludida.

—¿De acuerdo qué? —espetó la mayor.

—De acuerdo señora Rowell —respondió Lily con la mirada baja.

Prosiguieron entonces su camino hasta que llegaron al final del corredor, allí, Liliana sacó un pequeño juego de llaves, abrió la puerta y le mostró a la adolescente una minúscula habitación.

—Pasa Lily, este será tu dormitorio.

La chica tuvo que morderse la lengua para reprimir el mensaje irónico que ansiaban pronunciar sus labios, es decir, ¿era en serio? ¡Esa habitación era incluso más pequeña que la habitación que tenía en casa de su mamá!

—¿Vas a quedarte ahí parada o vas a entrar? —preguntó la mayor con animadversión.

La chica no respondió, se limitó a entrar a la pequeña recámara.

Y en sí, era muy pequeña. En ella a duras penas cabía una cama individual, una mesita de noche y un armario pequeño; ni siquiera las paredes blancas o el mobiliario mínimo lograba que la habitación se viera un poco más grande, y la ausencia de ventanas no hacía nada para contrarrestar la imagen.

—Ésta era la habitación de los chécheres —admitió la mujer— tuve que adaptarla anoche ante lo inesperada de tú llamada.

—Lo siento —murmuró Lily, aún con la mirada clavada en el piso.

—No te preocupes —dijo Liliana encogiéndose de hombros— igual, el señor Rowell me hizo darme cuenta de que está habitación es adecuada para ti, ¿o me equivoco?

La chica sintió unas enormes ganas de escupirle en la cara a la mujer, decirle que ella sentía que merecía algo mejor, pero decidió acallar ese pensamiento, al final de cuentas, no tenía dinero con que regresar a Omaha ni otro lugar a donde ir.

Vida en Línea (En edición) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora