𝐈𝐤𝐭𝐬𝐮𝐚𝐫𝐩𝐨𝐤

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Primavera de 1938. Durante la Guerra Civil española.

—¿Y si te espero eternamente? Quiero ir contigo...—suplicó la joven de largo y platino cabello.

—Eso no va a pasar, quédate en casa. Volveré tan pronto como acabe todo.—respondió su amado sujetando una bolsa roída por el tiempo llena de algunos trapos y recuerdos hechos fotografías que ella capturó.

—¿Y si no vuelves?¿Y si no te vuelvo a ver nunca más?

—Nos volveremos a ver.

Le besó la frente y la refugió entre sus brazos durante unos minutos que para ambos fueron pocos. Estaban en la puerta de la casa que ambos compartían hacía a penas un año, por las calles caminaba gente de aquí para allá yendo a por provisiones, pero no como antaño. La guerra había provocado que las personas se reclutaran en sus casas, estaba claro que no era una época feliz, se esperaban tiempos mejores.

Otoño del 2000.

—¡Abuela! Dice mamá que te quites de la puerta o cogerás frío...—advirtió una niñita de dorados cabellos que apareció detrás de ella.

—No puedo hija... Tu padre está a punto de llegar, lo sé. Lo presiento.—dijo la anciana en un suspiro. Casi no pudo pronunciar las últimas palabras, la vejez le consumía tan rápido como un cigarrillo encendido. Su voz cada vez se apagaba más, sus arrugadas manos cada vez eran más pálidas y sus piernas, que una vez fueron ágiles, ahora no son capaces de soportar sus pellejos. Pero en la perlada piel de su rostro todavía se vislumbraba que alguna vez fue una hermosa muchacha de la que un guapo y rudo hombre se enamoró sin reparo.

Sentada en su silla de ruedas miraba las nuevas carreteras y aceras recién reformadas. Si su marido lo viera estaría muy contento, a ambos les gustaba montar juntos en bicicleta cuando eran jóvenes pero las dañadas carreteras lo convertía en una difícil tarea. La gente que pasaba por la calle ya la conocían, era la señora que le gustaba tomar el aire en la puerta, ellos la saludaban y ella respondí con un educado asentimiento. Lo que la gente no sabía era que ese día sería el último que la verían bajo ese umbral.

—Abuela...

Verano del 2010.

—¿Ya vaciaste todas esas cajas? Hay más en el coche.—gritó su madre desde la puerta de la casa.

—Siiii mamá—suspiró la joven mientras miraba distraída una foto sentada sobre el colchón que iba a ser su cama.

—No me puedo creer que te vengas a vivir a tu propio piso, la casa se me va a hacer enorme...—se quejó su madre mientras entraba en la habitación con otra pesada caja de cartón—¿Qué miras tanto?—preguntó dejando la caja en el suelo de parqué.

—Esta foto—se la mostró y su madre se acercó para verla mejor.—Se acaba de caer de dentro de un libro.

—Tu abuela—dijo con una sonrisa melancólica.—Siempre en la puerta, pasaba las horas muertas ahí parada, y así acabaron sus piernas—rodó los ojos mientras cogía la instantánea en sus manos. Hacía tiempo que no la veía, ni se acordaba de que existía—Le hice esta foto con mi primera cámara. El blanco y negro le favorecía...

—Nunca entendí porqué pasaba tanto tiempo en la puerta—anunció la joven de cabello dorado, el que heredó de su madre y su abuela.

—Esperaba—su hija frunció el ceño por inercia—Mi padre se fue a la guerra cuando los dos eran muy jóvenes y mamá se enteró unos meses después de que estaba embarazada de mí.—Se sentó al lado de su hija en la cama y se puso la foto sobre los muslos—Tu abuelo no volvió, pero abuela nunca perdió la esperanza de que apareciera por la puerta. Incluso un año después, cuando acabó la guerra, un militar vino a casa informándonos de que había fallecido. Mamá estaba muy enamorada y no se lo quería creer, aunque lo sabía perfectamente.

Iktsuarpok: Salir a la puerta para ver si alguien está viniendo.

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Instagram: rosarioesete

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