𝐆𝐣𝐞𝐧𝐬𝐲𝐧𝐬𝐠𝐥𝐞𝐝𝐞

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Continuación de ❝𝐓𝐨𝐬𝐤𝐚❞

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Llevo ya un mes en casa, casi me estoy acostumbrando de nuevo a la rutina y estoy retomando mis viejas costumbres.

Creo que ya es hora de que me busque un trabajo, tarde o temprano se me terminarán mis ahorros y tengo que terminar lo que dejé cuando me fui de Francia.

Allí pasé la mayor parte de los años que estuve fuera. Sinceramente, eso de viajar y ver mundo era más complicado de lo que pensaba, y yo iba con las expectativas bastante altas. Después de un año, en el que visité Madeira, Alemania y Grecia acabé sin dinero y un poco perdida en un aeropuerto en alguna parte del mundo.

"Pasajeros del vuelo destino Francia, últimos minutos para abordar", comunicó una voz—en un incomprensible inglés—a través de un altavoz mientras me lamentaba sentada en la sala de espera del aeropuerto.

Solo me quedaba dinero para comprar un billete más, para volver a casa o para seguir con aquella locura.

Así acabé en esa ciudad de Francia que todos conocemos, París.

En realidad no sabía como me las iba a arreglar en una de las ciudades más caras del mundo. Con suerte encontré un lugar en el que quedarme a dormir y trabajar a la vez, ahora tengo mucha experiencia en no tirar copas ni romper platos.

Al principio pensé que era una buena idea, me daba para vivir cada mes pero te cansaba mucho. Al final me sentí estancada e infeliz, mi sueño no era ser camarera para toda la vida.

Cada mañana, cuando me recuperaba de las noches de duro trabajo encendía mi antiguo portátil y me ponía a escribir como si estuviera poseída. Eso era lo que me gustaba, lo que me hacía sentir en paz conmigo misma. Pero llegó un momento en que la inspiración se cortó y yo me sentí enraizada en París.

La ciudad del amor me trataba bien, pero aquello que a veces sentía no era amor. Los chicos que me invitaban a copas o a cenar no eran él.

Le dejé atrás porque tuve miedo, miedo de perderle, por eso me fui. A cierta edad eres más orgullo que persona y al parecer me dejé llevar por él. Pero eso ya es otra historia, una muy larga y dolorosa.

Volví y ahora todo es distinto pero nada ha cambiado. Yo soy diferente, la ciudad sigue igual.

Ahora qué voy a hacer con todas esas palabras almacenadas en un archivo de mi ordenador. ¿Tendrán algún valor? Ese es el dilema de todo escritor.

Dos meses después.

El verano se termina ante mis ojos, literalmente. Hace unas semanas conseguí un trabajo de camarera en una cafetería al lado de la playa. Está atardeciendo, mañana es primero de septiembre y hace casi tres meses que estoy en casa.

No puedo negar que no echo de menos viajar pero no puedo seguir huyendo de lo que me puede mantener viva.

He vuelto a encontrarme con muchas personas con las que iba al instituto, están muy diferentes, soy yo la que sigue teniendo dieciocho años en vez de veintiuno.

Estos meses no han sido para nada interesantes, más bien agobiantes. Hablé con mis padres sobre lo que quería hacer ahora que había vuelto y no sé como lo conseguí pero estoy matriculada en la universidad. Dentro de una semana seré universitaria y llevaré una vida normal.

Una semana después.

Aprieto contra mi pecho la carpeta en donde llevo todo el material necesario para mi primera clase. Camino por el campus hacia el aulario donde darán la clase de presentación de Literatura, estoy muy nerviosa y me siento un poco sola. Toda la gente a mi alrededor está acompañada, en cambio, yo parezco un bicho raro.

No tengo palabras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora