Capítulo 11

8 2 0
                                    

Los soldaditos me llevaron hasta la enfermería que extrañamente no había sido asaltada aun. Me sentí un preso yendo hacia guantanamos, al fin y al cabo, tener cuatro guardias bien armados custodiando a una chica débil e inocente como yo era demasiado. Quizá no tan débil, ni inocente pero estaba esposada y amordazada. Poco podía hacer.

Deseé en múltiples ocasiones que apareciera alguno de los presos huidos. El "Cara cortada" habría sido una buena opción; con esos poderes que parecía tener derrotaría a los guardias sin dificultad. Pero la suerte no llegó. ni siquiera un loco con un fusil disparando porque si. Absolutamente nada. Les solté de sus celdas y ni siquiera me servían para liberarme en mi peor momento. Inútiles de mierda.

Cuando entré en aquella sala pude sentir un ligero olor a medicinas y a enfermedades. Un escalofrío me recorrió la espalda al ver al doctor Stralinov. Era el vivo retrato de un zombie; unas grandes ojeras, lleno de arrugas, medio calvo y con la piel caída por la edad. Si me hubieran dicho que era la muerte que venía a buscarme, no lo hubiera dudado ni un segundo.

—Doctor, la jefa Rodriguez ha ordenado que se cure la herida en la espalda de la prisionera —comunicó el guardia que parecía tomar el mando en el grupo—. Le esperaremos fuera, cualquier problema de un grito.

—Me encargaré de ella, pero quiero que le quiteis las esposas y la mordaza —dijo el doctor con tono autoritario—. No puedo atender a ningún paciente atado y amordazado, es inmoral e incómodo.

Asintió y cumplió con las peticiones tras unas pequeñas quejas que fueron desestimadas totalmente por Stralinov. Luego simplemente salió fuera de la enfermería, dejándonos a solas en el interior. Su sonrisa bondadosa y sus pequeños ojos libres de maldad me provocaron que me estremeciera de nuevo. Las buenas apariencias solían esconder a las peores personas, nunca me fiaba de alguien bueno.

—Bien, vamos a dejar una cosa clara —establecí desde el primer momento—. No pienso permitir que uses ningun tipo de máquina rara en mi. Espero que te quede claro.

—Sin problema alguno. Su herida se ve desde aquí, joven —dudó durante unos instantes— Creo que lo mejor sería usar la máquina cicatrizadora "NEES" para tratar las heridas rápidamente.

Fue muy confiado por su parte pensar que le dejaría usar un aparato que implicaba lanzar unos láseres de gran potencia sobre una herida para cerrarla. Sobretodo, sabiendo que la potencia se podía aumentar hasta el nivel de quemarte viva. No me parecía agradable, pero tuve una gran idea.

—Podemos usarla, pero solo si me dejas hackearla antes con mis implantes —sonreí mientras me colocaba frente al panel de control—. Si la manejo yo, sabré que no subiras la intensidad y me matarás con ella.

—Chica lista, adelante.

No tardé más de dos segundos en adueñarme de ella. Encendido, apagado, intensidad, autodestrucción incluso, todo eso estaba bajo mi control ¿Para que alguien iba a poner una opción de autodestrucción a una máquina como esa? Vaya soberana estupidez.

Me quité toda la ropa que cubría mi torso, dejando mis perfectos pechos al aire. Los ojos del doctor casi se salieron de sus órbitas al mirar hacia mi. Me alegró ver esa reacción pues con ella demostraba no ser tan bondadoso como parecía al principio y cuando miré hacia su pantalón pude comprobar que tenía bastante un lado perverso también. Fue una gran satisfacción para mi.

Me tumbé boca abajo sobre la camilla y activé la cicatrizadora. Sabía que aquello tardaría como mínimo media hora en acabar. Por suerte al doctor, ahora mucho más nervioso que antes, tenía ganas de hablar. Buena noticia para mí.

Al principio me contó cosas sobre su vida. Empezó explicando como había trabajado en aquel lugar por más de treinta años. Vaya locura, casi toda una vida viviendo solo en aquel lugar. En ese momento entendí la rapidez de su erección, estaba muy necesitado de un buen polvo. Aunque a su edad pensaba que les costaría más a los hombres conseguir erecciones tan rápidas. Sesenta años y se le ponía la polla dura en segundos. Si todos fueran así, los creadores de la viagra se arruinarían.

—¿Cómo ha acabado usted con esta herida? —preguntó mientras seguía tratándome.

—Digamos que tenéis bichos muy feos y raros por esta estación de los horrores —dije sin moverme de mi posición, sin ni siquiera dirigirle la mirada—. Podéis montar un circo si quereis, teneis el equipamiento necesario. Os lo aconsejo.

—Aunque no lo crea, no somos los monstruos que usted piensa —se defendió mientras hacía una pausa para obligarme a mirarle—. Lo que hacemos aquí es ciencia y progreso.

—Esto es tortura, la misma que os mereceis todos vosotros, malnacidos —Le escupí mientras volvía a ponerme en pie. Sabía que aunque la cura no estuviera finalizada, sería suficiente para no morir.

Siguió excusándose como podía por un rato al mismo tiempo que me decía que no habíamos terminado. Que debía volver a la camilla para acabar el tratamiento. No lo hice, ni siquiera tuve la más mínima duda sobre ello. También sabía que si avisaba al guardia me llevarían hacia una celda oscura y de la que no podría salir. En ese momento supe que debía usar todas mis armas para salir de allí.

—Doctor, podríamos hacer un trato... —insinué mientras me acercaba a el lo mas sensual posible, aun con mi torso al descubierto— ...si usted me dice donde está la entrada al conducto de oxígeno, yo puedo darle algo que lleva mucho sin experimentar.

Entonces lo besé. 

Sombra infinitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora