Anger Mood

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Ethan's mind.

Logro ver a Mia a lo lejos. Comienzan a temblarme las manos. Ayer estuve casi todo el día con ella y aun así no me imagino llegando a su lado como si nada, como si fuéramos algo. Quiero que nos demos nuestro tiempo. Quiero tomarla de la mano despacio.
Cuando toqué la yema de sus dedos por primera vez, noté lo nerviosa que estaba: temblando, y pequeña, casi encogida en el asiento del carrito, pero firme, dispuesta y abierta al mundo. Sonriéndome. Como si me dijera telepáticamente «Tengo un montón de miedo pero aun así quiero lanzarme al vacío.»

Llevo todo el día de hoy buscándola entre los pasillos, en la sonrisas ajenas, en el color de los ojos de alguien más, pero no hay nadie como ella; no la encuentro en ningún lado. Y, cuando cruzamos, se pasa un mechón por detrás de la oreja y levanta la mano en forma de saludo. A penas mueve los dedos. Veo cómo una fuerza magnética nos empuja a caminar el uno hacia el otro, aunque nunca se logra. Siempre hay alguien hablándole, o pidiéndole un poco de su atención. La mayoría del tiempo, está rodeada de gente que la hace reír, y yo me siento inútil. Pero, en realidad, lo entiendo. Es que con Mia es así. No sabes qué te empuja, qué provoca que quieras perder todas las oportunidades del mundo con tal de estar cinco minutos más con ella y escucharla hablar... *

Y, al fin, pasa. Coincidimos. Nos cruzamos. Ella está sentada con otra chica y yo tengo el camino libre, como si la vida estuviese diciéndome: tanto que peleaste, aquí esta lo que querías.

—Hola, Mia.

Se sorprende, recorre su asiento y me hace un espacio a su lado. (Espero que esto también sea una metáfora de su vida.)

—Hola, Ethan. Emme, él es Ethan. Ethan, ella es Emme.

Su amiga me sonríe, aunque mirándome con los ojos entre cerrados. Le devuelvo el gesto.

—¿Qué intenciones tienes con Mia? —pregunta—. Porque de una vez te digo que Mia tiene un montón de amigos que te cortarían la oreja si la lastimas.

—Lo que menos quiero es hacer eso.

Y es verdad: siento que es fuerte, y frágil. Que puede muy bien sola pero te deja estar a su lado.

—¿Vas a robármela?

—Por favor, cálmate —la regaña Mia—. No te voy a abandonar, déjalo en paz.

—Tampoco me gustan las relaciones de tres —dice Emme —, o sea..., las respeto. Esta bien ser poliamoroso. Pero no es un esquema que quiera interiorizar.

Suelto una pequeña risa y de repente, todos nos volvemos al golpe hueco que estrella contra la mesa. A un chico, lo conozco, es Aren. El otro, no sé ni quién es.

El desconocido es el que ha golpeado la mesa.

—¡Miaaaaaaa!, ¡Pero qué gusto verte!, ¿Quién es este?, ¿Tu novio?

Ella se revuelve, un poco incómoda.

—Si así fuera, ¿A ti qué te importa?.

Aprieta la mandíbula adrede, la empuja con su asquerosa mano, haciéndola acercarse a mí. Le pasa el brazo sobre los hombros, como si quisiera abrazarla. Y me enfurezco. Primero: llegó de la nada. Segundo y más importante: la manera en que la está tocando puede ser considerado acoso.

—Ay, pero si pensé que éramos amigos.

Mia le retira la mano, aunque él vuelve a colocarla donde estaba. Y una segunda vez. A la tercera, lo hago yo. Y el chico no se cansa.

—Mira, no quiero problemas contigo, Jean —responde Mia—, así que voy a pedirte que te vayas, porque no pienso rebajarme a tu nivel.

Me siento impotente porque nadie está haciendo nada. Porque todos observamos, y esperamos, y nos sentimos tan incómodos que no sabemos qué sigue.

—¿Por qué? ¿La silla te queda chica, gorda?

Aren también está tronándose los dedos.

—Ya está bien. Déjala en paz —pone una mano sobre su hombro y trata de retirarlo —. Jean, vámonos. No seas estúpido.

Pero no hace caso. Sigue riéndose y mirando a Mia y Emme con morbo. Su expresión me repugna, nos repugna a todos.

—No, no, primero tengo que decirle a la gorda...

Me levanto de la banca y le pido que se mueva. Que se levante él también.

—Quítate —exijo— no te estoy preguntando.

Como una piedra, sin cerebro, estático.

—No te quiero quitar, pero si es necesario, voy a hacerlo.

Se ríe. Voltea a ver a Aren, como si le pidiera su aprobación.

—No voy a apoyarte en esto — contesta—. Está mal.

Digo, no conozco completamente a Aren. Hasta donde sé, es amable superficialmente pero nunca se hace tu amigo. Así que hace algo que no me imaginé que haría: rodea la mesa, se agacha hasta quedar a la altura de Mia y Emme, y dice:

Perdón. En serio lamento haberles hecho pasar por esto. Es algo que no debería de pasar. Perdón, Emme. Perdón..., Mia. Por todo.

Se pone en pie, le asiento la cabeza en forma de agradecimiento y a Jean no le queda otra más que irse con la cabeza agachada.

Por primera vez en un rato, volteo a mirarla. A ella. A la chica que me gusta.

—¿Estás bien?, ¿Y tú, Emme?

Su amiga dice que sí. Ella también.

—Hace mucho aprendí a no hacerle caso a personas de este tipo, no te preocupes.

Pero no esta bien, lo puedo ver en sus ojos. Y, joder, qué impotencia.

.

*referencia a mi otra novela, ah, vayan a leerla si no lo han hecho por favor.

Si no fuéramos nosotros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora