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—¡Ya llegué!— exclamó al llegar a casa, dejando sus zapatos de tacón en la entrada con una gran sonrisa—

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—¡Ya llegué!— exclamó al llegar a casa, dejando sus zapatos de tacón en la entrada con una gran sonrisa—. No es como si alguien fuera a contestar— susurró para sí misma dejando su bolso en el lugar designado, arriba de la zapatera de entrada; para ser precisos.

Pasó a su hogar, un pequeño departamento en la zona centro de su ciudad, dos recámaras, un baño completo, una sala-comedor y una cocina; por supuesto su cuarto de lavado y nada más; en realidad para una mujer joven y sola es todo lo que necesitaría y no deseaba nada más (aunque podría costear una casa fácilmente), estaba bien con lo que tenía.

Era un día aburrido como cualquiera, lástima que su calma fuera interrumpida por un sonido, casi imperceptible, pero que hizo a Inko ponerse en posición de pelea, tomando el arma que siempre llevaba pegada a su muslo derecho, camuflada perfectamente en la falda de su vestido.

Sonrió con burla al tomarla, la persona que había osado meterse en su casa lo pagaría caro, y sería la primer persona que mataría con esa arma; mango blanco con detalles dorados y algunas piedras preciosas a los lados de color verde, si ponías atención podías leer Inko en dorado cada cierta distancia.

Contuvo la respiración, y volteó a todos lados, mirando las perillas de las habitaciones para notar algún cambio o algo fuera de lo común, inspeccionó de arriba abajo, pero no encontró nada; lo único que quedaba era la cocina, tragó saliva y se aproximó lo más silenciosamente que pudo; y ahí frente a ella, un hombre sentado en su cocina de piernas cruzadas reía tomando agua de una de sus mejores copas de vidrio, que por cierto siempre guardaba celosamente en el fondo de su alacena para evitar algún accidente, una risa ronca la sacó de su mundo.

—No sabía que ya no era bienvenido— dijo el hombre hablando por primera vez en todo el rato, su voz gruesa y rasposa tranquilizó a la joven frente a él—. Y se supone que es mi propia casa.

—Lo lamento— murmuró la contraria bajando el arma y dejando su pose defensiva de lado se encaminó al hombre con una sonrisa.

—Me alegra que quieras usar mi regalo— murmuró el hombre, ambos sabían a lo que se refería, el arma en la mano de la mujer fue hecha especialmente para ella y no era nada barato mandar a incrustar esmeraldas y tallar con oro los decorados.

—Lástima que sea demasiado preciado como para mancharlo de sangre tan pronto— tomó la copa de la mano del hombre, vertiendo el resto del frío contenido en su boca, dejando una ligera mancha de labial rosado natural en la copa—. Por cierto, no me has preguntado cómo me ha ido en el trabajo, ¿no es eso lo que un buen esposo hace?

—No necesito preguntar— contestó el hombre, mirando la puerta de la segunda habitación—. No por nada eres la mejor de nuestra pequeña organización— murmuró acomodándose mejor en su asiento improvisado.

—De todos modos deberías preguntar— dijo la mujer haciendo un puchero dejando la copa en la isla de color blanco justo entre la cocina y el comedor.

Revolution [BNHA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora