Capítulo 4: Isengard.

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De las cenizas del antiguo mundo surgió un nuevo comienzo, blanco como la luz emergió de las marchitas profundidades, creciendo tan alto amenazó con rasgar los cielos, este hundió sus raíces hondamente, extendiéndolas a los largo y ancho de los polvorientos paramos. Para así drenar su energía a todo lo que una vez fue vida a cambio de la suya propia.

– El Árbol de la Vida. Tempus Creature.

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El sonido del tictac del reloj de pared resonaba por todo el despacho, mezclándose con el de mis dedos tamborileando perezosamente sobre la vieja mesa de madera, mi mirada estaba fija sobre él y la de este sobre mí. Ninguno decía nada, cómo siempre, lleve mi vista al reloj de mi muñeca, apenas habían pasado diez minutos de sesión. Estupendo. No pudo evitar hacer una mueca, el desagradable olor a tabaco barato que emanaba de la bola de cebo estaba consiguiendo que mis fosas nasales se quisiesen pegar un tiro.

Volví a llevar mi vista a sus ojos, unos vibrantes orbes azules grisáceos... qué pena, unos bonitos ojos desperdiciados. Hice una señal con mi cara, expectante de más, después de todo (aunque el dinero no fuese mío) no le estaba pagando una pasta a este señor para estar mirando las musarañas. Rectificó, las musarañas serían mucho más agraciadas de ver que a él. Después de todo este dinero lo podría emplear en terapias alternativas más efectivas y baratas. Había visto una botella de whisky el otro día que tenía mi nombre.

"Y ¿Bien?" – Dije finalmente. – "¿Vamos a hacer algo? O ¿piensas estar observándome fijamente?... es que ya te aburriste de tanto porno infantil y has desarrollado un nuevo fetiche ahora hacia tus pacientes" – Pregunté, regocijadme de la forma en la que quebranté aquel serio perfil por un momento.

"Acompáñame" – Se limitó a decir manteniendo la calma. A este hombre deben darle un premio, tener que aguantar a una hija de puta como yo cada semana sin querer partirle la cara no debe ser fácil. Pero bueno del Ray se lo buscó, él es el que sigue empeñado en curar algo de lo que no tiene ni idea.

Recuerdo varios meses atrás, al poco de empezar con él tenía los ovarios tan hinchados de las idas de cabeza del señor, de que si estrés postraumático, que sí depresión, que sí bipolaridad, que sí paranoia y así un largo etcétera de conjeturas. Que un día llegué, me senté y tranquilamente le conté con todo lujo de detalles mi historia. Desde mi nacimiento, pasando por aquellos años sin un camino prefijado hasta la jugosa porción que fue Aldebarán. Su cara aquel día me sigue causando gracia.

Pero bueno, aquello simplemente desembocó en que, dado mi efervescente imaginación, unida a todos los demás problemas que partían seguramente de un terrible hecho en mi vida que me marcó tan profundamente; que la única explicación era que estaba padeciendo una esquizofrenia. O por lo menos así fue como argumento.

Pero aquello sólo era una etiqueta, algo en lo que poder encasillarme, para meterme en un saco, con la diferencia que ese saco tenía un pequeño agujero por el que me estaba escurriendo. Ambos sabíamos que yo no encajaba, pero él no se podía permitir que me desviase de la normalidad, no, era incapaz de aceptar que lo que me estaba marchitando no era eso, que cada paso que daba era un nuevo fracaso. Pero a veces el orgullo puede más que la razón.

Me levanté y lo seguí hasta una de las esquinas del lugar, tomó asiento en un reconfortante sillón de cuero, que tenía pinta de ser costoso, y me invitó a hacer lo mismo, pero es un antiguo diván de piel hermosamente envejecido por el paso del tiempo.

"Pensaba que el psicoanálisis era una práctica en desuso, que la mierda que se metió Sigmund para idear su teoría no tenía ninguna base científica ni mucho menos criterio alguno"

RevivalWhere stories live. Discover now