Amor

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La esponja recorría las piernas lechosas, la diferencia era grande, no había sol, el cuarto estaba oscuro a excepción de la tina, quien a su lado se encontraba una vela, suficiente para alumbrar el cuerpo del rubio, ¿Qué significaba lo que le había dicho su amo? ¿Era malo?, se enjuagó y secó, pensó bastante tiempo lo que debía usar, no sabía si dormiría con su amo o si le seguiría sirviendo como para subir y bajar las escaleras. Dubitativo después de un rato, se colocó el camisón y un vestido blanco, que daba más bien la apariencia de bata de dormir, se envolvió en un chal que el mismo había tejido en una noche de invierno, caminó con lentitud hacia el cuarto de su amo, sudaba por las manos, estaba nervioso pero no sabía la razón, su corazón bombeaba con fuerza, empujó la puerta y entró, se encontró a su amo acostado en la cama mientras sostenía un libro, de pasta dura.

—Adelante, adelante. —Minho cerró el libro, deslizó con calma la mirada sobre su bonito esclavo, una sonrisa ladina se posó en él, maravilloso.

—Yo, bueno...yo. —Respiró hondo tratando de ocultar todos sus miedos y nervios— Ya me he bañado. —Jaló apenas a su costado su vestido para mostrar que era ropa diferente a la anterior-.

Minho se levantó con rapidez de su lugar, avanzó hacia su presa, no podía dejar de sonreír al saber para sí mismo que pronto ese niño bonito sería suyo por completo. Portaba una bata rojo aterciopelada la cual cubría todo su cuerpo, solo dejando visible los dedos de los pies, caminó lento, acechando al menor, al estar frente a él, lo tomó por los hombros para acercarse aún más a él y aspirar el dulce aroma que emanaba tanto de su piel como de su cabello, su altura era suficiente para mostrar autoridad, el pequeño se quedó estático mientras sentía la nariz de su amo pegada a su cabellera, recorriendo con calma hasta descender por su nívea piel.

Segundos después se escuchó un chasquido, los labios de Minho besaron los acorazonados, le besó con suavidad, sintió la tela gruesa y suave entre sus dedos mientras le sostenía por la cintura, observó segundos después el color de la tela, más ansioso no podía estar de poder tomarlo, la vestimenta era como si para que el menor fuese colocado en un atrio divino. Minho bien podía arrojar rosas al menor por la dulzura que emanaba.

Lo tomó de la cintura, pasó su otra mano por detrás de sus piernas y lo cargó, sintió un cálido aliento golpear su cuello, el pequeño había jadeado con suavidad, lo depositó sobre la cama, observó al pequeño quien le miraba fijamente, había miedo y vergüenza, sonrió y dio un corto beso, fue quitando el chal con calma y observando como los brazos delgados y blancos, pasó su mano por dichos brazos y sonrío, el pecho contrario subía y bajaba quizá alterado o quizá nervioso, apoyó su oído contra su corazón donde podía escuchar su dulce palpitar, alzó la vista y observó como aquel labio sonrosado era mordido, se reprochó el no ser el labio ajeno para ser dichoso de una mordida, Kibum era maravilloso, una obra de arte que merecía lo mejor, ver aquel cuerpo estirado sobre su cama le enloqueció, era como si en su cama tuviese a un bonito ángel divino, se alejó de él para continuar desvistiendo y descubriendo más piel lechosa, comenzó a acariciar los tobillos del menor, tenía que admitir que hasta tenía uno bonito empeine estilizado, no tan femenino pero tampoco masculino, era algo que solo Kibum podía tener y aun así verse hermoso, deslizó sus manos ascendiendo por sus pantorrillas y rodillas, en el acto fue alzando poco a poco aquel vestido blanco, escuchó un suave jadeo asustado, las yemas se paralizaron en la cara interna de sus rodillas.

—Shh, shh. —Dijo con suavidad mientras tomaba de nueva cuenta uno de sus tobillos y lo acercaba a sus esponjosos labios, dejó un reguero de besos con tanta suavidad que se sorprendió por el increíble auto control que tenía—No te lastimaré.

Subió poco a poco, le enloqueció besar esos muslos lechosos, vírgenes, carnosos, probó la gloria, dio un suave mordisco escuchando un suave quejido, alzó la mirada que bastó para que el minino reprimiera su quejido próximo, la mirada de su amo era de total dominación y ante ello prefirió no decir nada, Minho succionó aquella piel que se encontraba en sus muslos, succionó con suavidad, no quería perder el control tan fácil, esa era su meta: Controlarse con el minino.

Esclavo perfecto «MinKey»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora