Mis manos llevan el agua fría hacia mi cara, siento cierto alivio aunque mis mejillas sigan ardiendo, un dolor agudo y punzante molesta en mi mejilla derecha justo por debajo del ojo.
Me miro en el espejo, no me había dado cuenta de que estoy llorando. Mi cabello luce desarreglado, mi camisa parece no haberse lavado en semanas y quizás vaya a necesitar un par de zapatos nuevos.
No suelo pasar tanto tiempo mirándome al espejo, hoy mi cabello luce más claro de lo normal y aunque no es rubio o dorado, definitivamente está lejos de ser negro. La luz del lugar reflejando directamente sobre el iris en mis ojos resalta su color café, el resto luce rojizo por el llanto. Estoy seguro de que la mancha roja bajo mi ojo tardará demasiado tiempo en desaparecer.
El sonido del agua al caer me distrae de mi imagen frente al espejo, llevo demasiado tiempo parado aquí, pero no quiero volver al salón de clases.
Al regresar, camino por un largo pasillo donde la iluminación va acrecentando desde ser extremadamente escasa hasta llegar a ser casi cegadora, la luz proviene de un enorme ventanal que por el otro lado resulta ser la fachada de mi escuela. La Academia McCartney es muy diferente a cualquier academia que alguna vez haya visto. Por fuera podría parecer que somos los que con más tecnología contamos en toda la región, aunque por dentro la arquitectura conserva un estilo clásico y elegante. Edificios de vidrio, madera y mármol unos junto a otros.
La chicharra suena y todos comienzan a salir de sus aulas, me perdí la clase de química. No siento tanta culpa como debería pues, en mi opinión, es la clase más aburrida de todas, pero también sé que el examen está próximo y que probablemente no aprobaré.
Sigo recorriendo la escuela sin hablar con nadie, sintiendo las miradas de los demás chicos preguntándose "¿Qué le habrá pasado?" y aunque trato de ignorarlas realmente espero que nadie me reconozca. Me siento avergonzado.
Al dar un par de pasos más una voz grave y enfadosa detiene mi caminar exclamando mi nombre.
"¡Alexander Thompson!" Gritó.
Podría distinguir esa voz entre cualquier multitud, es la voz del prefecto, el Sr. Evans.
Al dar la vuelta lo puedo reconocer fácilmente, un adulto como ningún otro. El Sr. Evans es quizás la persona más elegante que jamás haya visto, me sorprende que siendo tan alto pueda mantener una postura como él lo hace. Sus ojos azules están fijos en mí, puedo notar cierto enfado en su rostro, me mira con una ceja levantada y me escanea.
"Acompáñame" Dice bajando notablemente el tono en su voz, asintiendo lo sigo.
Mientras bajamos por una escalera de caracol pasamos por varias puertas que guardan los archivos personales de todos los alumnos, escucho el rechinar de una puerta cerrando y vuelvo a enfocar mi vista en el camino, de no haber estado tan distraído por lo que pasó esta tarde, inmediatamente me hubiera dado cuenta de que nos dirigimos hacia el salón de castigos. Si paso el resto de la tarde allí mi padre seguro se molestará y estoy seguro de que no quiero que eso suceda, no de nuevo.
Para mi sorpresa, al entrar al salón me doy cuenta de que está vacío. Nunca había notado que es un salón extremadamente silencioso y frío, lo que le da un toque terrorífico.
"Toma asiento" me dice. En este salón su voz suena completamente distinta, no tan agresiva, o es tal vez que siente lástima por mí, luciendo como luzco ahora cualquiera me tendría lástima.
Cabizbajo, tomo asiento cerca de la puerta, en el primer pupitre que encuentro. No estoy seguro de qué es lo que espero escuchar, un regaño, un interrogatorio o una simple charla.
Mientras el Sr. Evans cierra la puerta del salón las palabras que dice abren paso a la segunda opción, un interrogatorio.
"¿Qué rayos fue lo que te pasó?" Me dijo con la misma voz calmada.
No me atrevo a mirarlo, siento mis mejillas tornarse rojas y me doy cuenta de que mis manos están tensas casi arrancando los bolsillos de mis pantalones. Mientras me repite la pregunta levanta mi barbilla, la cantidad de vergüenza que estoy sintiendo supera los niveles comunes. No respondo.
"Me veré forzado a llamar a tus padres" afirma. Mirándolo directamente a los ojos mis labios se separan queriendo escupir mil palabras, pero no emito ningún sonido, el Sr. Evans se levanta del pupitre donde se sentó y abre la puerta.
"Puedes retirarte" me decía mientras me daba una palmada en el hombro.
Abandonado el aula y el edificio me dirijo hacia el autobús escolar, afortunadamente tampoco conozco a nadie allí, no me interesa conocerlos. Recuesto mi cabeza sobre la ventana y cierro los ojos todo el camino a casa.
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La Espera
RomanceEn la vida no hay momentos malos, solo momentos inconvenientes. Puede que no nos gusten, pero son aquellos que nos llevan a comprender quiénes somos y qué hacemos aquí. ¿Es posible que a la llegada de alguien tu perspectiva de la vida cambie? ¿Deber...