Segunda Parte

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Lo primero que recuerdo es el frío. El cambio de temperatura fue muy abrupto. Lo segundo es la sorpresa que me invadió al darme cuenta que ya no estábamos en la terraza.

Me encontraba de pie ante un largo pasillo. El piso parecía ser metálico o bien de algún material con similares características. Estaba tenuemente iluminado, por lo que me fue muy difícil ubicarme en tiempo y espacio.

Comencé a avanzar lentamente, dando tiempo a que mis ojos se acostumbraran a la escasa iluminación.

-Eduaaaardooooo!- dije no muy fuerte.

Mi voz resonó un poco metálica, pero a la vez apagada. Daba toda la sensación de estar en un ambiente cerrado, aunque mi vista dijera todo lo contrario.

Seguí caminando unos pasos más cuando de repente la pared a mi izquierda, que hasta el momento parecía del mismo material que el piso, se desvaneció para ser reemplazada por un gran ventanal que seguía todo a lo largo del corredor. Al principio el cristal estaba oscuro, pero a medida que me acercaba, iba perdiendo su opacidad. Lo que vi a continuación, supera cualquier cosa que pude haber visto hasta ese momento. Se veían estrellas, muchas estrellas.

Creo que me costó un par de minutos darme cuenta que estaba parado frente a una ventana que daba al espacio. Se veían más estrellas de las que había visto en toda mi vida. Fue realmente sobrecogedor el panorama, y si bien no sentía temor, estaba paralizado ante tamaña inmensidad. En la medida que mi mente se iba haciendo a la idea del lugar donde parecía estar, me fui relajando un poco. Acercándome al cristal pude ver un poco del lugar donde estaba. Parecía una gran nave o una "estación espacial" digna de Asimov. Esto no hizo más que generar preguntas en mi ya despejada mente. ¿Dónde estaba yo? ¿Sería esto verdad o un sueño?

La última incógnita se respondió sola cuando Eduardo apareció por el otro extremo del corredor, haciéndome señas para que lo siguiera. No les voy a mentir, se me hizo muy difícil despegarme del cristal para ir con él. Entiéndanme, era la primera vez que veía el espacio.

Caminé, esta vez un poco más rápido, en la dirección donde estaba mi hermano, no sin echarle una mirada de reojo cada tanto por la ventana. Era un espectáculo casi hipnótico.

-Seguime, es por este lado, y no te entretengas- me dijo como retándome.

Doblamos por el pasillo a la derecha, y seguimos por otro, esta vez más corto, que terminaba en una puerta metálica bastante grande. Al acercarnos a ella, una fina línea se iluminó, como partiéndola en dos desde la esquina superior derecha, hasta la esquina inferior izquierda. Luego de esto la puerta se abrió, justo por donde pasaba esta línea, desapareciendo en el interior de la pared.

Ante mí, se extendía una habitación bastante grande, de unos 20 o 25 metros de largo, por otros tantos de ancho. Dentro de la misma había muchas cajas de metal en su mayoría, y algunas de otros materiales similares al metal. El techo era bastante alto, lo que hacía que las cajas pudieran apilarse de a cinco o seis, dejando unos dos metros de espacio para caminar pegado a las paredes. Bordeamos toda la carga de la habitación hasta que dimos con otra puerta, en el extremo opuesto de la misma. El procedimiento de apertura parecía ser similar al de antes. Esta vez, antes de pasar, detuve a mi hermano tomándolo por uno de sus brazos.

-¿Edu, me querés decir qué pasó?- le pregunté con énfasis.

-Vinimos a viajar en la nave.- me dijo sin inmutarse.

-¿En qué nave, de qué estás hablando?-

-Se llama AR-San Martín. Como San Martín!- comentó mientras trataba de quitar mi mano de su hombro como para seguir camino.

El extraño caso de Eduardo MartínezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora