¡Maldita sea! ¿dónde he puesto mis llaves? Todas las mañanas tenía el mismo problema ¿por qué no podré dejarlas siempre en el mismo sitio? Charlie se fue casi a la carrera hacia la pequeña mesita amarilla que tenía en la entrada. Cogió un cuenco de porcelana azul y lo volcó sobre la madera. Se puso a rebuscar entre todas las llaves y trastos que habían caído y ¡sorpresa! Sus llaves no estaban entre ellas.
Volvió al pequeño salón y miró en la barra americana que separaba la cocina del comedor, llevaba el maletín y el bolso en la mano, así que cuando se giró rápidamente para irse a la habitación, tiró una enorme pila de periódicos viejos que había sobre la mesa del comedor.
― Mierda—susurró agachándose a recogerlos.
Justo en el instante en que soltó su bolso en el suelo y se agachó, el pasador que mantenía su pelo sujeto, se soltó. Oh por todos los demonios… recogió los periódicos lo más rápido que pudo y se fue a su habitación a intentar poner el pelo en su sitio. Eran las nueve menos cuarto de la mañana, y entraba a trabajar a las nueve. Iba a llegar tarde otra vez, y Mark le iba a echar la bronca otra vez. Charlie suspiró intentando calmarse, o empezaba a levantarse antes o iba a tener un problema y probablemente un despido que no necesitaba.
Entró en la pequeña habitación, y soltó todas las cosas sobre la colcha beige. Se miró en el espejo y empezó a intentar colocarse las grandes ondas color miel en una media coleta. El pasador no quería sujetar tal cantidad de pelo, pero era lo único que se podía poner. Un día decidió ir a la peluquería después de un agotador y horrible día de trabajo, lo que se tradujo en que acabase cortándose el pelo a la altura de los hombros, por lo que no se lo podía sujetar en una coleta sin que se le cayese.
Y es que ir a la peluquería teniendo un mal día nunca es buena idea.
Se miró en el espejo y no reconoció a la mujer que le devolvió el reflejo, sus ojos marrones no brillaban como de costumbre, tenía unas horribles ojeras y las bolsas de los ojos hinchadas, y por si fuese poco necesitaba darse un repaso a las cejas. Otro problema que tenía Charlie es que a pesar de tener veinticinco años, su cara seguía pareciendo la de una niña. Se la veía más joven de lo que era, y eso con las marcas de cansancio no quedaban precisamente bien.
¿Dónde había puesto las llaves del coche? Nunca las dejaba en el mismo sitio así que nunca sabía donde las había tirado. Empezó a revolver entre las cosas, la cartera, el teléfono móvil, tampax, kleenex y… ¿entradas de cine? ¿Cuánto hacía que no cogía ese bolso?
― ¡Ray!—Charlie volvió a meter las cosas en su bolso.—¿Has visto mis llaves?
Se levantó y se fue a mirar en la cómoda que había al lado de la puerta, abrió el primer cajón y se puso a revolver entre la ropa interior ¿las habría dejado ahí? Era como una broma, no iba a llegar a trabajar y ni siquiera sabía si encontraría las llaves. En ese momento, se abrió la puerta del baño y salió Ray vestido con una camisa blanca a rayas azules y unos pantalones vaqueros. Llevaba el pelo castaño muy corto y mojado y la barba incipiente de tres días, que no tenía pinta de querer afeitarse. Sus enormes ojos verdes miraban a Charlie amables mientras se apoyaba en el marco de la puerta y le enseñaba las llaves colgando de su dedo índice.
― ¿Otra vez Charlie?—Ray le hablaba con tranquilidad, ya estaba acostumbrado a que Charlie perdiese todo cada dos por tres.
― ¿Has visto mis llaves?—los ojos de Charlie vieron que Ray tenía sus llaves en la mano ¡menos mal!
― Eres un desastre cariño—Ray se pasó la mano libre por el pelo y comenzó a acercarse a Charlie.—Un día de estos perderás la cabeza.
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Los Secretos de Charlotte
RomansaObra registrada en el Registro de la Propiedad Intelectual y SaveCreative A Charlie no le gusta considerarse una mujer enigmática. Trabaja de contable para una empresa de publicidad y vive en Brooklyn con su novio Ray, un científico que casi nunca e...