Capítulo 1

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- Ciertamente, Lady Collingwood, no puede dejar que Mary pierda la oportunidad de ser presentada en sociedad este mismo año - le dijo la señora Thomson a mi madre.

- Lo sé, señora Thomson, yo a su edad hacía dos años que fui presentada. Pero no la puedo obligar. La pérdida de su hermana Emily, la ha dejado muy afectada, como a todos; pero a ella especialmente. Y, si añadimos el delicado estado de salud de su padre al asunto, no creo que le apetezca demasiado. - respondió mi madre con preocupación.

La señora Thomson, casada en unas segundas nupcias muy aventajadas, y con dos hijas aún solteras, era igual de hipócrita que mi madre, aunque sin duda alguna bastante menos inteligente, decía que no podía dejar de pensar en el infortunio de esta familia y, ¿cómo yo, la hija de un aristócrata inglés, benefactor de la familia Thomson podía pensar mal? Estaba claro que ella solo quería para mí la inmensa felicidad de casarme con un hombre adinerado que fuese capaz de aumentar el patrimonio Collingwood y por supuesto, seguir ayudando económicamente a la familia del párroco una vez mi padre haya alcanzado la paz eterna.

- Lady Collingwood, ¿Sabe usted si Sir Wightman vendrá este verano a Millerton House? - preguntó indiscretamente.

Mi madre la miró de soslayo, con la boca entreabierta y con una sonrisa forzada inquirió: - Verá, señora Thomson, no le puedo asegurar que vaya venir, la temporada comenzará fuerte este año. ¿No cree que sería una pena que un joven y apuesto como él se perdiera semejantes bailes en los que poder encontrar una buena esposa? - La señora Thomson rápidamente, se dio cuenta que Lady Anna de Collingwood era más que perspicaz, y no pudo contener su apuro.

- Oh, por supuesto. Pero, si le soy completamente sincera tenía la corazonada que este año por fin se daría cuenta de lo buena esposa que podría ser mi querida Violet. Y en cuyo caso, no necesitaría ir a Londres. Además, por lo que tengo entendido a Sir Wightman no le agradan demasiado las fiestas por lo que aquí podría encontrar mucha diversión también. - dio un pequeño sorbo a su taza de té, dando paso a la breve respuesta de mi madre, - Estoy sorprendida, señora Thomson, no tenía ni idea de que se interesase tanto en Sir Wightman­ - puso los ojos en blanco.

- Cielos, ¡no sé qué puede tener de malo mi pobre muchacha! Sé que no es todo lo buena que podría ser dando conversación a un hombre, ¿pero acaso eso importa? Es una muchacha agradable y educada, y sabe mantener la boca cerrada cuando es necesario ¿qué más esperan? - miró a mi madre en busca de una respuesta complaciente; pero de ésta sólo obtuvo: - Desde luego, señora Thomson, una pena que los jóvenes estén cambiando y prefieran a una persona, antes que un jarrón. - roja y avergonzada, la señora Thomson decidió que era hora de marcharse, pues comenzaba a oscurecer. Mi madre pidió un coche, y despidió a la señora Thomson con un aliviado hasta la semana que viene.

Desde mi ventana observé como Charlotte Thomson subía al coche de caballos. La hora del té se había alargado casi dos horas, así que imaginé que mi madre estaría cansada de escuchar las peripecias de la familia del Padre Adams.

Cogí de nuevo la carta de mi primo Andrew. En sus letras había cierto dolor por la pérdida de su prometida, pero yo sabía que no era el dolor que sentía un enamorado cuando la muerte se lleva a su enamorada. Y en parte me apenaba, y en parte me alegré; Emily, se merecía un amor de verdad, auténtico. Uno que nuestro primo y heredero de toda nuestra fortuna y títulos, no podría darle.

Pero eso ya no importaba, Emily me fue arrebatada. Mi queridísima hermana se marchó, y no importaba si era amada, o no lo había sido nunca.

Bajé las escaleras con la intención de reunirme con mi padre. Hacía dos semanas que su catarro había empeorado y él mismo avecinaba que las cosas en la abadía de Downingfield no marcharían del todo bien en los tiempos venideros. La muerte de Emily nos había dejado a todos sin mujer casadera y joven que pudiera ocupar el lugar de mi madre cuando Lord James William de Collingwood, mi querido padre, muriese. Y eso me convertía a mí en la próxima víctima de los deseos de mi madre para seguir manteniendo la abadía en propiedad de los Collingwood y toda la herencia de mi padre.

A través de mis ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora