A veces quería pensar que todo en esta vida se pagaba. Y que por ello, yo, estaba condenada a dejar que otros manejasen mi sino a su propia voluntad. Y pese a que en el fondo de mi corazón aún deseaba que no fuese así, y que sabía que poseía el coraje suficiente para lanzarme contra todas las miradas de jucicio y palabras envenenadas, y vivir como le prometí a Emily que haría; mis pensamientos y mi propia moral sabían frenar cualquier atisbo de sentimientos que fuesen en contra de los deseos de mi familia. De ese modo, y a pesar de romper mi promesa, decidí que me casaría con quién mi madre dictase. Sin embargo, aún no estaba lista para romper el luto y presentarme en aquellos ostentosos bailes, rebosantes de hipócrita apariencia. Si mi querida madre y mi abuela querían verme coquetear con todos esos hombres ricos, y que auguraban matrimonios bien ventajosos, tendrían que esperar. Mi corazón lo necesitaba.
– Mi pequeña Mary Jane, ¿no crees que ya ha pasado algún tiempo desde... desde que, bueno...– Comenzó mi abuela. – No lo suficiente – respondí cortante.
– Dígame, abuela, acaso no se consideraría totalmente indecoroso y una falta de respeto, asistir a todos esos placeres mundanos de la vida en Sociedad, cuando mi hermana... ¿Qué pensarán nuestros buenos amigos de esto? – sabía que mi abuela, pese a todo lo que pudiera parecer, estaba también muy afectada, pero a veces pareciera que le hacía más mella aquello que los cuchicheos inapropiados de nuestros vecinos y amigos comentaban sobre lo desgraciada que sería si no me daba la suficiente prisa en encontrar un buen marido, que la muerte de Emily. Y no me sorprendía en lo absoluto. Tal y como yo lo veía, en esta sociedad de apariencias y carente de sentimiento alguno, era más escándalo que su nieta pequeña fuese una solterona arruinada, que romper el luto por la muerte de su otra nieta.
Miré a mi madre intentando buscar en ella una pizca de sentido, y lo único que me pareció ver fue total incomprensión. ¿cómo era capaz una madre mostrarse tan sumamente fría cuando apenas hacía seis meses desde que había enterrado el cuerpo de su propia hija?
– Mary... –comenzó Lady Anna, – No tienes porqué hacerlo – concluyó.
– Ah ¿no? – Inquirió mi abuela con un gran sentimiento de sorpresa dibujado en el rostro. Mi madre la miró con desapruebo. ¿Acababa mi madre de decir algo coherente por primera vez en mucho tiempo? Volvió a dirigirme a la mirada, con más compasión que juicio, y continuó su discurso: – Mary, desde que nuestra Emily se fue para siempre, bien sabe Dios que no he vuelto a disfrutar de la vida, ni tan siquiera de ti. Los pensamientos, los recuerdos de cómo era antes de perder su sonrisa, cómo te cuidaba a la par que te reprendía por desobedecernos cada vez que no se te antojaba hacer lo que se te mandaba... Créeme mi niña, cuando te digo que de tanto llorar por las noches mi cuerpo se ha quedado sin lágrimas ¡y qué más quisiera parar el mundo, y retroceder en el tiempo hasta aquella noche! Sin embargo, cuando el sol entra por la ventana día tras día, recuerdo que la vida no se detiene, y que aunque las personas se vayan, los que quedamos en el mundo aún existimos; aún tenemos que seguir avanzando. Emily decía que cuando las personas marchan, los que quedamos en la tierra debemos vivir por ellos. Por eso, Mary, seré benevolente y aceptaré, que si las fuerzas no te alcanzan para cumplir con lo que te ofrece la vida, no asistas a Londres. Pero tu padre no estará para siempre, y por desgracia nosotras no podremos heredar ni un triste penique de su fortuna, Emily no volverá por mucho que nos lamentemos por su pérdida, y tú cumplirás los diecinueve años en poco tiempo. Piénsalo, querida.–
No supe qué responder. Las palabras de mi madre se clavaron en mis pensamientos como ardientes cuchillos. Lady Collingwood no era una mujer de mucha conversación; lo cierto, es que detestaba hablar. Pues aunque defendía arduamente mis elocuentes charlas frente a nuestros invitados, no podía desaprobar más mi conducta. En el fondo, mi querida madre, no era mucho mejor que la señora Thomson cuando sentenciaba que la valía una mujer obediente y callada, es doblemente valiosa. Naturalmente, yo no podía estar más en desacuerdo; pues tenía claro que el hombre que me amase tendría que amarme por mi inteligencia, y por mi clara decisión de rebeldía. Y desde luego, tendría que amarme por quién soy y no por quién aparento.
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A través de mis ojos
RomansaLady Mary Jane estaba decidida a no enamorarse, a no ser feliz y aceptar el destino que su madre le tenía preparado para ella. Pero el corazón no entiende de pensamientos ni de contratos, y todo se desmorona cuando el desalmado y egocéntrico Lord Be...