⟡ Primer encuentro ⟡

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Todo comenzó un atardecer de verano, en un tranquilo y pequeño pueblo de playa donde vamos de vacaciones con mi abuela casi todos los años. Siempre nos quedamos en una pequeña cabaña de madera con varios pinos y arbustos en el patio, y por delante un jardín lleno de flores. Se encuentra en las afueras, cerca del mar, en un sendero que lleva hacia la playa.
     A mi abuela le gusta salir de vacaciones los últimos días del verano porque es más tranquilo y más barato.
     Comenzó a oscurecer. Yo estaba sobre unas rocas altas junto a la playa solicitaría contemplando el mar. De pronto vi en el cielo una fuerte luz roja sobre mí, que venía descendiendo, cambiando de colores y arrojando chispas. Al principio pensé que sería una bengala o un cohete de fuegos artificiales, pero cuando estuvo más bajo comprendí que no era así porque llegó a tener el tamaño de una avioneta, o de algo mayor aún...
     Cayó suavemente al mar a unos cincuenta metros de la orilla, frente a mi, y sin emitir ningún sonido... A pesar de lo curioso del hecho, creí haber sido testigo de una especie de desastre aéreo.
     Busqué con la mirada algún paracaidista en el cielo; no lo había, nada perturbaba el silencio y la tranquilidad de la playa. Esperé un poco para ver si divisaba alguna otra cosa, pero no vi nada más; entonces pensé que aquello había sido algo así como un aerolito, aunque igual no me sentí muy tranquilo; una sensación rara flotaba en el ambiente.
     Cuando ya me iba apareció algo blanco y movedizo en el punto en donde había caído el objetivo: alguien venía nadando hacia las rocas, lo cual me indico que aquello sí que había sido un desastre aéreo, definitivamente.
     Me puse muy nervioso, se acercaba un sobreviviente de la catástrofe y yo no sabia que hacer; busqué a otros con la mirada, pero no había nadie más. No supe si quedarme allí o tratar de bajar hasta las rocas, junto al agua, para ayudarle; pero la altura era mucha, yo iba a tardar bastante en llegar abajo, y esa persona parecía gozar de buena salud, a juzgar por su manera enérgica y veloz de nadar.
     Al acercarse más me di cuenta de que se trataba de un chico, a pesar de que su pelo era de color blanco. Llegó a las rocas, salió del agua y antes de comenzar a subir me lanzó una mirada amistosa y una sonrisa. Pensé que estaba feliz de haberse salvado; la situación no parecía dramática para él, y eso me calmó un poco.
      Comenzó a escalar ágilmente. Cuando estuvo en lo alto, frente a mí, se sacudió el agua del abundante cabello y me hizo un alegre guiño de complicidad; entonces me tranquilice definitivamente. Vino a sentarse en un saliente de piedra cercano, suspiró con resignación y se puso a mirar las estrellas que comenzaban a brillar en el cielo, como si nada hubiese sucedido.
      Parecía más o menos de mi edad, un poco menor y algo más bajito. Pensé que venía disfrazado porque, aparte del color de su pelo, vestía un traje como de buzo, blanco, ajustado a su cuerpo, hecho de algún material impermeable, deduje, ya que no estaba mojado, y terminaba en un par de botas también blancas y de gruesas suelas. Pude haber comprendido que es imposible nadar tan ágilmente con unas botas así, pero no lo hice.
     En el pecho llevaba un emblema color oro, un corazón alado. Entonces pensé que su atuendo no era un disfraz, sino el uniforme de alguna organización o club deportivo juvenil relacionado con aviones.
     Su cinturón, también dorado, tenía a cada flanco varios instrumentos que parecían radios o teléfonos móviles, y en el centro una hebilla grande, brillante y muy vistosa. Me dieron ganas de tener un cinturón igual de llamativo, aunque no supe si me hubiera atrevido a usarlo en la calle, ya que eso era más para una fiesta de disfraces o un carnaval, o un club como el suyo.
     Me senté a su lado. Pasamos unos momentos en silencio. Como no hablaba, le pregunté que le había sucedido.
     —Aterrizaje forzoso –contestó sonriendo.
     Era simpático, tenía un acento bastante extraño, sus ojos eran grandes y amistosos. Como él era un chico, pensé que el piloto tendría que ser una persona mayor.
     —¿Y el piloto? –le pregunté, mirando hacia el mar.
     —Aquí está, sentando junto a ti.
     —¡GUAU! –exclame, porque aquello me maravillo. ¡Ese chico era un campeón! ¡A mi edad ya podía pilotar aviones! Aunque luego pensé que no era muy diestro aún, por lo del accidente... Como a él parecía no importarle mucho, imaginé que sus padres serían muy ricos.
     —¿No venía nadie más contigo?
     —No.
     —Menos mal...
     Él sonrió y no dijo nada.
     Fue llegando la noche y tuve frío. Él se dio cuenta, porque me preguntó:
     —¿Tienes frío?
     —Sí, un poco.
     —La temperatura está agradable -me dijo sonriendo; entonces sentí que realmente no hacía ningún frío, y ni cuenta me di de ese súbito cambio en mí.
     Después de unos minutos le pregunté qué iba a hacer.
     —Cumplir con la misión –respondió, sin dejar de mirar hacia el cielo.
     Pensé que estaba frente a un chico importante, no como yo, un simple estudiante en vacaciones. Él tenía un avión, un uniforme y una misión, tal vez algo secreto... Pero por otro lado no era más que un muchacho... No me atreví a preguntarle a qué club pertenencia ni de qué se trataba su misión; me infundía algo así como respeto o temor, a pesar de lo pequeño; era diferente, demasiado silencioso. Tal vez quedó un poco atontado por efecto del accidente.
     —¿Qué pasará ahora que se perdió el avión?
     —¿Qué?... ¡Pero si no se ha perdido nada! –respondió alegre, y me dejó más confundido aún.
     —¿No se perdió? ¿No se rompió entero?
     —No.
     —¿Es posible sacarlo del agua? –pregunté.
     —Oh, sí, por supuesto que se puede sacar del agua. –Me observó con simpatía y agregó:– ¿Cómo te llamas?
      —Pedro –dije, pero algo comenzaba a no gustarme: aparte de estar como en la luna, ese chico no respondía claramente

Ami el niño de las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora