—Tengo que irme, ya es tarde. Ven a casa, mi abuela se alegrará de conocer a un chico de otro mundo.
—No mezclemos personas mayores en nuestra amistad por ahora -dijo, arrugando la nariz entre sonrisas.
—Pero tengo que irme...
—Tu buena y simpática abuela duerme profundamente; no te echará de menos si conversamos un rato.
Otra vez me causaba sorpresa y admiración. ¿Cómo sabía que mi abuela estaba durmiendo?... Entonces recordé que era un alienígena que podía conocer los pensamientos ajenos y quién sabe qué más.
—No sólo eso, Pedro -dijo al leer mi mente-; además, desde mi nave la vi a punto de quedarse dormida.
Luego exclamó con entusiasmo.
—¡Vamos a pasear por la playa! -Se incorporó de un salto, corrió hasta el borde de la altísima roca y... ¡se lanzó al vacío!
Pensé que se iba a matar. Fui corriendo lleno de angustia a echar un vistazo hacia el abismo. No pude creer lo que vi: ¡el descendía lentamente, planeando en el aire con los brazos extendidos, como una gaviota!
Pero de inmediato recordé que no debía sorprenderme demasiado por nada de lo que hiciera aquel alegre y extraordinario ser de las estrellas. Bajé de la roca como pude, con gran cuidado, y me uní a él en la playa.
—¡¿Como hiciste eso?!
—Sintiéndome como un ave -respondió, y se puso a correr alegremente por entre el mar y la arena.
Pensé que me hubiera gustado actuar como él, pero yo no podía sentirme tan libre y alegre así como así.
—¡Si que puedes! -Otra vez me había captado el pensamiento. Vino a mi lado intentando animarme y dijo con gran entusiasmo-: ¡Vamos a correr y saltar como pájaros!
Me tomó de la mano y sentí una gran energía en el brazo, en todo el cuerpo, y comenzamos a correr por la playa.
—¡Ahora, saltemos!
Él lograba elevarse mucho más que yo y me impulsaba hacia arriba con su mano. Parecía suspenderse en el aire unos momentos antes de caer sobre la arena. Continuábamos corriendo y cada cierto trecho saltábamos.
—¡Somos aves; somos aves! -me animaba, me embriagaba.
Poco a poco fui dejando de pensar como de costumbre, fui cambiando; ya no era yo mismo, el de siempre. Animado por el chico de blanco, fui modificando mi forma de pensar, fui decidiéndome a ser liviano como una pluma, estaba poco a poco aceptando la idea de ser un ave.
—¡Ahora, arriba!Constaté maravillado que comenzábamos a mantenernos en el aire durante algunos instantes, caíamos suavemente y continuábamos corriendo, para luego volver a elevarnos. Cada vez lo hacíamos mejor, y eso me sorprendía.
—No te sorprendas, tú puedes. ¡Ahora!
Con cada nuevo intento resultaba más fácil lograrlo. Íbamos corriendo y saltando como en cámara lenta por la orilla de la playa, bajo la noche llena de luna y de estrellas. Parecía otra forma de existir, otro mundo.
—¡Con amor por el vuelo! -me animaba.
Un poco más adelante me soltó la mano.
—¡Tu puedes sólo, si que puedes! -No dejaba de transmitirme confianza mientras corría a mi lado.
—¡Ahora!
Nos elevábamos lentamente, esta vez sin tocarnos, nos manteníamos en el aire varios segundos con los brazos extendidos y comenzábamos a caer de forma muy suave, como si planeáramos.
—¡Que extraordinario!
—¡Bravo, bravo! -me felicitaba.
No sé cuánto tiempo jugamos esa noche. Para mí fue como un sueño. Cuando me sentí cansado me lancé sobre la arena jadeando y riendo feliz. Había sido algo fabuloso, una experiencia inolvidable. No se lo dije, pero interiormente le di las gracias a mi fantástico amigo por haberme permitido realizar cosas que yo creía imposibles.
No sabía todavía nada acerca de las sorpresas que me tenía preparadas aquella noche increíble...
Las luces de un pueblo costero, más grande que el nuestro, brillaban al otro lado de la bahía. Mi amigo, tendiendo sobre la arena bañada por la claridad de nuestro satélite natural, contemplaba con deleite, extasiado, esos movedizos reflejos sobre las aguas nocturnas; luego se regocijaba mirando la luna llena.
—¡Qué maravilla, no se cae! -reía-. ¡Este mundo tuyo es espectacular!
Yo nunca había pensado que lo fuera, pero ahora que él lo decía... Sí, era magnífico tener estrellas, mar, playa y una luna tan redonda y brillante allí suspendida, y además... no se caía.
—¿Tu mundo no es bonito? -pregunté.
Suspiró mirando hacia un punto del cielo a nuestra derecha.
—Oh, sí, también lo es, pero todos nosotros lo sabemos, y lo cuidamos...
Recordé que me había insinuado que los terrícolas no somos demasiado buenos, y creí comprender una de las razones: nosotros no valoramos nuestro planeta ni lo cuidamos; ellos sí que lo hacen con el suyo.
—¿Cómo te llamas?
Le hizo gracia mi pregunta.
—No tiene sentido que te lo diga.
—¿Por qué, es un secreto?
—¡Qué va! Es sólo que no existen en tu lengua los sonidos de mi nombre, así que no vas a poder pronunciarlo.
—¿Hablas otro idioma? ¿Cómo aprendiste castellano?
—No lo habló ni lo comprendo, a menos que tenga esto -respondió mientras tomaba un aparato de su cinturón.
—Esto es un <<traductor>>. Este instrumento explora tu cerebro a la velocidad de la luz y me transmite lo que piensas y quieres decir; así puedo comprenderte, y cuando voy a decir algo, <<traduce>> mi intención y me hace mover los labios y la lengua como lo harías tú, bueno, casi como tú, nada es perfecto.
Guardó el <<traductor>> y se puso a contemplar el mar mientras abrazaba sus rodillas sentado en la arena.
—Entonces es así como te enteras de lo que pienso... Vaya, yo creía que eras telépata.
—Pues no, aunque también estoy haciendo progresos en mis prácticas de telepatía pura, sin <<traductor>>.
—¿Cómo puedo llamarte entonces?
—¿Qué tal <<Amigo>>? Porque eso es lo que soy: un amigo de todos.
Yo pensé un poco y luego se me ocurrió una idea bárbara:
Te llamaré <<Ami>>, es más corto y parece un nombre de verdad.
Me miró con alegría y exclamó:
—¡Es un nombre perfecto, Pedro! -y me dio un abrazo. Yo sentí que en ese momento sellaba una nueva y muy especial amistad, y así iba a ser.
—¿Cómo se llama tu planeta?
—¡Puf!... tampoco. No hay equivalencia de sonidos, pero está por allí. -Apuntó hacia las estrellas.
Mientras Ami observaba el cielo me puse a pensar en las películas de invasores extraterrestres que había visto tantas veces en la televisión, en el cine y en Internet.
—¿Cuándo nos van a invadir?
Mi pregunta le hizo gracia.
—¿Por qué piensas que vamos a invadirles?
—No sé, en las películas los alienígenas siempre lo hacen. ¿Eres tú uno de esos?
Su risa fue tan alegre que me contagió y me hizo sentir ridículo por mi desconfianza. Después traté de justificarme:
—Es que... en la tele...
—¡Claro, la televisión terrícola!... ¡Veamos una de invasores! -dijo entusiasmado mientras de la hebilla de su cinturón sacaba otro aparato. Apretó un botón y apareció una pantalla encendida. Era un pequeño televisor en colores y sorprendentemente claro y nítido. Ami hacia zapping con rapidez. Lo más asombroso era que en zona sé captaban tres estaciones y nada más, pero en esa pantallita iban apareciendo una multitud: películas, programas en vivo, noticieros, comerciales; todo en diferentes idiomas y por personas de distintas nacionalidades. ¿Cómo podía ver tantas estaciones del mundo sin estar abonado a ningún cable?...
—Las de invasores son muy ridículas -decía divertido.
—¿Cuántas estaciones puedes sintonizar?
—Todas las que están transmitiendo en este momento en tu planeta.
—¡¿Todas?!...
—Todas.
—¡¿En todo el mundo?!
—Claro, esto recibe las señales que captan nuestros propios... digamos <<satélites>>, invisibles para ustedes, naturalmente. ¡Aquí hay una, en Australia, mira!
Aparecían unos seres con cabezas de pulpo y muchos ojos saltones surcados de venitas rojas. Disparaban rayos verdes contra una multitud de aterrorizados seres humanos. Mi amigo parecía divertirse con ese film.
—¡Qué barbaridad! ¿No te parece cómico?
—No, ¿por qué?
—¡Porque esos monstruos no existen más que en las monstruosas imaginaciones de quienes crean esas películas!
Me dejó pensando, pero al final no me convenció. Yo me había pasado la vida entera viendo todo tipo de seres espaciales malvados y espantosos en la pantalla como para que pudiera borrármelos de un solo golpe.
—Pero si aquí mismo en la Tierra hay iguanas, cocodrilos, pulpos, tiburones, ¿por qué no van a existir seres malvados feísimos en otros mundos?
Sonrió y me dijo:
—Pedro, date cuenta de que <<malvados>> es una cosa y <<feos>> es otra. No todo lo que a ti te parece feo es malvado ni todo lo que te parece bonito es bueno, pero te aseguro que no hay por allá seres inteligentes, feos o bonitos para ti, interesados en hacer algún daño a tu mundo. Es más, quienes por su avance científico son capaces de llegar hasta aquí sólo desean su bien.
No le hice caso; era su opinión contra kilómetros de cinta cinematográfica que yo había visto antes.
—¿Tú conoces todo el Universo, Ami?
—¡Todo el Universo!... Claro que no.
—Entonces tal vez existan mundos que tú no conoces, con seres inteligentes malvados. - Se rió a todo pulmón al escuchar aquello.
—¡<<Inteligentes-malvados>>!... Eso es como decir <<buenos-malos>> o <<gordos-flacos>> o <<lindos-feos>>. ¡Son cosas opuestas, Pedro!
Yo no podía comprender. ¿Y esos científicos locos y perversos que inventan armas para destruir el mundo, ésos que son combatidos por los superhéroes?
Ami captó mi pensamiento y me explicó:
—Ésos no son inteligentes, son locos; además, son pura fantasía, películas, cómics, y nada más.
—Bueno, pero es posible que exista un mundo de científicos locos que podrían destruirnos.
—Aparte de los de la Tierra, imposible.
—¿Por qué?
—Porque quienes son locos destruyen sus propias civilizaciones antes de obtener el nivel científico necesario para abandonar sus planetas y partir a invadir otros mundos, y eso grábatelo bien la cabecita. ¿Quieres que te lo repita?
—No.
—Entonces no lo haré, pero no olvides que quienes son locos destruyen sus propias civilizaciones antes de obtener el nivel científico necesario para abandonar sus planetas y partir a invadir otros mundos.
—¡Ya, ya, no te pongas pesado con eso!
—Y quienes lograron ese nivel lo hicieron porque antes dejaron de ser locos; en consecuencia, ya no desean hacer daño a nadie, porque sólo los locos quieren hacer daño a quienes nada malo les hacen... La verdadera inteligencia va de la mano de la bondad, o no es inteligencia. Así que quienes pueden llegar hasta aquí no son <<el lobo feroz>>, Pedrito.
Ami parecía querer pintarme un nuevo Universo, uno color de rosa, y no le creí demasiado; pensé que podría existir algunos planetas habitados por locos que no son tan locos, es decir, por gente inteligente, fría, científica y eficiente, y al mismo tiempo malvada, cruel. Él, por supuesto, puedo ver lo que yo estaba pensando y, como siempre, le hizo mucha gracia.
—Ahora se trata de <<locos-inteligentes>>... Eres todo un caso, Pedrito. ¿Y dónde están esos locos tan locos, tan inteligentes, tan fríos, tan feos y tan malvados, que jamás han venido a destruir ninguna civilización terrestre? -me preguntó con cara de inocencia fingida. Yo pensé un poco antes de responder, pero no encontré ninguna señal de maldad alienígena en nuestra historia.
—Bueno, no lo sé...
—¡Simple <<paranoia cósmica terrícola>>! -exclamó, y se puso a reír.
Encontré que podía tener razón, pero de todas maneras no me sentía seguro acerca de la <<inocencia>> de todos los habitantes del espacio exterior. Allá arriba los habría buenos, como Ami, y también malos, igual que aquí abajo.
Él procuró tranquilizarme:
—Créeme, Pedrito, en el Universo hay <<coladores>> que no dejan pasar lo inferior a sistemas de existencia superiores, o si no se crearían terribles desastres en el Universo, ¿no te parece?
—Esteee... claro... - Muchas veces yo no le entendía muy bien.
—Algunos dicen <<como es arriba es abajo>>, queriendo indicar que si aquí hay maldad, allá también la habrá; pero allá arriba no tan igual que aquí abajo, como no es igual un barrio tranquilo que otro lleno de maleantes. Cuando las civilizaciones llegan a cierto nivel de desarrollo, ya no hay más horrores, no más maleantes, la gente ya no es tan dañina. Es muchísimo más fácil llegar a conocer la tecnología necesaria para construir bombas que naves intergalácticas, y si una civilización no ha llegado a desarrollar la solidaridad, la sabiduría ni la bondad, y consigue un alto nivel científico, más tarde o más temprano utilizará ese conocimiento contra sí misma, mucho antes de poder partir a otros mundos. El universo no es <<suicida>>, no permite que lo que vaya en contra del sentido superior de la vida, del mismo Universo, sobreviva o prospere por mucho tiempo.
—Pero en algún planeta podrían haberse salvado algunos bichos malos, por casualidad...
—¿Casualidad? Nada es casual, Pedro; el Universo es el reflejo de un orden superior perfecto, todo tiene una causa definida y un propósito preciso, hay leyes matemáticas que se cumplen en todos los terrenos, incluso en la evolución de las civilizaciones del Universo. Pero, en definitiva, todas las civilizaciones planetarias insensibles ante la solidaridad universal se autodestruyen si alcanzan un alto nivel tecnológico y no logran superar su dureza de entendimiento, su falta de lógica superior. En otras palabras, cuando el nivel científico de un mundo supera demasiado su nivel y solidaridad, ese mundo se autodestruye.
—¿Nivel de solidaridad?
Yo podía entender claramente lo que es el nivel científico de una civilización, pero no comprendía qué era ese <<nivel de solidaridad>>.
—La solidaridad tiene sus raíces en el amor, Pedro. Podemos decir que solidaridad es amor, afecto o cariño. La solidaridad, el afecto, el cariño o el amor que irradian los seres es una energía de cierta clase, una energía muy fina, la fina que existe, y puede ser medida por instrumentos como los que nosotros tenemos.
—¿En serio?
—Claro, porque el amor es una fuerza, una vibración que penetra todo el Universo, que hizo posible el Universo, como verás después; podría decirse que el amor es una <<vitamina>> que la vida, que los organismos necesitan, y más necesitan mientras mayor es su evolución.
—¿Cómo es eso?
—Un perro o un delfín necesitan afecto que un gusano o una batería.
—Ah, seguro.
—Y en un ser humano todavía más.
—¡Es verdad!
Cuando vi tan claro aquello no me sentí tan mal como antes por mi temor a que.. casi me avergüenza confesarlo... Bueno, esto es secreto... shhh... (el miedo de que nadie me quiera)... Pero ahora comprendía que necesitar mayor afecto no es señal de debilidad, sino de mayor lejanía de la bacteria y del gusano. ¡Qué bien!
—Así es, Pedro; y también de las fieras.
—De acuerdo, Ami; gracias por la lección.
—De nada. Y las civilizaciones también necesitan de esa energía llamada solidaridad, amor, afecto o cariño. Si el nivel de solidaridad de un mundo es bajo, hay infelicidad colectiva, odio, violencia, diversión y guerras; y si hay al mismo tiempo hay un alto nivel de capacidad destructiva... ¿Comprendes lo que podría pasar, Pedrito?
—Claro, que podría originarse un buen desastre... ¿Y qué quieres decirme con eso?
—Debo decirte muchas cosas, pero vamos poco a poco. Sigamos con tus dudas.
Yo todavía no podía creer que no existiera locos o monstruos invasores en el espacio, siendo infinito de grande. Le hablé acerca de una película en la que unos <<extraterrestres-lagartos>> dominaban muchos planetas porque estaban muy bien organizados. Él dijo:
—Sin solidaridad, ninguna civilización puede sobrevivir por largo tiempo. Para alcanzar el nivel tecnológico que permite llegar a otros mundos en minutos se necesita de muchísimo mayor tiempo aún, y para sobrevivir tanto tiempo deben necesariamente alcanzar una forma de organización benevolente, afectuosa, justa para todos, equitativa, o terminaría por destruirse por culpa del mal uso de la ciencia y la tecnología; y ustedes ya lo están haciendo, y cada día más, y más rápidamente... por si no te has dado cuenta.
—Tienes razón, le estamos dando una feroz paliza a nuestro pobre planeta...
—Por falta de solidaridad, Pedro. Todos los males de este mundo están allí por falta de esa <<vitamina>>, nada más. No existe un sistema de organización sin solidaridad que permita sobrevivir mucho tiempo a ninguna civilización, así que... saca tus propias conclusiones acerca del futuro que le espera a tu planeta si todo sigue igual...
—¿Y por qué no puede sobrevivir una civilización sin solidaridad?
—Porque a nivel universal existe una sola forma perfecta de organización, capaz de garantizar la supervivencia y el bienestar colectivos. Ninguna otra alternativa existe en todo el Universo. Se alcanza de manera natural cuando una civilización se acerca a la solidaridad, cuando ya no ignora las necesidades materiales, culturales, espirituales y afectivas de todas las personas y de todo su entorno, flora y fauna, tierra, agua y aire, y esto sólo sucede cuando una civilización evoluciona.
—¿Y entonces la gente deja de ser mala?
—Naturalmente. Los habitantes de los mundos que han construido civilizaciones planetarias solidarias son pacíficos, no hacen daño a nadie; al contrario, procuran ayudar a quienes puedan, porque a mayor crecimiento interior, aumenta la necesidad de ayudar a los demás. Una inteligencia mayor y más amorosa que la nuestra inventó todo esto.
Después logró explicármelo mejor, pero en esos momentos yo seguía con la duda acerca de los monstruos inteligentes y malvados, disfrazados de seres pacíficos y hasta con una bella apariencia tal vez.
—¡<<Míster Paranoia>>! ve demasiada televisión -exclamó Ami riendo, y luego agregó:- Trata de elevar tus pensamientos, Pedrito. Mientras estemos pensando en posibilidades horrendas, no estaremos a la altura necesaria para encontrarnos con realidades más elevadas, más hermosas y benignas; realidades que siempre han estado allí, esperando que elevemos nuestra mirada para revelarse ante nuestros ojos.
—A veces pareces poeta, Ami, y me cuesta comprenderte. ¿Existe otra gente mala en el Universo, aparte de la Tierra?
—Bien, para comenzar, nosotros no dividimos a la gente entre <<buena>> y <<mala>>. Unos están más avanzados y otros no tanto, eso es todo.
—Está bien. Entonces, ¿existe en algún lugar seres tan poco avanzados como los de aquí?
—Claro que sí, y mucho menos también. Existen mundos en los que tú no podrías sobrevivir ni media hora. Aquí mismo en la Tierra hace un millón de años esto era un infierno, bueno, no para las criaturas que vivían felices ahí, sino que lo sería para nosotros. Hay planetas habitados por terribles monstruos.
—¿Ves, ves? -exclamé triunfante-. Tú mismo lo reconoces; yo tenía razón: a esos monstruos me refería.
—Pero no te preocupes, ya que ellos viven en mundos mucho más atrasados que éste; sus toscas mentes no les permiten siquiera conocer la rueda, así que no van a llegar hasta aquí antes de que dejen de ser peligrosos, si es que no desaparecen en el intento, víctimas de su propia medicina.
Eso era tranquilizador.
—Entonces, después de todo, no somos los terrícolas los más malos del Universo.
—No; ¡pero tú eres uno de los más paranoicos de la galaxia!
Reímos como buenos amigos.
ESTÁS LEYENDO
Ami el niño de las estrellas
Science FictionPedro, un niño de diez años, pasa sus vacaciones de verano en un pueblo costero. Una noche, en la playa, traba amistad con un niño extraterrestre llamado Ami. Junto a su nuevo amigo, vivirá una serie de experiencias insólitas y sorprendentes: recibi...