¿Alguna vez les ha pasado que se enamoran de alguien que no siente nada por ustedes, pero aún así piensan que sí sienten lo mismo que ustedes?
Bueno, a mí me pasó.
Conocí a mí mejor amigo cuando era tan sólo una niña, bueno, ambos lo éramos, yo tenía diez y el trece, nos conocimos en la escuela, por supuesto el iba en tres grados más que yo, pero eso no fue impedimento.
Un día mientras el jugaba fútbol con sus amigos yo pasé por el patio y me golpearon con el balón, de todos los que estaban jugando, él fue el único que se acercó para saber si estaba bien y me ayudó a ponerme de pie.
—¿Estás bien? —yo asentí sin siquiera volver a verlo—. Vamos —me tomó de la mano y me llevó a una banca dónde pudiera sentarme—. Tienes un raspón acá —señaló mi rodilla, yo levanté la mirada y lo vi por primera vez.
Él sin duda alguna era el niño más lindo que hubiera visto alguna vez. Sus ojos eran café, pero no cualquier café, era un café tan intenso, capaz de provocarte un buen insomnio durante semanas. Su cabello era oscuro, estaba desareglado, pero ese parecía ser su estilo y le quedaba muy bien. Cuando se percató que lo veía sonrió y eso fue suficiente para enamorarme de él.
Ese día al salir de la escuela me invitó un helado y se disculpó por lo sucedido. Mientras comíamos nuestros helados, conversamos y nos reímos mucho, así que al día siguiente él me buscó durante el receso y ambos volvimos a hablar y a reír y ese fue el inicio de una amistad y de un amor no correspondido.