Los chorros iban bajando, y él con su mirada los seguía hasta verlos chocar con el plato. Batía la cuchara, enterrándola en el emplaste que cada vez regaba más. Sentía náuseas, increíblemente. El color marrón ya no aparentaba sabrosura alguna, solo le causaba un repelús. Eso no era mantecado de chocolate, era seguramente un pedazo helado de fango.
—Rin tenía razón. Tanto dulce empalaga.
Sus labios se acomodaron en una trompa berrinchuda. Soltó un suspiro más; otro que, aunque para él fuera exhalado inconscientemente, no pasaba desapercibido para la empleada que de reojo le veía de vez en cuando.
Y se llevó un nuevo bocado a su boca, para terminar por formar una mueca más. Al sentir el frío impactar su lengua, sus ojos ardieron en un acto inmediato. Resopló, con una pizca de enojo encubriendo su frustración, y cuando posó su vista hacia el frente y vio el asiento vacío, reparó en su soledad ahí mismo por vigésima vez. Oprimió sus ojos, y los fregó con su antebrazo.
—¡Quiero agua! —demandó, dándole un golpe a la mesa con la palma de su mano, y provocando que su platillo de cerámica retumbara.
La empleada, que ya se había visto alterada por la situación de él, no perdió tiempo y aprovechó la orden del rubio para llegar hasta él cuanto antes. Se le acercó con una sonrisa, aunque Len no pudo notarla, pues su mirada seguía al frente, absorta en la silla vacía frente a él.
—¿Qué desea? —preguntó ella con amabilidad, a lo que el oji-azul le respondió con refunfuños.
—¿Es que no me escuchaste? ¡Pedí a-!
Las mejillas de Len se calentaron al toparse con la pelivioleta. Se había girado a verla, y la sorpresa y vergüenza lo obligaron a callar. Tragó duro intentando disimular la pena.
—Pe...pedí agua —repitió, esta vez con el volumen de su voz tremendamente bajo. A la pelivioleta se le escapó una risilla.
—Sí, ahorita se la traigo, cascarrabias —respondió burlona, su sonrisa más ensanchada. Len vio sus dientes blanquecinos perfectamente alineados, y a pesar de su desánimo, quiso curvear sus labios.
—¿Qué estas...? —balbuceó, con su mirada cuestionando a la pelivioleta.
—Traigo tu agua —contestó con obviedad, mostrándole la botella en su mano. Colocó la de plástico sobre la mesa, esperando que Len la tomara. Pero él solo le contemplaba en silencio, embrutecido, atónito.
—¿No se supone que estes trabajando?
—Sí, se supone. —Se encogió de hombros, sonriéndole con travesía.
Un latido se zafó; salió escapado de la lenta sincronía en la que estaba. Se avivó ante el deslumbre de la chica, ese que cegaba.
—Solo espero que no te regañen —murmuró, dejando su vista en la ventana junto a él, incapaz de mirarla a los ojos.
Porque interactuar con ella, por bueno que fuera, le robaba energías, cosa de la que ahora mismo carecía. Y aunque fuera cómoda su presencia, agobiaba. Él nunca había sido el mejor relacionándose con los demás, sino todo lo contrario. Era increíble como la compañía de alguien podía lograr ser tan calmante e inquietante al mismo tiempo. Habría sido más oportuno coincidir un encuentro en mejores circunstancias, lo sabía. Quizás cuando su mente no estuviera tan ajena, o cuando sus ánimos se encontraran más subidos. O cuando no echara tanto de menos a Rin.
Su susurro había quedado esparcido en el aire. La pelivioleta no había comentado nada más, y con ello el silencio reinó. Se desilusionó. A pesar de que sabía que no era el mejor momento, habría deseado un encuentro más romántico. El típico donde el chico invita a la chica a una bebida o un helado, o el de una biblioteca (aunque considerando su poco hábito de estudio, eso jamás sucedería), o el más cliché, ese donde uno tropieza accidentalmente con el otro, y entonces se ayudan mutuamente a recoger las cosas que se hayan vertido en el suelo.
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¡Déjate Querer!
Fanfiction«Nada es tan simple como parece» Un romance entre dos amigos, ¿qué podría salir mal? Nada, a excepción que hables de estos dos seres, tan terribles como tiernos. El color de cabello no es lo único que tendrán en común: su inexperiencia e inmadurez e...