|2| Felipa o algo así

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—Rin, ¡no es hora de dormir!

La aludida subió la cabeza de un brinco y miró aturdida a su alrededor. Se ubicó en tiempo y espacio. Cierto, estaba en la escuela, en el salón, durmiendo mientras se supone tomaba clases.

—Ah, ¡sí, sí! —respondió torpemente y, al escuchar una risilla ahogada, miró a su lado.

Len intentaba contenerse, mantener esa compostura tan seria y fría que ante todos tenía. Pero la cara de Rin, con la marca de su reloj en su frente al haber recostado la cabeza sobre este, sus ojos intentando abrirse cuando estaban todos somnolientos, era hilarante. Y más lo era saber la razón por la cual estaba tan adormilada.

—Te pasa por hacer escantes en mi casa ayer —susurró Len en burla. Rin levantó su cabeza abruptamente, y se inclinó un poco para que Len la escuchara bien.

—¡Te pasa por ponerme de esclava a limpiar toda la harina hasta el amanecer!

—¡Rin! ¡Lea la página 56! —ordenó el docente tras escuchar los murmullos.

—¡S-Sí señor! Digo, ¡profesor!

Y esta vez media aula se reía.





El timbre de salida sonó, despertando a Rin de una nueva siesta. Se levantó, igual de aturdida que las anteriores tres veces, y buscó a Len con su mirada.

—Vamos —dijo su amigo apareciéndose con una radiante sonrisa, terminando por revolcarle el cabello.

Su deslumbre fue demasiado para los ojos cansados de Rin, teniendo que achinarlos un poco. Tomó la mochila, dando un corto suspiro para calmar su respiración que, hasta el momento, no se había dado cuenta de que estaba alterada.

—¿Vamos por un helado? —preguntó en un tono infantil, colocando sus manos en las mangas de su mochila—. ¡Necesito azúcar para espabilarme!

—Después de dormir tanto, ¿todavía no te has espabilado? —cuestionó Len en una carcajada, fingiendo sorpresa. Le echó un ojo a Rin, quien le miraba tiernamente molesta, y sonrió—. De acuerdo pero por favor, cero chiles.

—Ay, qué aburrido.

Len le arqueó una ceja divertido, y su cuerpo se retorció repentinamente en reacción cuando sintió la piel de su hombro ser torcida hasta escocerle como los mil infiernos.

—¡Pa' que te pique peor que un chile!

Ella sonrió, pero él no. Para nada. La asesinó con la mirada, con la mano cubriendo su área pellizcada, y respiró con intensidad.

—Ups... —susurró ella, tensando su mandíbula al ver el semblante de Len. Y cuando este último descubrió su hombro, dejándole ver el área toda roja, supo que nada bueno estaba por pasar.

Lo confirmó cuando el brazo de Len comenzó a extenderse hasta el de ella, buscando hacerle lo mismo.

¿Y qué hizo? Corrió como diablo huyéndole a la cruz.

—¡¿Pero cuántos años tienes, seis?!—preguntó él haciéndose el maduro, pero su seriedad duró poco; no pudo resistirse a la tentación de volverse niño también—. Vuelve aquí, ¡cobarde! —Sonrió, y corrió detrás de ella.

El local no se encontraba muy lejos del instituto, por lo que ambos podían ir a pie. Salieron de la escuela en el pleno alboroto que tanto los caracterizaba siempre, empujando medio gentío con sus hombros. Rin quería que Len no la alcanzara, y Len quería alcanzarla ya. Sus condiciones eran casi idénticas a las de un atleta, y es que su deporte practicado cotidianamente, era el deporte de molestarse. No detuvieron su acelerado paso, y entre jadeos se les escapaban irrazonables carcajadas.

¡Déjate Querer!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora