|7| Chicos, él es Gumo, mi amigo de infancia

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—No, no. Ay, no Rin. —Comenzó a quejarse ansiosamente el rubio, atisbando con disimulo a cada lado y encontrándose con las miradas atentas de cada cliente.

Unos miraban a Rin con lástima y pena, y otros lo miraban a él con ojos de reproche e indignación. La escena, para aquellos ajenos a ella, parecía estar montada perfectamente para acusar a Len como villano. Porque había que ser realmente cruel para hacer llorar a esa tierna y pequeña rubia que, siendo sujetada por Len, no paraba de lagrimear.

—Maldición, me haces quedar como el malo de la historia, Rin —susurró y, con apuro, empezó a arrastrar a la rubia hasta la salida antes de quedar más en vergüenza. Sin embargo, la adorable Rin no era vencida ni siquiera por sus situaciones más trágicas; era una bárbara.

—¿Y no lo eres? Estoy harta de tus infidelidades, Len —improvisó mientras se deshacía del agarre de su amigo y paseaba su muñeca por su rostro intentando limpiarlo—. Vete con tu amiguita, no me busques más.

El rostro apenado y petrificado de Len, luego de unos segundos, observó con lentitud a la clientela. Todos le veían con boca abierta, rabia y decepción.

«Si supieran lo maquiavélica que es esta niña, no me mirarían así» fue lo último que pensó antes de salir casi corriendo del local. Una vez fuera, Rin soltó una carcajada y aclaró los hechos a su audiencia.

—Es mentira, no es mi novio. Aunque quisiera.

Y salió, encontrándose con Len enseguida y un golpe en su cabeza proveniente de él. Los mofletes del rubio se inflaban en un mohín cargado de molestia, pero estos fueron desinflados inmediatamente cuando el rostro lloroso de Rin fue reemplazado por una amplia y deslumbrante sonrisa; era esa sonrisa de travesía que tanto hacía y tanto a él le fascinaba. Y pensó que tal vez había valido un poco la pena haber pasado la vergüenza de hace un rato.

—Estás loca —comentó de repente mientras comenzaba a caminar a la par de la rubia, con paso lento y relajado. Aunque vio a Rin entretenerse con una piedra, prosiguió expresando su pensar—: Ni la tristeza más grande puede ser rival para ti; siempre brillas —culminó con una sutil curva en sus labios, y pasó su brazo por los hombros de la chica.

Continuaron su trayecto en silencio; jugando con las piedras, sin decirse ni una palabra, pero disfrutando calladamente del pleno sentimiento que les invadía al sentirse cerca. Y Rin no pudo sentirse más grata por las palabras de su amigo.










—Hora y media más... —musitó con lamento al haberle lanzado una mirada a su reloj de muñeca—. Noventa largos minutos. ¿Qué demonios voy a hacer? —Y dejó caer su rostro a la mesa, sintiendo el ardor en la mejilla de inmediato.

—Es un parque de diversiones Len, trépate a la montaña rusa, o yo qué sé —comentó Rin con una carcajada al llegar hasta su mesa—. ¿Cuál prefieres? —preguntó, refiriéndose a las dos latas de gaseosas que cargaba en sus manos: un refresco de naranja y otro de uva. Len levantó su rostro acto seguido.

—Uva.

—Naranja tendrás —espetó con una sonrisa, abriendo el refresco de uva y pegándole el pico. Segundos después dejó la otra gaseosa sobre la mesa de Len.

—Eres una maldita.

—¿Te veo al salir, o te quedarás ahí sentado esperándome? —Se acercó hasta Len y se volteó para darle la espalda. Este entendió lo que quería al pasear su vista por su torso y notar el lazo del delantal aflojarse.

¡Déjate Querer!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora