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Busán, iglesia metodista. Invierno de 1920

Nubes gélidas ensombrecían el cielo el primer día que Kim Seokjin habló con Jeon Jungkook. Quizás Seokjin debería haberse tomado aquella borrasca como un augurio de lo que iba a suceder, pero ¿qué chico habría podido predecir que la persona que acababa de conocer lo despedazaría cuatro años mas tarde en un lugar llamado Dokkaebi Road?

Fuera, el viento y el granizo azotaban la torre gótica de Busán. En el interior, los fieles se ceñían los abrigos y escuchaban al predicador, que, con voz atronadora, despotricaba contra el demonio de la bebida, capaz de despojar a alguien de toda su moral. Maldito fuera el hombre que se dejara arrastrar por la ira. O el que mantuviera relaciones sexuales antes del matrimonio.

Kim Seokjin, un chico alto y hermoso de veintidós años, con las uñas mordidas y gafas de gruesos cristales, apenas prestaba atención. Ya lo había oído antes. Era un mensaje opresivo y desesperante para un chico solitario con tendencia a la depresión. Seokjin ansiaba ser amado. Pero el único amor que se ofrecía en aquel momento era el de Dios, e incluso ese imponía condiciones.

Su mirada se posó en el joven que, sentado junto a su padre y su madrastra, ocupaba un banco cercano. Cada vez que le veía, el corazón de Seokjin se aceleraba un poco. Él tenía cuatro años menos -dieciocho-, pero era guapo y siempre sonreía cuando sus miradas se cruzaban. Se llamaba Jeon Jungkook y trabajaba de mecánico en Fiat Motors, en Daegu.

La madre de Jungkook había muerto cuando el chico tenía ocho años. A los dieciséis se había alistado en la Marina surcoreana para servir en la Gran Guerra. El conflicto había terminado tres semanas después de llegara a Japón, así que nunca entró en combate. Pero a Seokjin no le importaba: cualquiera que se mostrara dispuesto a empuñar las armas por su país ya era un héroe.

Le preocupaba la diferencia de edad porque temía que le tomaran el pelo. ¿La gente lo llamaría pervertidor de menores si le convencía para que salieran juntos? Pero lo cierto era que su trabajo de mecánico le había conferido una cierta madurez, hasta el punto de que nadie le habría echado sólo dieciocho años. Seokjin se mordía las uñas mientras ideaba algún pretexto para hablar con él.

Su madre le había inculcado que nunca debía ser él el que diera el primer paso. "Deja que sea él quien se acerque", le había dicho. Pero no había funcionado. El hermano y la hermana de Seokjin no tenían problemas para encontrar chicas y chicos con quienes "salir". Pero Seokjin sí. Seokjin asustaba a los posibles pretendientes. Era demasiado intenso, demasiado agobiante, demasiado desesperado.

Temía las cosas que anhelaba y anhelaba las que temía. Sufría pesadillas en las que se quedaba totalmente solo - indeseado y sin amor-, pero nunca había conseguido coquetear como hacían sus hermanos. El hombre perfecto debería contentarse con adorarlo hasta ponerle la alianza en el dedo. Y solo después de ese momento sucederían ese tipo de cosas.

La personalidad de Seokjin poseía un rasgo de obstinación que tendía a culpar a los otros de sus problemas. Ser "feo" no era culpa suya, sino de sus padres. Y tampoco lo era la falta de amigos: sólo un imbécil confiaría en esa clase de gente que te critica por la espalda.

Seokjin trabajaba de mecanógrafo en una pequeña empresa de la ciudad, pero hacía ya tiempo que había agotado la paciencia de sus compañeros con sus cambios de humor. Éstos comentaban que se trataba de un chico "complicado" y recalcaban sus errores en voz alta. Él se resentía de todo esto. Y también de su jefe, que lo había amonestado por los descuidos que cometía en su trabajo.

A ratos, en los momentos de mayor desesperación, se preguntaba si sus compañeros tendrían razón. ¿Era una persona difícil? Sin embargo, lo más habitual era que acabara por echarles la culpa de su infelicidad: si la gente fuera amable, él lo sería a su vez. Pero ¿por qué tendría que molestarse en ser amable de entrada?

INNOCENT [kookjin/kookv]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora