La pequeña florecilla

23.3K 1K 314
                                    

Es difícil que te tomen como algo más que una florecilla cuando se es, bueno, la diosa de las flores. Durante toda su infancia no le importaba trabajar junto a su madre en crear bellos prados, la compañía de las ninfas, sus días de juego con Artemisa, las canciones... Fue una infancia feliz, no podía negarlo. Pero ya era una diosa adulta, aunque fuese muchas generaciones más joven que otros de sus compañeros. Las flores siempre eran hermosas, pero cuando son todo lo que ves, al final incluso la belleza cansa.

Fue uno de esos días en los que vagaba por los campos sintiéndose hastiada de la compañía de siempre y explorando la poco a poco apreciada soledad, cuando descubrió algo interesante. En ese prado había una dama extraña acompañada de varios perros.

-Saludos, Kore, perdón por la intromisión, solamente quería recoger unas flores -la dama la saludo con tanto respeto que, acostumbrada a la confianza de su séquito y a ser ignorada e el Olimpo, habría creído que se refería a otra de no ser por el hecho de que había dicho su nombre.

-¿Quién eres...? Digo, estos son... Son mis dominios. Y no sé quien sois, así que no creo que tengáis permiso para estar aquí.

-Tenéis razón, oh Koré. Doncella entre doncellas, permitidme deciros mi nombre. Soy Hécate. Reina de las brujas.

Si una ninfa hubiese contemplado ese encuentro y hubiese apostado por el destino del mismo, habría creído que Perséfone habría huido. Todas habrían perdido, pues el aburrimiento y la curiosidad pudieron. La ingenua Perséfone no era tonta, solamente inocente, por lo que se dedicó a absorber los conocimientos que su nueva amiga le podría brindar. Hécate, a su vez, aprovechaba el poder de la joven diosa para crear plantas que se ajustasen a sus necesidades. A veces incluso la doncella podía escabullirse a la casa de Hécate para aprender. Fue uno de esos días en los que la suerte de la señora de la primavera cambiaría para siempre.

-Nunca imagine que la señora de las flores podría tener unas inclinaciones tan macabras -farfulló Hécate, mientras contemplaba la nueva obra de una radiante Persefone.

-No es macabra, solamente es una flor nueva. La más venenosa de todas las que he creado, vamos -frunció los labios en un puchero- pensé que serías la persona que más la valoraría, mi madre me ha mirado como si me hubiese hecho mortal.

Hécate tomó la planta con cuidado. Sin lugar a dudas era hermosa, pero peligrosa. No pudo evitar pensar que quizás su amiga con el tiempo se haría un reflejo de eso.

-Y la aprecio, sabes que sí, pero no es lo que uno se esperaría de ti, esto sería más propio de... Oh, se me había olvidado completamente y tiene que estar al venir, quizás deberías irte.

-Ah, lo siento, no sabía que ibas a estar ocupada. Perdón por molestarte.

La bruja se debatió internamente si echarla. Sabía que la joven no tenía mucho amor propio y que si la hacía irse probablemente no volvería a su casa por sentirse rechazada. Los malditos olímpicos la habían hecho creer que era una mocosa molesta, cuando su poder no tenía nada que envidiarle al de la mayoría. La consideraba ya no solamente una compañera digna, si no una amiga, y no quería hacerles daño a sus frágiles sentimientos.

-Escúchame mi querida Kore. Quien tiene que venir ahora puede no ser de tu agrado, es muy diferente a lo que puedes estar acostumbrada... Y puede asustarte.

-No soy una niña -protestó en tono más infantil del que quería- Quiero decir, ¿tu visita es alguien malvado? -la bruja negó con efusividad- Pues entonces no tengo motivos para temer, no saldré corriendo.

La bruja suspiró esperando no haberse equivocado. Igualmente, supuso, algún día tendría que conocer al dios de los muertos. La muchacha era la el nacimiento, las plantas, florecer y él... Esperaba que la pobre pudiera soportar su presencia sin salir corriendo. Se sintió un poco mal, si eso pasaba no sería todo el miedo de su amiga, sino que aunque estuviera acostumbrado su preciado amigo no sentía placer ante el miedo que provocaba. A pesar de su puesto en el orden natural, o quizás por eso mismo, él tenía un corazón justo y compasivo, y aunque no lo admitiese, sufría por el continuo rechazo.

La Flor Del Inframundo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora