A penas rozó sus labios antes de que Hades tomase ventaja de su altura para esquivar un beso más profundo y alejarse como si le doliese.
-Mi flor, yo… No te he traído a mi reino para esto. Eres inocente y no quiero confundirte con… Bueno, estas cosas -la piel de Hades se coloreó ligeramente, no era difícil ya que su color era pálido por naturaleza- Quiero mostrarte como es mi vida aquí y como sería ser reina sin confundirte con mis pretensiones sobre ti. Por eso te trataré con el máximo de los respetos.
-Y no hay duda de que aquí aprenderé lo que es ser reina del Inframundo -le acarició la mejilla con suavidad- pero no te he seguido por conseguir una corona. Lo que quiero de ti no es tu reino, aunque lo acepto. Lo que quiero de ti… Bueno, eres tu, no tu reino.
Perséfone vio a Hades titubear en su firme resolución de dejarla en la habitación intacta y descansando. No es que ella supiera mucho como proceder, se sentía horriblemente ignorante en esa materia, pero tenía que ser ella la que diera el primer paso si quería que sucediera. Usando toda la fuerza que pudo reunir lo obligo a entrar a su habitación de un empujón. Cerró la puerta tras de sí, no era útil si él de verdad trataba de escapar pero dejaba claras sus intenciones.
Usó sus manos para agarrarle del mentón delicadamente al tiempo que se afianzaba en su nuca para volver a besarlo sin dejarle posibilidad de escape. Esta vez Hades no se le resistió a penas unos segundos antes de unirse con entusiasmo.
Conocer el reino había sido una experiencia maravillosa, pero los labios del monarca eran mejores. El trono sería una gran responsabilidad, pero ninguna le pesaría tanto como ser la responsable de la felicidad del rey, porque ya había decidido que podía compartir las responsabilidades de gobierno con quien le placiese, pero él iba a ser una responsabilidad no compartida que estaba deseando asumir.
-Mi flor, mi Perséfone -se apartó entre titubeos, tratando de no perder el control del todo- No puedo permitir que pase esto aun, eres inocente y no sabes lo que va a pasar, ni las consecuencias de lo que…
-Hades, tengo cientos de años -le contestó con una sonrisa más despreocupada de lo que realmente sentía- Y aunque han intentando tenerme en la mayor de las ignorancias con respecto a lo que pasa en la intimidad, las ninfas hablan. Incluso sobre ti… Puede que no lo sepa todo, pero estoy deseando saber porque les tiemblan las piernas.
Aunque Hades tampoco sabía a que se refería exactamente su amada con lo del temblor de piernas, captó la idea en general. Sobre todo porque mientras que hablaban la diosa intentaba soltar la túnica de él con bastante poca maña por el broche del hombro. Hades se rindió y decidió ayudarla, quitándose la túnica con un movimiento fluido, resbalando hasta que la túnica quedó atrapada en su cadera. Persefone ya lo había visto semidesnudo en la casa de Hécate cuando fue herido, pero verlo sabiendo que podía tener acceso a tocarlo y sin la preocupación de las heridas mismas era diferente. Poco a poco la piel de la diosa fue adquiriendo el color grana de su cabello, lo que hizo enrojecer a su vez al dios. Mirándose sonrojados solamente pudieron ponerse a la vez, nerviosos, pero al fin se abrazaron mientras las risas remitían. Al sentir un suave beso en su cabeza, Persefone se acurrucó más en los brazos de su amado mientras sentía que las escasas dudas que había sobre lo que iban a hacer se disolvían en la dulzura de su abrazo.
Con la seguridad que dan los sentimientos aceptados, Persefone levantó la cabeza para volver a reclamar los labios de su amado. La guío hasta el tálamo, andando casi con ella encima, tratando de no romper el beso. No había conocido nunca a una muchacha inocente en el sentido carnal, así que intentó que la cosa fuese con suavidad, al menos con toda la que le permitía su valiente y apresurada amante. La dejó tocarle a placer, aunque eso fuese acabando con su cordura, mientras los tímidos toques se iban apresurando aun más y haciendo más atrevidos. Bajo el tacto de la diosa de las flores, la piel del señor del reino de la muerte se fue calentando como la tierra ante la llegada de la primavera.
La ropa empezó a estorbarle también a la diosa, que empezaba a sentir la fuerte necesidad de cambiar tacto de la seda de sus ropas por las manos del dios. Se sintió tímida al quitarse las ropas por un momento, antes de fijarse en la cara de Hades. Había hecho florecer plantar muertas, creado maravillas, pero nunca se había sentido tan poderosa como al ver la expresión de Hades, tenía totalmente sublevado al poderoso dios del Inframundo. La timidez fue opacada por la sensación de poder y una vena juguetona que hasta ahora solamente había salido haciendo travesuras menores empezó a despertarse en ella.
Sin telas que los apartasen, Perséfone se estiró sobre él, sintiendo a su amado por todas partes, como si hubiese encontrado por fin abrigo en un día especialmente frío, un gruñido satisfecho salió de su garganta. Él la abrazó mientras dejaba un reguero de besos cariñosos por toda su garganta y su rostro, antes de volver a devorar sus labios con más urgencia que antes. Sus manos comenzaron a vagar por partes del cuerpo de la diosa que hasta entonces habían estado prohibidas para mortales e inmortales, sintiéndose el más afortunado de todos por poder hacerlo. Bien estaba condenado a ser el señor del Inframundo por toda la eternidad si a cambio tenía acceso a el más preciado de los tesoros que habían visto los dioses.
Perséfone se sabía agasajada en todos los sentidos por los cuidados amorosos del dios. Incluso en el gusto, decidió tras dejarse llevar y lamer una vena que se marcaba en la base de su garganta. Casi gruñó de puro disgusto cuando Hades la apartó de él con sumo cuidado, aunque al final quedó en suspiro al ver que simplemente estaban intercambiando posiciones.
-Todavía estamos a tiempo de parar, con dificultad, pero podríamos hacerlo -le susurró Hades, mientras su mirada de devoción y su cuerpo clamaban claramente todo lo contrario.
Aunque Perséfone adoraba que Hades fuese tan considerado, no estaba dispuesta ni mucho menos a permitir que parasen lo que estaban haciendo. No lo dejó seguir dudando, apresando sus labios y empujando las caderas de él contra las suyas al agarrarlo sin miramientos por el trasero. Decidió, en un pensamiento perdido mientras tomaba valor, que el trasero del dios del reino de los Muertos era una de sus partes favoritas del reino.
Toda la experiencia era nueva, pero la invasión, aunque cuidadosa, era molesta. Su ignorancia la hizo dudar, pero la confianza en él la hizo aguantar. El dolor no tardó en dejar paso a una cierta incomodidad, mucho más soportable y con el tiempo incluso se tornó agradable.
Había escuchado a ninfas hablar sobre las dolorosas invasiones masculinas que siempre resultaban torpes y desagradables. Su Hades no estaba resultando ninguna de las dos cosas. Totalmente entregada a él supo que nunca más iba a dejar que una ninfa supiese de nuevo lo que era verse invadida por su amado.Cuando Hades colapso en ella, con cuidado de no aplastarla bajo su peso, tuvo un pensamiento parecido, ¿cómo sería capaz de devolverla al exterior si decidía que no quería seguir allí, con él?
Mientras se ocupaba de su higiene y de la de ella, que parecía más tímida que momentos antes, aún con la culminación del placer físico recién alcanzada el desasosiego por la posibilidad de perder a su ahora no tan doncella le acechaba entre las sombras. Había sabido que hacer en la unión carnal, procurar placer no le era un misterio y sabía que mejoraría aún más para ella la siguiente vez, pero una vez acabado no sabía que querría su Persefone.
¿Querría que la abrazase y custodiase su sueño? ¿Querría intimidad y que la dejase tranquila? Tenía miles de años y era un dios experimentado, pero era la primera vez que había tanto en juego en una relación como en aquella.
-Hades -susurró medio adormilada- No puedes quedarte aquí -aunque lo esperaba, el golpe no dolió menos.
-Lo entiendo, me iré en cuando me ponga la túnica -se agachó un poco avergonzado.
-No, quería decir -volvió a bostezar- que seguro que tu habitación es mejor. Deja que me vista y vayamos allí. No es propio que el monarca duerma en otra cámara que no sea la suya propia.
No se encontraron a nadie de camino, Perséfone iba cargada en brazos de Hades en parte porque estaba cansada, pero mayormente por el mero placer de estar así, hasta la habitación. Aunque ya lo había decidido, sabía que Hades dudaría si le decía en ese momento que había decidido quedarse como reina con él allí. En unos días le comentaría que había tomado la decisión, mientras se dedicaría a disfrutar de los mimos y atenciones que recibiría y a seguir explorando su nuevo hogar con su en breves esposo.
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La Flor Del Inframundo
FantasyEl dios que representa la justicia en el Inframundo no parece un dios que abriría la tierra sin más para secuestrar a una doncella. Puede que hubiese encuentros perdidos entre la muerte y la primavera...