Espejo

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La mano de Hades se retiró de la boca de la diosa cuando ya estaban lo suficientemente lejos. No era del todo necesario, porque Perséfone solamente intentó gritar hasta que fue consciente de lo que estaba pasando, pero después se arrebujó contra Hades y no trató de quitárselo de encima. Comprendía que si gritaba su charada se rompería, pues no habían huido al Inframundo, sino que se habían hecho invisibles.

-Dije que no te llevaría al Inframundo, pero no veo nada en contra de dar un paseo por la isla vecina -lo dijo en un tono tan casual que cualquiera pensaría que la había llevado a dar una vuelta dentro del jardín del templo de su madre.

-Podrías habérmelo pedido primero -se quejó ella, pero con una sonrisa en la cara que la contradecía, más aun al dejarse caer más contra él.

Tenían muchas cosas de las que hablar, todas ellas importantes y que podrían afectar al propio orden del Cosmos. Pero en ese preciso instante parecía más preciso simplemente permanecer aferrados el uno al otro. No supieron en que momento cambiaron de postura para estar abrazados totalmente, en paz y completándose.

-Tu madre va a estar muy enfadada conmigo por llevarte sin permiso.

-Mi madre no tiene poder sobre con quien puedo ir. Y apuesto que tampoco lo tiene sobre ti -le estrujo con más ganas, hundiendo su rostro en el pecho de él. No olía a muerte, azufre ni nada malo, podría pasarse la eternidad oliendo su aroma sin problemas- Pero no quiero hablar de eso ahora.

Ninguno de ellos parecía querer hablar realmente de nada que no fueran ellos dos, con ellos dos a solas parecía no valer la falsedad ni intentar ocultarse cosas a si mismos. Con el único espejo de los ojos del otro no podían negar que lo que veían era amor. Perséfone sonrió con la expresión que solamente podía dar un corazón que había encontrado a su semejante, no era capaz de definir el color de los ojos de Hades, pero si tenía claro sin lugar ya a ninguna duda de que amaba al dueño de los mismos.

El señor del Inframundo por su parte se sentía más expuesto aun que cuando derrocaron a los titanes. Ellos podían haberlo matado, pero le parecía una broma al lado de lo que podía hacer con su alma su fragante diosa. Aunque había sentido un profundo afecto con anterioridad nunca había entregado su corazón, tampoco es que Perséfone le hubiese dado muchas opciones, casi se lo había arrancado del pecho con una inocente mirada de sus verdes ojos. Sabía que ella no le tenía miedo, eso era una sensación refrescante para el más antiguo de los crónidas, no podía sino devolver esa confianza de todas las formas que pudiese por el resto de su vida.

El paso del caballo se había suavizado bastante, ya no era necesario que se agarrase tan fuerte a Hades, pero Perséfone no sentía ni el más mínimo deseo de alejarse de él. La charla fue en dirección más segura para los dos corazones alterados de los dioses.
Hades se dedicó a contarle antiguas historias de la isla que ella bebió fascinada, disfrutando no sólo de las habilidades de narrador, sino del conocimiento de Hades tan extendido. Más adelante le explicó que no tenía conocimientos exclusivos de su reino, sino que los conocimientos de todos los mortales que morían quedaban registrados allí. Ser el guardián de los recuerdos era muy diferente a ser el final de la vida, ella quiso decírselo, pero acabó interrumpida por dudas de él.

Siempre se había considerado una diosa un tanto inútil que era prescindible al lado de los poderes de su madre, pero Hades se mostraba genuinamente interesado en todo lo que ella siempre había considerado poderes vanos. Incluso paró el carro para que ella le hiciese una demostración de sus poderes. Ver la expresión maravillada de uno de los tres reyes por hacer crecer un puñado de plantas la hizo sentir una diosa extremadamente importante. Hizo crecer un árbol para sentarse a su sombra, de paso conseguir unas jugosas frutas para compartir.

El dios del Inframundo parecía cómodo a su lado, en medio de un prado con cada vez más flores y comiendo una manzana como si fuera un mortal más. No pudo evitar coger un puñado de flores y modelar una corona. El terrible y sombrío dios no pudo más que dirigirle una sonrisa divertida al verse con tan colorida corona. Si hace un momento se creía enamorada, verlo sonreír con una corona de flores la hizo darse cuenta de que su corazón podía crecer aun más por él.

Le estaba arreglando la corona mientras se su corazón latía desesperadamente por hacer algo. Sin más preámbulos aprovecho que él estaba sentado y ella le sacaba la ventaja de la altura por una vez para darle un beso con suavidad en los labios. La suave presión contra los labios calientes de él le supo a gloria, aunque para su inquietud no parecía reaccionar, fueron segundos hasta que se empezó a retirar.

Estaba solamente a unos centímetros de él cuando sintió las manos de él en su espalda y su cadera estrechándola contra él. Los labios de él volvieron a los de ella, esta vez sin estar inertes, dio suaves besos en un principio para acabar succionando con delicadeza su labio inferior antes de usar su lengua para humedecer aun más la boca de ella y presionar con delicadeza hasta que finalmente ella abrió la boca para permitirle el paso.

Con infinito cuidado Hades tumbo a su amada sobre la fresca hierva, a la sombra del árbol que ella misma había creado. Se reclinó sobre ella, admirándola. La corona que ella le había hecho soltó unas cuantas flores que aterrizaron sobre los cabellos rojizos de ella. Al volver a sus labios le dio la bienvenida con la misma añoranza con la que se reencuentran unos amantes separados, dulce al principio pero cada vez más exigente.
Perséfone había sido una buena diosa, se había portado bien y había sido generosa. Por eso veía perfectamente razonable que Hades la llevase a los Elíseos con el poder de un beso. Sin dejar de besarla en ningún momento entrelazaron las manos, casi usándolas como una dulce cadena para que no fuesen a sitios más impuros.

Los besos fueron haciéndose más cortos, Hades necesitó de todo el autocontrol que había ganado en sus miles de años para ir dejándola. Se dejó caer al lado de ella y la atrajo para abrazarla contra su pecho, abrazándola con fuerza y dándole un beso en la cabeza.

-Mi maravillosa flor, ¿como podré simplemente vivir sin llevarte conmigo? -las palabras olían a separación, pero no dejaba de estrecharla entre sus brazos mientras que las decía- Es verdad que mi reino no es un lugar para ti, y por desgracia no puedo abandonarlo a capricho.

-Déjame que sea yo quien lo decida -ella le interrumpió decidida- Todos me decís lo mismo, pero yo quiero intentarlo. Si no puedo permíteme volver, aunque estoy decidida, sé que puedo.

Parecieron días los que se miraron a los ojos. Ella obstinada, él dudoso y buscando resquicios de dudas en su mirada. No los halló.

-Supongo que puedo prometerte tu segura vuelta si eso es lo que deseas -pareció pensarlo- Si es por ti puedo conseguirlo, cualquier cosa si no eres feliz. Siempre y cuando no comas nada de lo que provenga del Inframundo no serás forzada a quedarte allí.

No le dio tiempo a preguntar si estaba de acuerdo, salió disparada de entre sus brazos para sacudir sus ropajes con descuido y tratar de parecer lo más presentable posible. Él no puedo hacer más que sonreír ante los aspavientos de la diosa para arreglar su vestimenta, aunque él creía que no la podía encontrar más hermosa de ninguna forma. Se fijo en que él mismo estaba sonriendo de nuevo.
Desde que estaba vivo sabía que no solía sonreír, no era llamado lúgubre por nada, sentía que con ella a su lado su corazón más lleno tiraba de su gesto. Alcanzó la mano que ella le ofrecía para incorporarse. Era un esfuerzo vano preguntarle si tenía dudas a estar alturas, pues ella prácticamente lo estaba empujando de nuevo al carro.

La tierra de los muertos les esperaba, como a todos, la diferencia es que ellos estaban más que dispuestos a bajar. Y es que no era lo mismo morir que ir a ser la reina.

Con el yelmo firmemente colocado, él y Perséfone volvieron a ser invisibles. A penas unos instantes después se volvió a escuchar un crujido espantoso, el rey volvía a casa.

La Flor Del Inframundo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora