Capítulo I

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Ese atardecer Eren jugaba sobre su madre, construía un castillo de piedras donde él sería el rey.

Mientras más atardecía, más iba brillando Luna, su querida madre y, por supuesto él, su piel, reflejaba los rayos del sol y un sutil brillo lo hacía el ser más hermoso del espacio.

Ahí, rodeado del encanto eterno de la noche, el pequeño era el niño más feliz del universo.

Cuando Luna lo recogió, todos lo cubrieron con sus encantos, el Sol, otras estrellas que miraban de lejos, asteroides, cometas y hasta la misma Tierra alababan la gracia del niño, todos parecieron aceptar el hijo de Luna con piel humana, nadie criticó, nadie lo juzgó, simplemente y como era su costumbre lo recibieron con brazos abiertos.

Habían pasado ya nueve años desde entonces, Eren era un niño ávido y sano, le gustaba correr de aquí para haya sobre su madre de la que casi nunca se alejaba.

De vez en cuando salía a caminar cerca, aunque en realidad parecía que caminara sobre el aire, flotaba en el vacío. Con pasos delicados avanzaba lentamente riendo y jugando.

Había veces que salía a visitar al Sol pero, su madre le había dicho que nunca más de tres minutos porque los rayos del Sol dañaban su piel y podría enfermar.

Cierto día, cuando Luna y Eren hacían su recorrido, como toda su vida, vigilando las oscuridades de la Tierra, este último vio algo que no había visto nunca en su vida.

Sentado al pie de un lago, en una pradera cerca de un bosque, debajo de un árbol que había muerto hacía años, cerca de una vieja choza; un niño de no más edad que él, con una mirada fría y serena, observaba fijamente a su madre.

Eren quedó extrañamente encantado con aquel niño, el aludido era de complexión delgada, con cabellos negros y vestía unas ropas humildes.

Eren no comprendía que era lo que le fascinaba acerca de aquel chico, sentía algo en su interior que le impedía apartar la vista de él.

De pronto el niño estiró un brazo hacía Luna, como queriendo alcanzarla, para poder tocarla.

Esa noche en la Tierra, soplaba un aire helado, las lluvias vendrían pronto y colmarían de vida ese lugar.

Sin embargo, al niño eso no le importaba, parecía que lo disfrutaba, se sentía tranquilo en medio de la soledad, en medio de la noche, en medio de la nada.

Eren lo observó todo el tiempo, a pesar de la avanzada noche, el niño seguía allí, a ratos cabeceaba por el sueño pero nunca dormía por completo, Eren lo vigiló hasta que él y su madre se alejaron tanto que ya no pudo verlo, durante su corta vida, no le había interesado un humano, él veía igual a todos los seres de la Tierra, sólo eran pequeñas cosas que se movían. Aunque Eren no veía a muchos humanos ya que siempre miraba la Tierra de noche cuando la mayoría de ellos descansaba, aquel nuevo individuo que había descubierto era fascinante.

Cuando volvió a ese punto de la Tierra, donde vio al niño de ojos fríos por primera vez, se sorprendió al verlo nuevamente ahí.

El niño sólo miraba atento a la Luna toda la noche y Eren a él.

Así, pasó lo mismo la noche siguiente, y la siguiente y siguiente y varios días más.

Una noche como cualquier otra, Eren vio atentó al niño de ojos fríos, ya era habitual para él que cuando pasaba por ese punto en la Tierra, se sentara a cuidarlo.

Para su sorpresa, llegó otro niño, casi de la misma edad.

"Levi" pronunció el niño nuevo llamando al que estaba sentado son hacer nada. Levi, volteó para verle y preguntó:

Hijo de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora