RIO COMPAÑERO

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Mi abuela fue niña que mansa remaba
hacia la escuela número dos,
entre brumas de sueño y manos heladas, la bufanda enrollada y un frío vapor. Algún sapo orillero todavía cantaba
y los remos se hundían apenas en vos.

River Side era la quinta
donde mi madre y su infancia de huerta
fueron travesura, juego y aventura
que la corriente trajo río abajo
después de una crecida
un veintiocho de Mayo.

Tomé la comunión en la Isla
donde me ungiste con tus aguas la frente
en una cruz de barro y aceite.
Junto a vos recibí el sacramento y en vos nadaré en mi final como ceniza y sedimento.

Te conocí en todas tus formas:
arroyo, canal, río abierto, casi mar.
Lloré, amé y besé junto a vos, mi espejo,
el reflejo de mi alma sola,
donde busqué respuestas y consejos,
y me ofreciste tu compañía silenciosa.

No importa si estoy en la ciudad,
aún entre edificios puedo reconocer
el fresco sudeste que acaricia mi cara.
Siento tus olas golpear en la estacada y los juncos bailar en un suave vaivén.

Extraño tu olor, mezcla de barro y gasoil,
de las chatas areneras
y barcos con madera
que se hunden con el peso
de árboles muertos
apilados en cubierta.

Haroldo te navegó y te escribió,
yo lo leí, te navegué y hoy te escribo
porque sos el devenir, el flujo de la vida.
Él murió cuando yo nací y vive en mí su semilla, que yo he de transmitir.
Porque sos la transformación en la que creo,
turbulencia y quietud,
muerte y nacimiento.

Con amigos remábamos en verano,
todo era juego, ligereza y libertad.
Vacaciones sobre el agua, sin problemas, sin otra responsabilidad, más que la de volver a casa para comer y descansar.

En la otra orilla se ocultaban
los secretos del blues y la guitarra.
Mi maestro decía: te falta feeling Nicolás.
Años después pude entender,
sin siquiera haberlo querido,
que el espíritu del blues
es transformar el dolor en sonido.

Sus discos de vinilo chisporroteaban como la salamandra,
que calentaba los atardeceres en el Delta,
Mississipi o Paraná, lo mismo daba,
si una guitarra lloraba al caer el sol,
en las Islas
o en un campo de algodón.

Acompañaste mi larga soledad con tus aguas
y mis lágrimas llevaste hacia el mar.
Me diste claridad de pensamientos
y junto a vos firmé un acta de bienestar,
donde juré vivir como yo quiero vivir,
persiguiendo tranquilidad.

Mi maratón unipersonal fue transformación de energía
junto a tus costas que me sirvieron de guía.
Cuando me alejé de vos mi alma se derrumbó pero igual a la meta pude llegar, hijo y esposa fueron mi motor.

Si tan sólo pudiese acariciar tus sauces
con el lento andar de un botecito y descansar en un muelle, sin lujos ni diamantes, el mate tendría tu sabor de eternidad detenida en un instante, río compañero, calle navegable.

Si tan sólo tuviese una casita en la Isla,
de madera crujiente, chapa y galería
donde escribir y dibujar, leer y pensar
en los por qué, cómo y cuándo de la vida,
mi alma volvería a ser hortensia en flor
que espera una crecida
para bañar sus tallos en vos,
río compañero, tumba movediza
que me ha de recibir cuando se cumpla el destino
que me devuelva a tus mareas
y me convierta en camalote
hinchado de nueva vida.

QUE EL CAMINO ME SORPRENDAWhere stories live. Discover now