02. La evaluación

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Debemos estar continuamente en guardia contra la enfermedad;

la salud de nuestra nación, de nuestro pueblo, de nuestras familias,

de nuestras mentes depende de una vigilancia constante.

<<Medidas básicas de salud>>, Manual de FSS (12.ª edición)

El olor de las naranjas siempre me ha recordado a los funerales. Es ese olor lo que me despierta la mañana de mi evaluación. Miro el reloj de la mesilla de noche. Son las seis.

La luz es gris, pero los rayos de sol se van insinuando en las paredes del cuarto que comparto con las dos hijas de mi prima Lily. Pang, la pequeña, está acurrucada encima de su camita, ya vestida, y me mira. Tiene una naranja entera en la mano. Intenta darle un mordisco, como si fuera una manzana, con sus dientecitos de niña. Se me revuelve el estómago y tengo que cerrar los ojos otra vez para no recordar aquel traje áspero y sofocante que me obligaron a llevar cuando murió mi madre; para no recordar los murmullos, o esa mano ruda y grande que me pasaba una naranja tras otra para que me estuviera quieto y tranquilo. En el funeral me comí cuatro, gajo a gajo. El sabor amargo de la parte blanca me ayudaba a contener las lágrimas.

Abro los ojos y Pang se inclina hacia delante, con el brazo extendido y la naranja en la mano.

- No, Pangui – digo mientras aparto la ropa de cama y me pongo de pie. El estómago se me aprieta y se me afloja como un puño. – Y la cáscara no se come, ¿eh?

Ella me sigue mirando, parpadeando con sus grandes ojos grises sin decir nada. Yo suspiro y me siento junto a ella.

- Trae – le digo, y le muestro cómo pelar la fruta con las manos, dejando caer los brillantes tirabuzones naranjas en su regazo mientras procuro contener el aliento para que no me llegue el olor.

Ella me mira en silencio. Cuando termino, coge la fruta ya pelada con las dos manos, como si fuera una bola de cristal y temiera romperla.

Le doy un golpecito con el codo.

- Anda, come – suspiro.

Ella se limita a mirar la fruta fijamente, así que empiezo a separarle los gajos, uno a uno.

- ¿Sabes qué? – le susurro lo más bajito que puedo. – Los demás serían más amables contigo si les hablaras de vez en cuando.

No contesta. Tampoco es que yo esperara que lo hiciera. La tía Namtan no le ha oído decir ni una palabra en los seis años y tres meses que tiene la niña; ni una sola sílaba. Namtan cree que le pasa algo en el cerebro, pero por el momento los médicos no han encontrado nada.

<<Es más tonta que un capazo>>, comentó con toda naturalidad el otro día, mientras miraba a Pang. La niña le daba vueltas en las manos a un bloque de madera pintada como si fuera algo bello y prodigioso, como si esperara que de repente se convirtiera en otra cosa.

Me pongo de pie y me acerco a la ventana para alejarme de Pang, de sus grandes ojos fijos y veloces. Me da pena.

Lily, su madre, está muerta. Siempre dijo que no quería niños. Ese es uno de los inconvenientes del tratamiento: al no sufrir los deliria nervosa, a algunas personas les resulta desagradable la idea de tener hijos. Por fortuna, son pocos los casos de desapego total, en los que un padre o una madre es incapaz de establecer un vínculo normal y responsable con sus hijos, como es su obligación, y acaba ahogándolos o golpeándolos hasta matarlos.

Pero los evaluadores decidieron que Lily debía tener dos hijos. En aquel momento parecía una buena elección. Su familia había conseguido una buena nota de estabilización en la revisión anual. Su marido era un científico muy respetado. Vivían en una casa enorme a las afueras de Chiang Mai, (antes de que fuera inhabitable). Lily preparaba a diario la comida para los dos, y en su tiempo libre daba clases de piano para mantenerse ocupada.

đełiria nervøsa đe amør [TayNew] ~ Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora