05. Comienza el desastre

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Cambia tus pensamientos y

cambiarás el mundo.

Norman Vincent Peale

Justo después de asentir y confirmar mi nombre, el evaluador de las gafas se inclina hacia adelante y extiende las manos sonriendo.

- De acuerdo. ¿Por qué no comienzas contándonos algo sobre ti mismo? - y vuelve a sonreír. Sus enormes dientes blancos y cuadrados me hacen pensar en azulejos de baño. El reflejo de sus gafas hace imposible verle los ojos; desearía que se las quitara. - Háblanos de lo que te gusta, tus aficiones, tus intereses, tus asignaturas favoritas...

Me lanzo con el discurso que he preparado sobre cuánto me gusta la fotografía y correr y pasar el tiempo con amigos, pero no estoy centrado. Veo que los evaluadores asienten frente a mí y que las sonrisas comienzan a distenderles el rostro mientras toman notas. Supongo que lo estoy haciendo bien, pero ni siquiera puedo oír las palabras que salen de mi boca.

Sigo obsesionado con la mesa de operaciones y no hago más que mirarla con el rabillo del ojo, viendo cómo brilla y parpadea a la luz como el filo de una cuchilla.

Y de repente pienso en mi madre. Mi madre siguió incurada a pesar de sus tres operaciones y la enfermedad se fue apoderando de ella, le fue royendo las entrañas e hizo que sus ojos se volvieran huecos y sus mejillas palidecieran. La enfermedad le robó el control y se la fue llevando, centímetro a centímetro, hasta el borde de un acantilado arenoso, hasta el aire liviano y brillante del salto al vacío. Hasta que no quedó nada de vida en ella.

O eso es lo que me han contado. Yo tenía seis años entonces. Solo recuerdo la presión cálida de sus dedos en mi cara por la noche y las últimas palabras que me susurró: << Te amo. Recuerda. Eso no pueden quitártelo >>.

Cierro los ojos rápidamente, abrumado por la idea de mi madre retorciéndose mientras una docena de científicos con batas de laboratorio la miran garabateando impasibles en una libreta. En tres ocasiones distintas fue atada con correas a una mesa metálica, en tres ocasiones distintas un grupo de observadores la miró desde la plataforma, tomando nota de sus respuestas a medida que las agujas y luego los láseres le atravesaban la piel.

Normalmente, a los pacientes se los anestesia durante la intervención y no sienten nada, pero a mi tía se le escapó una vez que durante la tercera operación de mi madre se negaron a sedarla, pensando que la anestesia podría estar interfiriendo con la respuesta de su cerebro a la cura.

- ¿Quieres beber un poco de agua?

El evaluador 1, una mujer, señala una botella de agua y un vaso que están sobre la mesa. Ha notado mi alteración momentánea, pero no importa. He terminado mi declaración personal, y por la forma en que me miran los evaluadores veo que lo he hecho bien.

Me sirvo un vaso de agua y tomo algunos sorbos, agradecido por el respiro. Siento el sudor que me pica en las axilas, en el cuero cabelludo y en la base del cuello, y rezo para que no lo noten. Intento mantener la vista fija en los evaluadores, pero ahí está en mi visión periférica, sonriéndome, esa maldita mesa.

- Bueno, New, ahora te vamos a hacer algunas preguntas. Queremos que contestes con sinceridad. Recuerda, intentamos conocerte como persona.

<< ¿Cómo podrían conocerme si no? >>. Se me viene la pregunta a la mente antes de que pueda detenerla: << ¿Cómo animal? >>. Inspiro hondo, me obligo a asentir y sonrío.

- Perfecto - dice uno.

- Dinos algunos de tus libros favoritos.

- Guerra, paz e interferencia, de Christopher Malley - contesto de forma automática. - Frontera, de Kwang Horvejkul.

đełiria nervøsa đe amør [TayNew] ~ Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora