Distinto color

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Ahi va el segundo de hoy jeje. Hasta la noche. Disfrutad.

CAPÍTULO 13: DISTINTO COLOR

Irene permanecía en silencio, observando el rostro de Inés, desencajado por el dolor que esos recuerdos evocaban, con un nudo en el estómago y procesando en su mente la cruda historia que acababa de ser relatada en ese salón. Sobre la mesita, la coca cola intacta de la castaña goteaba en silencio, solo se podía percibir el sonido de sus corazones mezclados con los leves sollozos que escapaban de los labios de la joven escritora.

Lágrimas silenciosas descendían por sus pálidas mejillas, dejando un reguero negro por donde pasaban, mientras sus manos seguían entrelazadas.

Irene no pronunció palabra, cualquier cosa que pudiese decir sonaría vacía, sin sentido, se conformó con permanecer a su lado, sujetando su mano, prometiéndole sin palabras que ella no iba a abandonarla. Observaba su rostro, los surcos de las lágrimas, el dolor que estas dibujaban, un dolor que no podía compartir, que no podía aliviar, por lo que tomó un pañuelo que llevaba en su bolso, sin romper la esfera de silencio y complicidad que había entre ella, acercándolo al rostro de Inés y, suavemente, recogiendo sus lágrimas provocándole un pequeño sobresalto.

Con esa leve caricia, limpiando los restos que su dolor dejaba en el rostro de la joven, sus ojos se cruzaron, el otoño intenso chocó con el color del caramelo y las palabras simplemente dejaron de tener sentido o importancia. Con un pequeño gesto, Irene tiró de Inés hacia sí, envolviéndola en un cálido abrazo, provocando que estallara en llanto, provocando sus gritos, su agonía, sin soltarla. Dejó que esta se quebrara entre sus brazos, se mostrara vulnerable, se mostrara sin máscaras ni murallas, dejó que Inés encontrase paz escuchando los latidos de su corazón.

Poco a poco los jadeos de la joven escritora se fueron apagando, sus sollozos calmando, las lágrimas dejaron de empapar su camisa, mientras temblaba entre sus brazos, se fue tranquilizando mecida por una melodía inexistente, por la tranquilidad que esa extraña morena le ofrecía. Al ver que estaba tranquila, Irene, sin romper su abrazo, susurró a su oído la promesa que sin palabras ya le había regalado.

-Yo no me voy Inés, no pienso irme a ninguna parte.

La joven no respondió, escondió los pedazos de su alma resquebrajada entre los brazos de Irene, se dejó envolver por la seguridad que esta le transmitía para finalmente caer dormida sobre su pecho.

La morena veló sus sueños durante algunas horas, contemplándola en silencio, con miedo a despertarla. Acariciando sus cabellos de vez en cuando, cada vez que murmuraba desde el limbo del subconsciente. Contemplando sus ojeras se preguntó cuánto hacía que no dormía con propiedad, cuánto tiempo llevaba cargando con una culpa que no era suya, torturándose, quebrándose y forjando una muralla para aparentar fortaleza cuando en realidad era una mujer agrietada que poco a poco se iba desvaneciendo.

Cuando llegó el momento de marcharse, no tuvo valor para despertarla, por lo que escribió en una servilleta una pequeña nota y salió del apartamento sin hacer ruido, cogiendo un taxi para ir a su casa y posteriormente a buscar a su hija, sin poder quitarse de la cabeza el rostro congestionado de dolor de Inés.

Entrada la madrugada, la joven escritora despertó, sintiendo de inmediato la ausencia de Irene. Miró la hora, las dos de la mañana, seguramente la joven reportera había tenido que marcharse mucho antes y no la había despertado. Sintió un vacío en su estómago, ¿Y si Irene había mentido? ¿Y si no podía soportar volver a verla tras conocer ese pedacito de su turbio pasado?

Se levantó del sofá, adolorida y se estiró como pudo, posando su mirada en su mesita donde aún permanecía su refresco olvidado. Se levantó para llevarlo a la cocina cuando reparó en la nota que Irene le había dejado y la leyó de inmediato.

Tras las huellas de tu nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora