Mi hogar

293 26 6
                                    

CAPÍTULO 32: MI HOGAR

Abrió los ojos lentamente, acostumbrando su mirada a la luz que invadía cada rincón de la habitación donde se encontraba y un suspiro escapó de sus labios, estaba cansada de amanecer en el hospital.

Hacía ya días que habían retirado los sedantes por lo que estaba lúcida, podía hablar sin que su voz sonara apagada e incorporarse sin sentir su cuerpo como un bloque de cemento, pero aun no querían darle el alta y se le antojaba insoportable.

Llevó sus manos a su rostro, apartando sus cabellos mientras se enderezaba como podía en esa cama a la que ya había cogido tedio, buscando con la mirada el reloj, eran cerca de las diez de la mañana por lo que una sonrisa adornó sus labios, dentro de unos instantes Inés aparecería por la puerta y todas sus quejas dejarían de tener sentido por un instante.

Como invocada por sus matutinos pensamientos, la puerta de la habitación se abrió con cuidado y su castaña, sonriente y con dos cafés en las manos, entró clavando su mirada otoñal en ella, ensanchando su sonrisa mientras se acercaba y le robaba un beso de buenos días.

-Buenos días Ire ¿Cómo has dormido?

-Dormiría mejor en mi cama, en mi casa, lejos de este sitio deprimente...

Sus quejas habían vuelto, su impaciencia y su deseo por salir de ahí, volver a sus quehaceres, su trabajo, su hogar, volver a recoger a su pequeña en el colegio, consentirla con helados y regañarla por sus faltas, volver a la rutina en la que Inés y ella compartían la velada, hablando de todo y nada, sin pitidos de máquinas y sin enfermeras inoportunas entrando con medicación que ya no necesitaba.

La risa cristalina de Inés le devolvió a la realidad, el suave beso de su castaña sobre sus labios y el café que le tendía provocó en ella una tierna sonrisa mientras, sin articular palabra, tomaba de ese brebaje amargo que Inés siempre recordaba llevarle.

-Luego dices que la quejica soy yo, deberías oírte...

-No me gustaría para nada tener que soportarte a ti en esta cama, acabaría con tapones en las orejas.

-Exagerada.

-Realista.

Tras terminarse los cafés, Inés tiró los vasos de cartón en la papelera, tomando asiento justo después junto a Irene y explicándole todo cuanto había ocurrido desde que se despidieron la noche anterior, se había vuelto rutina indispensable para ellas y ninguna estaba dispuesta a romperla, Irene porque necesitaba sentirse en casa, estar lejos de Kathe e Inés durante las noches le dolía más de lo que realmente llegaba a verbalizar e Inés porque necesitaba anclar sus pies en el suelo, aferrarse a los momentos junto a su morena, ganar confianza y fortaleza pues estaba segura de que no la quería perder.

Como cada día las horas pasaron volando, entre anécdotas y silencios, entre besos robados y miradas cálidas, dulces, cargadas de admiración y sentimientos, hasta que llegó la hora de comer y, con ella, Rebeca hizo acto de presencia para relevar a Inés, ya que esta debía salir corriendo hacia casa, prepararse algo que llevarse a la boca y recoger a Kathe en la escuela.

Sin variar un ápice la rutina, besó la frente de Irene y se despidió de ella con un tímido hasta luego, saludando a Rebeca mientras se marchaba, dejando atrás a madre e hija, solas durante algunas horas.

Tras ver marcharse a Inés, Rebeca se giró hacia Irene sonriendo, se acercó a darle un beso en la mejilla y se sentó donde antes estuvo sentada la castaña.

A menudo el silencio se hacía presente cuando se quedaba a solas con su madre, no sabía por dónde empezar a explicarle quién era Inés y no sabía exactamente que le había contado la castaña, no se atrevía a preguntar. Mientras que para Rebeca era difícil abordar sus sospechas para nada infundadas, más de una vez había visto sin ser vista, había sorprendido a la castaña besando los labios de su hija cuando creía que nadie estaba mirando, había reparado en la mirada, cargada de cariño que Irene tenía reservada solo para Inés.

Tras las huellas de tu nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora